¿Qué es la violencia de género contra las mujeres? Datos e historia en México

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Como parte de nuestra campaña #NosotrasNosCuidamos, en colaboración con Intersecta, hablamos de la historia legal de la violencia de género contra las mujeres, así como lo que nos dicen los datos más recientes.

Por: Estefanía Vela Barba. Estefanía es parte de Intersecta, una organización feminista que se dedica a la promoción de políticas públicas para la igualdad.

Esta semana es súper común escuchar afirmaciones como “la violencia no tiene género”, “los hombres son igual o más violentados que las mujeres” y “las mujeres también ejercen violencia”.

Y sí, en un país tan violento como México, ¿por qué el 25 de noviembre nos concentramos específicamente en la eliminación de la violencia contra la mujer?

De eso queremos hablar hoy, de cómo tanto la historia jurídica como los datos que existen en nuestro país pueden responder a esta pregunta.

Las violencias son complejas, y seguro de nuestra respuesta se generarán otras preguntas, pero con estos argumentos esperamos dejar claro el por qué de este día (y otros esfuerzos similares). 

I. ¿Violencia de género contra las mujeres?

El nombre oficial de la fecha conmemorativa es Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, pero en realidad el día está dedicado a la violencia “basada en el género”. Aquí te contamos un poco de la historia del día y por qué recuerda a las hermanas Mirabal, activistas contra el régimen de Trujillo en República Dominicana.

De acuerdo con el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, esta es la “violencia dirigida contra la mujer porque es mujer o que la afecta en forma desproporcionada”.

O sea que es una violencia que no puede desvincularse de la discriminación: es a la vez su manifestación y un mecanismo a través del cual se perpetúa.

Un paseo por la historia del derecho en México

Para entender mejor la relación entre violencia y discriminación ayuda analizar la historia del derecho. En México, como en otros países, el sexo con el que nacían las personas era considerado un elemento indispensable de clasificación social, que fijaba el lugar que las personas ocupaban en sus familias y en la sociedad. 

Este régimen se sustentaba en la idea de que “los hombres” y “las mujeres” tenían “dotes sexuales” que determinaban sus capacidades y, por lo tanto, sus funciones, sus derechos y sus obligaciones. El papel del derecho era reconocer y, a su vez, prescribir este orden.

El matrimonio

La manera en la que estaba regulado el matrimonio es el ejemplo más claro de esta lógica. Dadas las diferencias “naturales” entre hombres y mujeres, según la ley, les correspondían roles distintos. 

El Código Civil de 1870, decía que el “marido [debía] dar alimentos á la mujer” y debía protegerla también. Además, era el “administrador legítimo de todos los bienes del matrimonio” y el “representante legítimo de su mujer”. 

La esposa, por su lado, estaba, “obligada á seguir á su marido” y a “obedecer a aquel, así en lo doméstico, como en la educación de los hijos y en la administración de los bienes”. Ella no podía “sin licencia ó poder de su marido, adquirir por título oneroso ó lucrativo; enajenar sus bienes, ni obligarse”. 

Hay que recordar que para esta época no se reconocían plenamente los derechos políticos de las mujeres (no tuvimos el derecho a votar hasta 1953), así que dependían del matrimonio en lo económico, pero también en lo jurídico y lo político. Todavía hoy, la desigualdad económica y la distribución dispareja de las labores del hogar son factores de riesgo para la violencia en pareja. 

Y hablando de eso, ¿qué decía el derecho sobre esta violencia? Las reglas eran, digamos… problemáticas. 

violencia de género contra las mujeres

Violencia sexual en el matrimonio

Por ejemplo: se consideraba que, jurídicamente, no podía existir la violación “entre cónyuges”. ¿Por qué? Porque si el matrimonio era para la reproducción, al casarse las parejas adquirían el derecho y la obligación de procrear. Esto era conocido como el “débito carnal”.

Desde esta lógica, la violación al interior del matrimonio —y esto lo afirmó explícitamente la Suprema Corte de Justicia de la Nación en 1994— era, más bien, el “ejercicio de un derecho”. 

Claro que esto tiene terribles consecuencias. Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH 2016), el número de mujeres que reportaron alguna vez en su vida haber sufrido una violación o un intento de violación en sus relaciones de pareja (2.3 millones, aproximadamente) sobrepasan a las que reportaron haber sufrido una violación en el “ámbito comunitario” (693 mil aproximadamente). 

Hasta 2005, (sí, leíste bien, 2005) cuando la Corte por fin abandonó esta postura, toda esta violencia que vivieron 2.3 millones de mujeres, ni siquiera existiría en lo jurídico. 

violencia de género contra las mujeres en México

Derecho de corrección y maltrato

Siguiendo con los ejemplos, hablemos de otro tipo de maltratos. Según las normas civiles, las parejas no debían cometer actos de “sevicia” (de “crueldad excesiva”) el uno contra la otra, y viceversa. Cometer estos actos era una causal para el divorcio. 

