Las hermanas mayores cuidamos sin saber qué era cuidar

La primera vez que me dijeron que tenía que cuidar a alguien tenía tres años. Para entonces, cuidar a alguien era una labor abstracta y de la que tenía referencias contradictorias.

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La primera vez que me dijeron que tenía que cuidar a alguien tenía tres años. Para entonces, cuidar a alguien era una labor abstracta y de la que tenía referencias contradictorias. Cuidar podía significar sofocamiento, castigo, vigilancia, orden. ¿Qué otra cosa puede significar la palabra “cuidar” para alguien que no ha vivido? Para alguien que tiene un universo minúsculo y a quien cuidaban así, sofocando, castigando, vigilando.

Tengo dos hermanas. T. sólo tres años menor que yo, una diferencia que ahora me parece muy pequeñita pero que en otro tiempo conté como si fueran siglos; y E. a quien le llevo una década. Cada vez que mis papás me presentaban a extraños decían “Ella es la mayor” y yo lo asumía como un trabajo al que no puedes renunciar. A pesar de que fracasaba rotundamente, no sentía que tuviera otra opción más que seguir intentando ser la protectora y el ejemplo de mis hermanas.

Yo sé cómo era la vida antes de que mis hermanas estuvieran aquí y a veces me pregunto si ellas imaginan su vida si yo no hubiera estado desde el principio. Yo creo que no saben lo que significó para mí saber que tendría hermanas, y después darme cuenta de que una hermana no significaba una compañía sino una responsabilidad.

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Si en una estructura familiar tradicional el papá es el proveedor y la madre la cuidadora, las abuelas o las hijas mayores siempre serán la primera opción para formar parte de la crianza porque hoy sabemos que el trabajo de cuidados es desgastante y casi imposible para una sola persona. En mi familia, mi abuela paterna había fallecido cuando mi papá era un niño; y mi abuela materna vivía al otro lado del país. Entonces quedé yo.

Se habla muchísimo de la diferenciación de género en los cuidados pero no hay que olvidar que también es una labor que atraviesa la precarización. Recuerdo tener amigas que eran hermanas mayores pero que no tenían que ejercer ese rol porque sus familias con poder adquisitivo y privilegio de clase contrataban enfermeras y personal que cuidaban de ellas y sus hermanes. O bien, porque tenían una familia extendida y cercana en la que tías o abuelas se ayudaban entre todas.

Yo creo que no saben lo que significó para mí saber que tendría hermanas, y después darme cuenta de que una hermana no significaba una compañía sino una responsabilidad

Katia Rejón

Vengo de familias que en la infancia batallaron para comer. Mi mamá cuenta que iba a la tienda con su hermana menor y distraía a la dependienta para que ella pudiera meterle bombones en la boca a su hermanita sin que la dueña lo viera. Mi papá es de los más pequeños de una familia de ocho hermanos que crecieron con un padre que enviudó muy joven. Y aunque nosotras, mis hermanas y yo, no vivimos situaciones de tanta precariedad lo cierto es que el eco de la pobreza formó parte de nuestra crianza.

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Para las clases bajas, a veces, pensar en una misma es interpretado como egoísmo y altanería. No hay un segundo de silencio, de soledad. Siempre hay que estar ayudando porque descansar es para quienes tienen todo de sobra. Disfrutar de la vida, ni hablar. Pensar en una misma, añorar algo, eran siempre una pérdida de tiempo. Las cosas que yo deseaba en la vida estaban en el último lugar de prioridades en la familia, como las de todos. Lo principal era sobrevivir, pagar las deudas, asegurar un patrimonio.

En secreto yo quería soledad, que nadie me hablara, que nadie me mirara. Me encerraba en la habitación más lejana de casa de mi abuelito para estar un ratito sola, para respirar. Porque mi papel era estar bien para que otras estén bien. Y no lo digo haciéndome la sacrificada, sino precisamente porque nunca quise hacerlo y lo hice de mala gana, acumulando rencores de todas las veces que tuve que ceder mi espacio.

Sé que es fácil refugiarse en las esquinas extremas de un tema para intentar entender sus dimensiones cuando se ha hablado tan poco de eso. Así que voy a enlistar todas las cosas que no estoy diciendo:
No digo que nadie me cuidó a mí. No digo que sustituí o que fui una madre más que una hermana. No digo que mis hermanas me deban algo. No digo que no tuve la culpa de muchas situaciones donde abusé de mi supuesta jerarquía para dar órdenes, castigar y sacar ventaja. No estoy diciendo que todas las experiencias de hermanes mayores sean iguales. No quiero exculparme de las cosas que hice mal, que fueron muchas.

