¿Es buena?, ¿es mala?, ¿por qué no podemos dejar de hablar de ella? Analizamos Emily in Paris, la serie de Netflix que funciona como perfecta medicina para desconectar del mundo real.
Por: Estefanía Camacho
Nadie me obligó a ver Emily in Paris un sábado por la noche de jalón y sin pausas. Me pasó a mí y le pasó a muchas personas más.
Durante la pandemia revisté completa Sex and the City (1998) y sus películas, así que me sentí intrigada por ver la nueva serie que produce su creador, Darren Star.
Un nombre que, cada que aparecía en los créditos de SATC, me hacía preguntarme “¿por qué un hombre creó o produjo y en su mayoría escribió la serie de cuatro mujeres y sus vidas sexuales?”
Honestamente, aún la formulo cuando se trata de Emily, aunque esta serie nueva fue escrita por tres mujeres.
Como en su predecesora de finales de los noventa, aquí tenemos inconsistencias monetarias (si ya trabajaste en marketing sabes que ese guardarropa es imposible), falsas polémicas sobre lenguaje incluyente y muuuucho ser sexy para la mirada masculina.
Emily y sus amigos
Emily es una especie de Carrie para el siglo XXI: es una millennial (o generación z, no queda muy claro) experta en diseñar estrategias de marketing y enamorada del amor.
Esta mujer lo tiene todo, bueno, casi todo, y su justificación en el mundo es que es sumamente exitosa en su carrera.
¿Por qué las series de hoy no pueden tener más protagonistas cuyo éxito se base menos en las ciencias capitalistas y más en las ciencias exactas (las diosas saben que nos urge resolver el cambio climático)? También estaría cool que no basaran tanto en su productividad sino en su personalidad.
Además, claro, la historia gira en torno de una it girl, modelo, blanca y con privilegios. Ya sé que ese es el punto, pero no puedo evitar preguntarme ¿correría con la misma suerte una latina en París? ¿A alguien le parecería interesante la vida de una mujer morena o negra en esa ciudad? ¡Sí! Y más con una plataforma global como Netflix detrás.
Francia no censa con información de etnias o razas, pero con solo darle un vistazo a París podemos saber que es una ciudad en la que residen muchos extranjeros e hijos de migrantes, quienes no tienen mucha representación en la serie, más allá de estereotipos: el frienemy gay (en una serie en la que se asume la heterosexualidad de todos los demás personajes) y la amiga china millonaria.
De nuevo son los amigos extranjeros o con diferente tono de piel los papeles secundarios, los llaveros de la historia. Fuera de ellos, los involucrados son rubios, guapos, franceses, altos y delgados.
Claro, el programa se llama “Emily” y la ciudad, no Emily y amigos, pero me parece muy unidimensional que sólo veamos a sus dos amigas de París cuando ella necesita algo de ellas. Vamos, hasta en las telenovelas los personajes secundarios tienen sus momentos.
¿Básica o aspiracional?
La serie se trata de una mujer americana “básica” (o ringarde, como la llama el diseñador Pierre Cadault en la serie) que cumple su sueño de ir a Europa y sacar lo máximo de esa experiencia.
Sus referencias de la ciudad son de películas de Hollywood, como Moulin Rouge. Son las nuestras también, las de niñas que tomamos un avión a otro país hasta que pudimos pagarlo de adultas (o… nunca).
Pero ahí se acaba lo de la identificación. A las veinteañeras promedio no nos pasa lo de ir a la casa de champagne de nuestra amiga, que cada hombre poderoso que nos vea se enamore de nosotras o que nos demos el lujo de comer en los restaurantes de moda y tomar taxis porque el metro huele mal. (¡Nosotras ya estamos inmunizadas por el constante olor a orín de todas las estaciones del de CDMX!)
Eso sí, la serie está muy plantada en contra de los snobs: Emily se enorgullece de ser una “básica”, lo contrario a una snob que presuma conocer “Bolero” porque «El cisne negro” es corriente.
La cultura pop te va a salvar, porque sin la cultura de masas, lo “exclusivo” ni lo lujoso se cotizaría.
Me cae bien la jefa
Ya, lo dije. Es el clásico dilema entre “el enemigo” y “el verdadero enemigo”. En este caso, nos hacen creer que el verdadero enemigo Sylvie, una mujer temeraria francesa cuyo único propósito es hacerle la vida difícil a nuestra protagonista para que se harte y deje la oficina.
Es una mujer refrescante por sí sola: tiene un puesto de liderazgo, es sumamente inteligente y sensual sin estar por debajo de sus 40 y pone a quien lo requiera en su lugar… muchas veces quien lo requiere es la protagonista.
Y aceptemos que Emily comete infinidad de errores laborales y de criterio, con estrategias simplonas y que, aunque no deja de hablar de “traer la perspectiva (norte)americana”, jamás se preocupa por entender la perspectiva francesa. Ah, y al parecer ella inventó el lenguaje incluyente.
No todas las historias deben contener una lección o una reflexión profunda, pero me decepcionó que al parecer la serie nos quiere decir: “puedes tener una cuenta de Instagram y llamarte influencer, pero no eres nadie sin un máster en comunicación”.
Podrá no ser snob, pero Emily se jacta de sus grados académicos y logros profesionales y jamás le cae el 20 de que no son garantía de nada.
Solo queremos evadirnos
Eso sí, admiro a la protagonista porque jamás deja su buen humor y su espíritu propositivo…. aunque supongo que todas las millennials lo seríamos si viviéramos en ese mundo donde las oportunidades de todo tipo pululan y nuestro único problema es una jefa grosera y a con cuál de todos los guapos nos quedamos.
Para mí, Emily in Paris se resume muy bien en el capítulo 9, en el que se muestra que pueden coexistir la tradición y la perspectiva transgresora. La alta cultura y lo aspiracional.
Entiendo el por qué la serie es tan exitosa en estos momentos de pandemia y por qué todos la vimos sin muchas pausas desde su estreno: una solo puede soñar con viajar a París por trabajo, besar a extraños, con conocer gente nueva, en ver un ballet o asistir a la Semana de la Moda en París.