Suena bien, pero era difícil denunciar esta violencia por varias razones, como que el marido tenía el “derecho de corrección” sobre «su» mujer. Como dice la historiadora Ana Lidia García Peña, durante el siglo XIX nunca estuvo muy claro dónde terminaba la “corrección” y empezaba el maltrato

Además, ¿qué es la crueldad excesiva? García Peña dice que se dividía entre “actos atroces” (maltratos no muy frecuentes, pero sí muy violentos) y “odio cotidiano” (mucha frecuencia pero menor violencia en el maltrato). En cualquier escenario, para considerar que el deber de respeto se rompía tenía que llegarse a extremos. 

Por último: en este contexto se asumía que a las esposas les tocaba, de cualquier manera, tratar a los esposos “con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo” (como rezaba la Epístola de Melchor Ocampo).

La responsabilidad de no “alterar” la armonía del hogar recaía en las mujeres. Los casos en los que se culpa a ellas de ser quienes provocan a los hombres —“bruscos” que son, “irritables” que son, “duros” que son— persisten hasta el día de hoy.

Y el feminicidio…

Y si hablamos de asesinatos de mujeres en el contexto del matrimonio, las cosas no mejoran. Por ejemplo, el adulterio era tanto causa de divorcio como delito en sí mismo. García Peña también cuenta que, para las mujeres, cualquier infidelidad (o incluso la posibilidad de una), era causa de encierro. Por supuesto, no era el caso para los hombres.

Además, conforme a los códigos penales, si los maridos lesionaban o incluso mataban a sus esposas con el pretexto de su infidelidad, la pena de cárcel se les reducía, bajo la lógica de que se trataba de una reacción “entendible”. 

La idea de que hay asesinatos que ameritan nuestra compasión continúa hoy, bajo el argumento de que fueron cometidos en un estado de “emoción violenta”.

Fue apenas hasta el año pasado que la Suprema Corte tuvo que acotar el significado de este concepto para afirmar que no: no justifica el asesinato de ninguna mujer.

violencia de género contra las mujeres en México

Los datos actuales

Más allá de la historia jurídica, los datos muestran que el género es sistemáticamente un factor que distribuye riesgos.

Analicemos los homicidios. Es cierto, como se señala una y otra vez, que 9 de cada 10 víctimas en México son hombres. Pero el trabajo de las feministas nunca ha consistido en negar esta realidad, sino en señalar que esta forma específica de violencia se manifiesta, a veces, de maneras distintas y tiene explicaciones distintas para hombres y mujeres. 

Los datos muestran que tienen, en parte, razón.

Quiénes mueren por homicidio y en dónde

Si tomamos los homicidios ocurridos en México entre 1998 y 2019, con base en los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), podemos ver que, es mucho más común para las mujeres ser asesinadas en casa, que para los hombres.

Con este periodo como referencia, podemos ver que mientras que 1 de cada 3 mujeres asesinadas fue privada de su vida en la casa, en hombres solo 1 de cada 10 murió en estas circunstancias. Matan más hombres. Sí. Matan, en total, a más hombres en las casas. Sí. Pero cuando matan a las mujeres, es más común que las maten en la casa. En proporción, para las mujeres hay mayor riesgo de ser asesinadas en casa que para los hombres.

La poca información que se recoge en el país muestra que también es más común para las mujeres ser asesinadas en un contexto de violencia familiar, que para los hombres. Y que, cuando esto ocurre, es más frecuente que la pareja o expareja sea la responsable, en el caso de las mujeres. 

Para los hombres, cuando se registra la presunta participación de un familiar en su homicidio, aparecen, más bien, los padres, tíos, sobrinos y hermanos.

Cómo nos matan 

Las diferencias no acaban ahí: es mucho más común para las mujeres ser asesinadas por asfixia. Mientras que el 17% de las mujeres asesinadas murió de esta forma, solo el 6.2% de los homicidios de hombres cae en este supuesto. 

También es un poco más común para las mujeres ser asesinadas con armas blancas que para los hombres (17.6% vs. 14.6%). Y lo mismo puede verse para los homicidios por envenenamiento (0.7% vs.0.2%) y los que son resultado del abuso de la fuerza corporal (0.9% vs. 0.7%). 

De los poquísimos casos de homicidios que son resultado de una agresión sexual —una violación tan terrible que causa la muerte de la persona—, el 84% de las víctimas fueron mujeres.

