El problema del ‘amiga, date cuenta’ y que no se dé cuenta (ni tú tampoco)

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Hay frases del internet que pasan al mundo real, solo que de forma menos graciosa. El «amiga, date cuenta», que podría ser solo un chiste de Twitter o un meme que se riega en los chats cual tíamandapiolines, es en realidad algo que ocurre todo el tiempo.

Querer ayudar a una amiga que no se deja me ha hecho sentir una frustración diferente a otras. No se parece a un fracaso profesional, tampoco a no superar una relación amorosa, a que tener prisa y el Uber se pierda en el camino a recogerme o a que se vaya el tren por llegar tarde a la sala de abordar por estar comprando papitas (obvio, me ha pasado).

Es diferente porque mis amigas suelen ser mi refugio, son personas inteligentes, que me conocen —a veces tanto como yo misma—, que me han regañado cuando la cago, que tienen la paciencia de escuchar hasta mis problemas más ordinarios, que si pido ayuda, ahí están para lo que sea. Por años yo he correspondido a estas maravillosas atenciones con el mismo o un mayor empeño.

Pero, ¿qué ocurre cuando le digo «amiga, date cuenta» y NO se da cuenta? He llegado a tres escenarios, uno menos alentador que el anterior.

Desgaste constante de la amistad

No creo ser una persona rencorosa, mucho menos con mis amistades. Sin embargo, ha habido momentos en que el «amiga date cuenta» ha dañado alguna relaciones.

A veces la amiga acude a pedir ayuda sobre qué debe hacer, si dejar al hombre casado con el que sale o seguir con él: «Déjalo, no necesitas eso en tu vida». Una amiga pide luz para separarse de su marido que la ha endeudado, no le ayuda a cuidar a los hijos y, además, la engaña: «No te preocupes, yo te ayudo a pagar el abogado, pero aléjate ya de ese hombre». Otra más, me pide empleo porque su trabajo es tóxico, le pagan poco y odia ver a su jefe todos los días: «Puedes trabajar conmigo y busco que te paguen más».

Poco tiempo después, la amiga sigue saliendo con el casado y hasta le presta dinero (que no sabe ni cuándo le pagará). La segunda amiga ya está pensando en regresar con su esposo engañador y retirar las demandas hechas por el abogado. La tercera me dejó botado el trabajo porque, aunque el que tiene es un ambiente tóxico, prefiere seguir ahí.

Conclusión: «¡¡¡arghhhhh!!!».

A ninguna la he dejado de querer, pero he tenido que tomar distancia de ellas (por un tiempo), de sus problemas e intentar que ya no me afecte.

Dejar de estar 100% comprometida

Ante la impotencia de intentar ayudar sin éxito, en ocasiones la solución ha sido desistir salvar a ese alguien.
Si la amiga desea vivir así, tal vez deba dejarla ser. Esta es una situación compleja porque tampoco puedo juzgar del todo a quien lo vive, ya que también he estado en situaciones en las que soy esa amiga que no se da cuenta.

Muchas veces he escuchado y comprobado que el mejor consejo es simplemente apoyar con la presencia, abrazar, escuchar, sanar con una buena conversación. Pero, ¿qué ocurre cuando esa amiga desesperada me insiste con «es que no sé qué hacer» y pide desconsolada un consejo? Es un punto crítico en el que apelo a los poderes sobrenaturales, cuando invoco al dios de la razón y el sentido común –con el que a veces ni yo misma entro en contacto– y le digo algo que la reconforte. Aunque esto resulte inútil después.

El apoyo suele ser simplemente un consejo, pero hay ocasiones en que esto ha ido más allá e involucra parte importante de mi tiempo, de trasladarme lejos, de poner recursos… Y en realidad no son sacrificios, son cosas que hago por la gente que amo. Al verme decepcionada como en los casos anteriores, la pregunta que me sigo haciendo es: ¿vale la pena el esfuerzo?

Cuando tú eres la amiga que no se da cuenta

Repetir una y otra vez «amiga, date cuenta» es tal vez verme reflejada en alguna etapa de mi vida. Porque también he estado ahí: tomando las peores decisiones, haciendo todo mal, implorando que alguien me lance un rayo amigadatecuentificador, me ilumine y decir que sí, que ahora sí me voy a salir de ese problema. Y el efecto esclarecedor me dure dos días. Y vuelva a caer.

Por todas esas veces que he sido la amiga que no se da cuenta es que sigo siendo la amiga que hace como que no se da cuenta de que su amiga no se da cuenta. ¿Me explico? Y caigo de nuevo en salvar a quien no se deja. Es una espiral de la que una no deja de caer, es caminar en círculos. Es un proceso vicioso que se puede ver desinteresado, pero a lo mejor es tan egoísta que lo realizo porque quiero que ese alguien a quien ayudo esté ahí para mí cuando lo requiera.

Así, ser la amiga que no se da cuenta o la que dice «amiga date cuenta» pueden ser la cara de la misma moneda. A veces cae de un lado más brillante, a veces del más opaco.

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