Nunca fui considerada bonita, excepto por mi mamá. Mis compañeros de clase me acusaban de causar espanto, según ellos era fea, feísima y lo que le seguía.
En comparación a muchas amigas, mi primer novio llegó muy tarde. A los 16. En esa época, a esa edad muchas de ellas ya habían tenido varias relaciones amorosas, e incluso, ya habían tenido su primera relación sexual desde los 13.
Yo no. Yo era la quedada, una especie de solterona que solo veía cómo sus compañeros y compañeras de salón vivían emocionantes historias de amor y desamor entre ellos. Lo único que yo deseaba era tener una relación, o por lo menos, saber que le gustaba a alguien por ahí. Pero no, nunca hubo alguien.
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Me frustraba enormemente que ningún niño quisiera tener una relación de noviazgo conmigo y me preguntaba por qué nunca le gusté a nadie hasta los 16. ¿De verdad era tan fea?
Cuando tuve mi primera menstruación y me crecieron las boobies, comencé a llamar la atención de los niños. Crecieron dos protuberancias en mi pecho y, de inmediato, los hombres empezaron a cortejarme como lo había esperado.
Por fin me sentía deseada, sin embargo, los chicos que me buscaban solo lo hacían porque les llamaba la atención el tamaño de mis boobs y querían tocarlas, sentirlas y acariciarlas. Buscaban tocarme, pero no conocerme. Querían tocarme, pero no les importaba cómo estaba.
En ese instante, el tamaño de mis senos me colocó en otro lugar, porque dejé de ser la fea del salón para convertirme en la puta, la amante. Los muchachos me buscaban con propuestas indecorosas de tocamientos en los baños, en el transporte que nos llevaba del colegio a la casa, en las canchas de fútbol o básquet y en los arbustos más alejados del patio de descanso.
Los encuentros que me proponían siempre eran clandestinos, en lugares poco comunes, a escondidas de sus amigos y de otras personas. Nadie podía enterarse. Evitaban a toda costa que se enteraran sus novias. Y sus novias, casualmente, no se parecían para nada a mí. Por lo general, las chicas con las que salían eran mujeres de pieles blancas, pelo liso, algunas eran rubias y de ojos claros.
¿Por qué ellas eran las novias oficiales y yo no? ¿Por qué tenía que ocupar el lugar de la otra, a la que le proponían obscenas aventuras en los lugares más escondidos del colegio? ¿Acaso no merecía yo tener una relación que fuera pública? ¿No era digna de tener un novio y que todo el mundo supiera?
Estereotipos racistas
Ahora que tengo 31 años comprendo de una forma distinta esta experiencia. En esos años, me culpé a mí misma por no parecerme a esas otras chicas que sí tenían las características que los hombres buscaban a la hora de tener un noviazgo a la luz de todo el mundo. Me reprochaba por mi pelo, mi tono de piel, mi frente, mis dientes, toda yo. Pensaba que yo era el problema y no los estereotipos racistas construidos sobre mujeres racializadas como yo.
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Mi frustración se disipó cuando abandoné el deseo de parecerme a esas mujeres que no se veían como yo. Descubrí el poder de mi belleza interior a partir de que comencé a practicar danza y dejé de alisarme el cabello con químicos, planchas y secadores. Con el proceso de transición de mi cabello, comenzó todo un camino de reconocimiento identitario y de politización antirracista.
Curiosamente, cuando empecé a dejar mi pelo natural, cuando definí la belleza en mis propios términos, conocí al chico que fue mi primer novio y con el que tuve una de las relaciones más bonitas de mi vida.
Hoy entiendo que el patriarcado racista, según nuestras características de raza y clase, nos clasifica a las mujeres entre buenas y malas y esposas y amantes. No es fortuito que las mujeres más blancas siempre sean elegidas como amas y señoras, mientras que las oscuras, somos vistas como objetos que no sienten y que sirven solo para satisfacer placeres.
Cuando me reconocí como una mujer afro, poderosa, bella, llena de historias de lucha y resistencia, entendí que merecía ser feliz, estar al lado de la persona que yo deseara y que tenía el poder de elegir las condiciones de las relaciones que estableciera de ahora en adelante.