En esta reflexión, Juana Guerra nos cuenta cómo logró apropiarse de la belleza de su cuerpo con discapacidad en un mundo que aún discrimina y violenta a los cuerpos no normativos.
Por: Juana Guerra
Soy Juana. Vivo en la Ciudad de México. Me encanta la moda, bailar, ir al cine y a la playa. Estudié la licenciatura en Administración de Empresas y actualmente trabajo en un corporativo multinacional. También soy una mujer con discapacidad y activista por la inclusión.
Mi brazo y pierna izquierda no se desarrollaron por completo antes de nacer. ¿Por qué? No hay motivo, simplemente pasó.
Sin dos extremidades, crecí en un mundo en el que las personas como yo no tenían tanta visibilidad. En la calle, la gente me veía y murmuraba.
El fantasma de la inseguridad disfrazada de miedo me susurraba que seguramente se estaban burlando de mí. Hasta que un día comprendí que «ser diferente» no era raro, sino lo que me hacía única.
Más allá de una inseguridad: la gordofobia como violencia sistémica
Cuando cambié esa percepción que tenía de mí misma, todo a mi alrededor se transformó. Entendí que lo que los demás piensen de mí no es relevante y tampoco es mi responsabilidad. Lo único realmente importante es cómo me siento y veo a mí misma, y la mejor manera de hacerlo ha sido con amor.
Por fortuna, gracias a las redes sociales cada vez vemos a personas más diversas y estamos en el camino a «normalizar» lo que alguna vez fue raro, poco común o fuera de los estándares de belleza. El camino aún es largo, pero ahí vamos.
Aceptación de mi cuerpo con discapacidad y de cómo la pandemia me transformó
Si ser mujer en este sistema patriarcal es difícil, ser una mujer con discapacidad lo es aún más por las narrativas que hay en torno a nosotras: que estamos incompletas, que ser usuaries de silla de ruedas, andadera, muletas o prótesis no es bello (según los estándares de belleza) y, por lo tanto, deberíamos sentir vergüenza.
Y es que aunque quienes vivimos con alguna discapacidad somos mucho más que eso, la realidad es que la discapacidad sí define nuestro modo de vida, salud, el trabajo que tenemos, los lugares que frecuentamos. Por ejemplo: ¿cuántas calles de tu ciudad están hechas para la gente usuaria de silla de ruedas?
Yo crecí negándome a aceptar lo que era diferente en mí y mi aspiración era verme igual que las demás. Me daba pena que me vieran. Cubría con playeras o camisas de manga larga la prótesis de mi brazo; y también la de mi pierna. Siempre en mi intento de engañar al mundo viéndome «casi normal».
¿Quieres aprender sobre inclusión? Sigue a estas 4 mujeres mexicanas con discapacidad
Pero el año pasado algo cambió. Con la pandemia llegó el home office, así que dejé de usar la prótesis de mi brazo. Me sentía tan ligera que me acostumbré a esa sensación de comodidad.
Años atrás, dejar de usar mi prótesis del brazo era casi imposible. Me acostumbré a llevar esa carga de 3 kilos que no era funcional, pero me servía para disimular que no tenía brazo.
Porque además de tener un cuerpo sin dos extremidades, este sistema constantemente me decía que también tenía que disimular la panza, la cicatriz, los pliegues de mi piel, las ojeras…
«No puedo morirme y pensar que no merezco sentirme cómoda conmigo misma, no puedo seguir pensando en el qué dirán», me dije. Entendí que las diferencias físicas no se disimulan, se aceptan, se aman.
Y decidí hacer las paces con esas partecitas de mi cuerpo que no me gustaban tanto. Perdonarme por todas las veces en que dudé de mi y también agradecer a mi cuerpo todo lo que ya hacía por mí. Acepté el reto de amarme, aunque haya algunos días mejores que otros.
Tenemos que hablar de las discapacidades invisibles
Hace unas semanas, una sesión de fotos me permitió vivir una experiencia diferente con mi cuerpo. Sentirme una mujer libre, divertida, sexy. Modelar para esta sesión me corroboró que la sensualidad va más allá del físico, es un sentimiento.
¿En qué momento olvidamos que nuestro valor no depende de la ropa que usamos, de nuestro tono nuestra piel o de la forma de nuestros cuerpos? NADA nos hace incompletos, incapaces o imperfectos. Nosotres no nacimos para escondernos, el sistema es el que tiene que cambiar.