Recuerdo que tenía alrededor de 13 años cuando noté por primera vez mis vellos en la axila. Eran de un tono café claro, delgados, casi imperceptibles. Sin embargo, en el momento en el que los descubrí se convirtieron en una angustia para mí. ¿Hace cuánto que estaban ahí? ¡¿Alguien ya los había notado?! ¡¡¡¿Tendría que depilarme con esa dolorosa cera caliente?!!!
Al final –y contra el consejo de mi madre que me dijo “Espérate, no te los quites todavía, ni se te ven”– opté por deshacerme de mis tres inofensivos vellos con un rastrillo y resolver cuanto antes el “problema”. Así fue como inicié, al igual que muchas otras mujeres, un ritual de eliminar aquello que sobraba, que la naturaleza había puesto ahí por error.
Obviamente jamás me cuestioné por qué los hombres no debían hacerlo. Asumía que era un tema de masculinidad y femineidad, dos conceptos que regían la sociedad en la que crecí y que, hasta donde sabía, eran de lo más normal. Las niñas íbamos en falda a la escuela y los chicos en short. Las mujeres jugábamos a brincar la cuerda mientras los niños futbol. LAS NIÑAS NO TENÍAN PELOS EN AXILAS, los hombres sí. Fin de la historia.
El tiempo pasó, crecí y fui conociendo las cremas para depilar, la cera caliente, las tiras de cera fría y hasta la técnica láser. Miles de pesos y tiempo invertidos en adecuarme a un estereotipo de femineidad con el que no necesariamente estaba de acuerdo, porque me daba cuenta de que si no era por la presión social, yo realmente no sentía la urgencia de rasurarme.
En la intimidad de estar conmigo misma podía pasar días y semanas sin tocar el rastrillo y no me molestaban en absoluto mis vellos en la axila. No me parecían feos, ni asquerosos, ni antihigiénicos, ni poco femeninos. De hecho, hasta me gustaban, pero no podía evitar preguntarme «¿qué van a pensar los demás?». Suena tristísimo, pero romper con los prejuicios y estereotipos es jodidamente difícil, no sólo con las personas, sino con nosotras mismas.
No digo que todas las mujeres tengan que dejarse crecer los pelos de la axila, eso es elección de cada quien, pero al menos pienso que sí tenemos la obligación de cuestionarnos el porqué y sentir que existe la opción de tomar una decisión motivada genuinamente por lo que queremos, y no por un estereotipo que surgió alrededor de los años 20 haciéndonos creer que el vello era algo asqueroso de lo qué sentirnos avergonzadas.
Ahora me rasuro cada vez menos… y también me preocupo menos. No tengo problema con que mis papás, novio o amigos cercanos sepan y vean que ando por la vida al natural, pero decir que estoy totalmente liberada y puedo mostrar mis vellos en público sin preocuparme sería una hipocresía.
Próximamente tengo una boda en la que estará presente mucha gente que conozco, amigas y amigos de la infancia, y me pregunto ¿me atreveré a ir sin depilar? ¿Será ése mi debut oficial de pelos ante la sociedad? La realidad es que no lo sé, hasta el momento todo en mí me dice que lo haga, que deje de preocuparme por el qué dirán y que baile «No rompas más mi pobre corazón» levantando el brazo hacia el cielo orgullosa, velluda, empoderada, feliz.