Ser hermana mayor, al menos en mi experiencia, no termina con mis hermanas. Es una extensión de la responsabilidad que tienes sobre otras personas de manera natural

Katia Rejón

Quiero explicar que estamos apostando al fracaso cuando ponemos tanta responsabilidad sobre alguien, quien quiera que ésta sea: madre, hermana, padre, abuela. Que son títulos pesados, insuficientes y que funcionan como escudos para deshumanizar a quien está detrás de ellos.

Hay muchas teorías, como la de Frank J. Sulloway en su estudio Born to Rebel: Birth Order, Family Dynamics, and Creative Lives, sobre cómo la personalidad y el comportamiento tiene que ver —entre sus tantas variables biológicas, psicológicas, sociales y antropológicas— con el lugar que una ocupa en la familia.

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Ser hermana mayor, al menos en mi experiencia, no termina con mis hermanas. Es una extensión de la responsabilidad que tienes sobre otras personas de manera natural. En mi caso, traté como hermanas menores a amigas, a compañeras de trabajo y ex-parejas. Sin pensar ni siquiera en si ellas esperaban algo de mí, yo ya se los había ofrecido, ése era mi papel. Cuando pasas tanto tiempo intentando reparar cosas que no rompiste, de pronto te vuelves la responsable de que eso siga roto. La gente pone expectativas demasiado grandes en una y acostumbrada a eso, ¿quién te ayuda a decir que no?

En algún punto sentí que algunas amistades se basaban en la complacencia y el instinto de proteger, a veces a alguien que no necesitaba ser protegida, a veces a alguien que lo necesitaba demasiado.
En los últimos años he tenido que renunciar a ser una hermana mayor como parte de mi personalidad y eso ha implicado soltar relaciones que no son recíprocas. Al hacerlo me he sentido ligera porque ya no estoy obligada a jugar el rol de hermana mayor que se aguanta la respiración porque no hay oxígeno suficiente para ambas. Respiro.

Estoy aprendiendo a cuidarme de mí con cariño y no como un mecanismo de supervivencia en relación a otras. Quiero seguir cuidando, pero esta vez primero quiero aprender cómo hacerlo

Katia Rejón

Siempre digo que fui afortunada de haber sido socializada para cuidar porque me parece una labor transgresora y prefiero mil veces que de mí se esperen cuidados como protección y no la idea masculinizada, militar y patriarcal de lo que significa “proteger” para muchos hombres.

Sin embargo, a veces siento que perdí la oportunidad de aprender de mis hermanas y de dejar que ellas me cuidaran a mí. Al final de cuentas, mis momentos favoritos con ellas fueron aquellos en los que fuimos hermanas en la forma más horizontal de la palabra. Cuando T. y yo éramos niñas y nos hacíamos peinados altos e “irlandeses” con el shampoo y hacíamos coreografías frente a un espejo que ocupaba toda la pared del comedor.

Mi hermana E. me enseña cosas. Me enseña palabras que la Generación Z usa en Twitter, me explica cómo ve su mundo y yo la admiro dar su opinión en voz alta en un restaurante de la zona más blanca de la ciudad, ignorando las miradas conservadoras hacia nuestra mesa.

Yo tendría que aprender de ellas también y ser honesta cuando no tenía nada que enseñarles pero es duro: Una cosa es sentir que hiciste mal tu papel, otra cosa es sentir que tu papel es absurdo y no le sirve a nadie.

Toda la tarde de ayer me la pasé viendo Tiktoks de “Pov eres una hermana mayor” con chicas sintiéndose solas y presionadas, con la canción Vienna de Billy Joel de fondo y eso me hizo sentir acompañada. Me di cuenta que por mucho tiempo olvidé que habían otras hermanas mayores haciendo lo posible por interpretar su libreto. Ahora nos invito a romper ese libreto y a salir a tomar un tequila o algo fuerte.

<<No quiero ser una hermana mayor, quiero ser una hermana simplemente>>

Katia Rejón

Yo ya no tengo 14 años, no vivo en la casa de mis papás, no tengo una crisis de identidad y mis hermanas se cuidan solas. En realidad cuando digo que ya no quiero ser una hermana mayor, estoy renunciando a un trabajo que no ejerzo. Que emulo de vez en cuando pero no ejerzo.

Estoy aprendiendo a cuidarme de mí con cariño y no como un mecanismo de supervivencia en relación a otras. Quiero seguir cuidando, pero esta vez primero quiero aprender cómo hacerlo.
Decir esto es un mero formalismo, supongo, una especie de justicia adolescente: No quiero ser una hermana mayor, quiero ser una hermana simplemente.

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