Que nos puedan, en abstracto, matar igual, no significa que en los hechos ello ocurra. El género es, constantemente, un factor que afecta a quién, cómo, dónde y por qué matan a las personas.

Lo mismo puede decirse respecto de otras formas de violencia. Por ejemplo: año tras año, la (ENVIPE) muestra que, de cada 10 víctimas de violación, 8 son mujeres y que, de cada 10 víctimas de “otros delitos sexuales” —hostigamiento, exhibicionismo, tocamientos indeseados e intentos de violación— 9 son mujeres. 

La violencia en la familia

La Encuesta Nacional de Seguridad Pública (ENSU), también gestionada por el INEGI, muestra, por otra parte, disparidades importantes respecto de la violencia “en el entorno familiar”. Según los datos publicados recientemente, durante enero y septiembre de 2020, de las personas mayores de 18 años que vivieron esta violencia, el 64.2% de las víctimas fueron mujeres y el 35.8% fueron hombres. 

De las seis manifestaciones de esta violencia que registra el INEGI: las mujeres fueron el 66.3% de las personas que recibieron ofensas y humillaciones; el 61.8% de quienes fueron amenazadas con ser expulsadas o fueron expulsadas de sus casas; el 60.8% de quienes fueron golpeadas o agredidas físicamente (con pellizcos, empujones, jaloneos, bofetadas, golpeadas, etc.); el 84.3% de quienes fueron abusadas sexualmente. Finalmente, fueron el 86.4% de quienes sufrieron una violación o un intento de violación. 

La única violencia en el entorno familiar, según la ENSU, en la que los hombres fueron la mayoría de las víctimas (representando al 52.7%) es la relacionada con ataques de cuchillo o armas de fuego, si bien hay que reconocer que incluso aquí la diferencia es mínima (apenas de 5.4 puntos).

Las políticas públicas que necesitamos

Como puede verse, los datos muestran que sistemáticamente hay violencias que afectan más a las mujeres que a los hombres (y viceversa). Ellas están expuestas, desproporcionadamente, a la violencia sexual y a la violencia familiar. Estas diferencias, de nuevo, se manifiestan incluso en los homicidios (el concepto de feminicidio, por cierto, pretende reflejar esta realidad).

Considerando la historia (incluida la que mencionamos previamente), esto no es fortuito y revela precisamente por qué las feministas insisten tanto en vincular a estas violencias con el machismo. 

Si los espacios, las formas y las causas de las violencias que desproporcionadamente afectan a las mujeres difieren a las de los hombres, de ello se deriva que requieren intervenciones —políticas e instituciones— distintas para reducirlas.

Parte del trabajo que han hecho las feministas en las últimas décadas es revelar cómo muchas de las políticas e instituciones diseñadas para supuestamente combatir las violencias que viven las personas no estaban pensadas para lidiar con las que afectan desproporcionadamente a las mujeres. 

Incluso algo tan pretendidamente universal como los derechos humanos, han estado pensados para lidiar con ciertas amenazas (las que afectan más a hombres), más que otras (las que afectan más a las mujeres), según juristas como Catharine MacKinnon. 

De ahí también el enorme esfuerzo de años recientes enfocados ya sea en corregir la manera en la que operan las políticas e instituciones o en diseñar nuevas formas de intervención para efectivamente lidiar con el problema de la “violencia de género” que afecta desproporcionadamente a las mujeres. 

De este esfuerzo nacen, por ejemplo, tratados internacionales —como la Convención de Belém do Pará—, leyes —como la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia— e instituciones —como los Centros de Justicia para las Mujeresespecíficamente diseñadas para reconocer y reducir la violencia de género contra las mujeres.

II. Sí, el género no lo es todo

Señalar las diferencias de género que existen en relación con la violencia es fundamental. Pero por supuesto que es insuficiente si queremos entender la violencia plenamente e incluso si queremos entender las violencias que viven las mismas mujeres.

El racismo

La activista Valeria Angola, por ejemplo, señala cómo es ignorada o negada la intersección entre la violencia de género y la violencia racista en las discusiones sobre la violencia que afecta a las mujeres. 

En el caso de México, hay que decir que el racismo es tan invisible que, con contadas excepciones, no ha habido un esfuerzo sistemático por dar cuenta de la realidad de las mujeres indígenas, mujeres afro y mujeres morenas, ni las diversas manifestaciones de las violencias que viven.

Gracias a esta exclusión estadística, si quisiéramos responder la pregunta de cuántas mujeres indígenas han sido asesinadas en el país, la respuesta más honesta es: no lo sabemos porque no se registra adecuadamente.

La discapacidad

Lo mismo ocurre con mujeres que viven con una discapacidad. En la ENDIREH se excluye de la entrevista a las mujeres que no pueden “oír y/o hablar” o que son “enfermas mentales” (¡!). 

