Basada en el caso real de las “violaciones fantasma” en una comunidad menonita de Paraguay, donde hombres violaron las mujeres echándoles la culpa a demonios, Ellas hablan —una película dirigida por Sarah Polley y ganadora del Oscar en la categoría de Mejor guión adaptado— es un “ejercicio de imaginación femenina” en donde se desarrollan dilemas que incluso hoy enfrentamos acerca del perdón, la justicia, el separatismo y la fuga.
Originalmente una novela de la escritora menonita canadiense Miriam Toews, la película inicia con los violadores siendo detenidos y otros hombres yendo al pueblo para pagar su fianza. Al mismo tiempo de exigir a las mujeres que perdonen a sus violadores bajo amenaza de ser excomulgadas.
El maestro, August (Ben Whishaw), quien viene de una familia que también ha pasado por épocas de excomulgación por sus ideas independientes, es el único hombre que se queda en la comunidad para levantar el acta mientras las mujeres, en una especie de parlamento, debaten qué hacer.
¿Por qué creemos que la cárcel es justicia? Hablemos de antipunitivismo
Scarface Janz (Frances McDormand) les arenga, diciendo que están arriesgando incurrir la ira de Dios si no perdonan, que probablemente no van a ver el Cielo. Pero justo en este intento de universalizar la historia, hacerla más relevante a personas que tal vez crecieron en un ambiente evangélico lleno de fuego y azufre, evita el hecho de que los menonitas se aferran al perdón como una solución a un problema universal: el de cómo salir de los ciclos de violencia.
Este problema es muy vigente en los feminismos hoy en día, en que nos enfrentamos con dos monstruos: el de la impunidad de la violencia machista, y el de la violencia de un sistema estatal diseñada para castigar poblaciones vulneradas a través de las cárceles.
Dentro de los feminismos, hay quienes han colaborado con el Estado para redactar nuevas leyes y aumentar las penas en un esfuerzo por reducir la violencia sistemática contra las mujeres, como los feminicidios y la falta de acceso a justicia para las víctimas. Otras personas más se han enfocado a la crítica contra el complejo industrial carcelario, para apostar por métodos más comunitarios y antipunitivistas.
Siendo honesta, ninguna de estas estrategias ha tenido mucho éxito: aumentar penas no significa gran cosa en un país en que los feminicidios ni si quiera son investigado, ni hay criminales detenidos y, contrario a eso, hay muchas personas encarceladas por evidencia fabricada o en espera de juicio. Por otro lado, los “métodos más comunitarios” normalmente son una romantización urbana de lo que pasa en comunidades rurales tradicionales, mientras los procesos de justicia restaurativa o transformativa en comunidades activistas suelen fracasar o no han mostrado grandes resultados.
Si de verdad queremos soluciones antipunitivistas al problema de la violencia machista —y es lo que sí quiero— nos urge estudiar los pros y contras de soluciones punitivistas ya existentes, justo como las mujeres de Ellas hablan alistan los pros y cons de sus tres opciones: quedarse y perdonar, quedarse y luchar o salir de la comunidad. Al final, deciden irse.
Ellas hablan: ¿el separatismo como vía de escape de las violencias y el sistema machista?
Entonces, ¿el desenlace de la película promueve una suerte de separatismo? Diría yo que hay que analizarlo en más detalle. Primero, hay que aterrizar el dilema que enfrentan en el marco ético que rige las comunidades menonitas, en que el pecado más terrible es la violencia.
Cuando las mujeres descartan la opción de quedarse y perdonar a los hombres al principio de la película, están enfrentando dos maneras de romper con la vida menonita: una en que salen de su comunidad a un mundo que desconocen, probablemente perdiendo su esencia en el proceso, y otra en que físicamente se quedarían en la comunidad pero tendrían que violar todas sus normas culturales y religiosas, definitivamente perdiendo su esencia en el proceso.
Lecciones de autocuidado para resistir y seguir luchando
Por eso la importancia de la escena en que Agata (Judith Ivey) regaña a Salome (Claire Foy) diciéndole que se volverá asesina si se queda. Es justo en ese momento en que las mujeres deciden irse, porque la violencia que una acción revolucionaria puede implicar a su vez implicaría la pérdida de sus almas.
Siendo menonitas buscando una respuesta bajo el sistema menonita, y habiendo rechazado la opción de conformarse con la injusticia del mundo (la respuesta de cajón, el mundo normalmente configurado como algo exterior en esta formulación, pero volcado hacia adentro más veces que las que quieren aceptar), la única manera en que pueden seguir siendo quienes son, y mantener su compromiso a romper con los ciclos de violencia de un mundo caído, es dejando de luchar y zafándose.
Pero hay que recordar que estas mujeres llegaron a la situación en que están por una suerte de separatismo. La dilema de salir de su comunidad o quedarse y luchar es tan fuerte porque no saben nada del mundo exterior, ni siquiera dónde se encuentran realmente.
No todos los menonitas viven vidas separatistas (por ejemplo, yo crecí en una familia más asimilada, urbana), pero todos hemos sido moldeados por el poderoso imperativo de estar en el mundo sin ser del mundo. Habíamos llegado a esa actitud por una revolución fallida del siglo XVI, un capitulo de la historia que ha sido analizado por Friedrich Engels en su libro La guerra campesina en Alemania, pero después del fracaso militar de ese levantamiento campesino, volvimos nuestras espadas en rejas de arado y nuestras lanzas en hoces, como el libro de Isaías había augurado.
Y muchos abandonaron esta valle de lágrimas, intentando vivir una vida más pacifica fuera de la sociedad, persiguiendo refugio de país en país, primero a Rusia, luego a Canadá, luego a México, luego a…Paraguay.
Pero no se puede construir la utopía huyendo, y las jerarquías sociales suelen reconstruirse dentro de las comunidades separatistas. Y tal vez las comunidades menonitas separatistas pudieron distanciarse del poder terrible del terrateniente, del soldado, del Vaticano, pero nunca tocaron el poder del hombre sobre la mujer. Sería fácil juzgarles siglos después por no luchar en contra de lo que ahora parece una jerarquía obviamente injusta e injustificada, pero hasta la fecha vemos luchadores sociales derribando ciertas estructuras sociales (las que les afectan, claramente) mientas se esfuerzan en mantener otras (las que afectan a otros): marxistas misóginos, feministas blancas, gays clasistas.
Más allá de la historia de Ellas hablan, lo jodido que es vivir en esas comunidades separatistas es un tema recurrente en las novelas de Miriam Toews: Complicada bondad habla de una familia que se desintegra por terror al sacerdote fundamentalista de su comunidad, que también es el tío de la narradora.
Las comunidades separatistas de todo índole tienden hacia una radicalización ideológica justo para mantener a la gente en la comunidad, y es algo que podemos ver tanto en separatistas religiosas (por ejemplo, los menonitas del Viejo Orden) como en las reglas intricadas del separatismo lésbico o los punks que se voltean la espalda a cualquier banda que firme un contrato con una disquera grande (tal vez por eso tantas personas que crecimos menonitas terminamos en el punk, porque nos ofrece continuidad).
Mi esposa dijo que cree que el gran problema con la película es que no comunica bien el contexto cultural y religioso de esta historia, pero si le rascamos tantito, e intentamos ver más allá de la otredad de lo menonita, encontramos que los dilemas que enfrentan estas mujeres no son tan diferentes que los que enfrentamos nosotras.