Los registros de homicidios en el país, por otra parte, simplemente no exigen que se investigue si las víctimas tenían o no una discapacidad.

La identidad de género y orientación sexual

También se pueden contar con los dedos los instrumentos que el Estado ha diseñado y aplicado para dar cuenta de las vidas y de los obstáculos que enfrentan las mujeres lesbianas, bisexuales y trans.

Como ocurre en muchos casos, de no ser por el esfuerzo de colectivas, organizaciones e instituciones académicas las violencias que vivimos serían, también, invisibles.

Algunos ejemplos de estos esfuerzos son: la investigación Los asesinatos de personas LGBTTT en México: los saldos del sexenio (2013-2018), el Informe sobre Violencia contra las Lesbianas, los Gays, y las Personas Trans, Bisexuales e Intersex en México y el Reporte sobre las Condiciones de Derechos Humanos de las Mujeres Trans en México.

La geografía y la clase

Aunque es mucho lo que nos falta por saber sobre las diferencias en el impacto de las violencias en México, lo que sí sabemos es que, además del género, la geografía y la clase son clave. 

La crisis de los asesinatos, después de todo, no ha afectado a todas las entidades federativas por igual. Vaya: ni siquiera dentro de los estados es pareja. 

También sabemos que desproporcionadamente ha afectado a hombres y mujeres sin acceso a seguridad social y sin acceso pleno a la educación, que son dos indicadores de desigualdad económica. 

violencia de género contra las mujeres

Por ejemplo: en el 2015, el 15% de las mujeres no tenían derechohabiencia, algo que contrasta con el hecho de que, de las mujeres que fueron asesinadas, el 26.4% no tenían este derecho garantizado. 

No todas enfrentamos el mismo riesgo de ser privadas de la vida. Esto es cierto y es fundamental reconocerlo especialmente en el marco del 25 de noviembre.

III. Las luchas en común entre hombres y mujeres

Decir que el género es un factor clave para entender las violencias no significa que la violencia que viven los hombres, toda, es de Marte y la violencia que viven las mujeres, toda, es de Venus. Existen similitudes en algunas violencias que experimentan en el país.

Hay delitos que tienen un impacto muy similar entre hombres y mujeres, como es el caso del robo o de la extorsión. Según la ENVIPE, son también los más comunes, o sea que afectan a más hombres y a más mujeres. 

El papel de la “guerra contra las drogas”

También es cierto que, desde que se intensificó la llamada “Guerra contra las drogas”, en la presidencia de Felipe Calderón, los hombres y las mujeres han padecido riesgos cada vez más similares frente a la violencia armada, como bien señala el informe Claves para entender y prevenir los asesinatos de mujeres en México

La brecha de género en homicidios perpetrados con armas de fuego se ha ido cerrando. Hoy, 7 de cada 10 asesinatos de hombres se realizan con arma de fuego y también 6 de cada 10 asesinatos de mujeres. Esto significa que, si queremos reducir los homicidios,  una lucha en común es la exigencia por el control de armas. 

Como muestra el informe Las dos guerras, lo mismo puede decirse de la militarización de la seguridad: esta ha implicado un riesgo no solo para los hombres, sino para las mujeres también. Esto se traduce en que ambos podrían unirse en la lucha por un modelo de seguridad distinto, que efectivamente garantice la paz.

El género sí importa… hasta para los hombres

Más allá de que existen violencias que afectan de forma similar a hombres y mujeres, quizá el punto en común más obvio es que el género es relevante tanto para hombres como para mujeres. Si los hombres representan casi 9 de cada 10 víctimas de homicidio, por supuesto que la masculinidad es algo a interrogar. 

La masculinidad, más aún, importa no solo porque hay violencias que afectan más a hombres que a mujeres sino porque quienes sistemáticamente más agreden son los hombres. 

Para dimensionarlo: año tras año la ENVIPE muestra que, cuando las víctimas de un delito pudieron ver quiénes las agredieron, en 9 de cada 10 casos, los agresores fueron exclusivamente hombres. Esto es cierto cuando las víctimas son mujeres y también es cierto cuando las víctimas son hombres. 

Incluso, de los hombres que reportaron ser víctimas de violencia sexual, según la ENVIPE, la mayoría de sus agresores fueron… otros hombres.

El papel central que juega la masculinidad en la violencia es un punto sobre el que muchas feministas han insistido durante décadas. La cosa es tomarse en serio las implicaciones de esta realidad y no solo usarla para descalificar la violencia de género que viven las mujeres. Esta existe —persiste, a pesar de todo— y se tiene que afrontar.

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