Y sí, así aprendí a jamás darle la espalda a una amiga embarazada

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amiga embarazada
Foto. Daria Shevtsova

**Texto: Alexandra S.**

Ginna fue la primera de nosotras en quedar embarazada. Estábamos en nuestros veintes, ya más cerca de los treintas. Éramos un grupo de 5 amigas, que disfrutaban quizá un poco demasiado de la bebida, la fiesta, el cigarro y los galanes. Así que cuando Ginna se embarazó, primero nos emocionamos mucho y le echamos porras, pero luego, poco a poco, la fuimos expulsando del grupo.

Por casualidades de la vida (o quizá no tanto) todas en el grupo venimos de familias más o menos disfuncionales. Nos conocemos desde muy jóvenes, así que el vínculo de confianza entre nosotras es muy fuerte. No tenemos secretos y todas conocemos a la perfección (con un lujo de detalles que resulta impúdico) nuestras andanzas y romances.

Con Ginna, mi amiga embarazada, había veces en que no nos dábamos cuenta de que hacíamos comentarios fuera de lugar. Otras, la mayoría, éramos abiertamente excluyentes. Una de nuestras frases favoritas era: «Nosotras todavía no estamos en esa etapa, amiga». La usábamos para intentar explicarle por qué no queríamos que fuera con su bebé a nuestras reuniones, o por qué preferíamos ir a cenar a cualquier restaurante, en lugar de visitarla en su casa. Eso sí, cuando se desaparecía por temporadas, le hacíamos reclamos: «Ya ni para qué te invitamos, si de todos modos no vas».

Reflexión a la distancia

Yo me fui de la ciudad tiempo después y el grupo, aunque todavía en contacto, dejó de reunirse con frecuencia. A la distancia, al conocer a otras personas, empezar a construir relaciones diferentes y ampliar mi muy obtusa mirada, me di cuenta de lo egoísta y malísima onda que fui.

No me porté a la altura de las circunstancias. Lo que mi amiga necesitaba desde el momento en que nos compartió con alegría la noticia, era la misma alegría genuina por parte de las personas que se supone eran las más cercanas. Y más importante aún: necesitaba alguien que la apoyara.

Mi amiga tenía que tener alguien que le hiciera saber que esa revolución de sentimientos que la inundaban era normal. Tener un espacio donde desahogarse, quejarse de su marido (quien por el contrario, fue el único que sí la acompañó durante todo el proceso), sacarse los zapatos y lamentarse de sus pies hinchados, expresar el terror que estaba sintiendo sin sentirse juzgada, hablar de sus expectativas, de qué quería para su bebé, de cómo se lo imaginaba y el nombre que le gustaría ponerle. Y para eso no se requería alguien que «estuviera en su misma etapa», solo necesitaba amigas.

Nueva etapa

Cuando el bebé llegó, Ginna obviamente se dedicó a cuidar del nuevo integrante de su familia y, de vez en cuando, nos acompañaba en alguna de nuestras reuniones. Pero poco a poco, fue dejando de asistir.

Estando tan enfocada en mis propios intereses, gustos y aficiones, poco tiempo me daba para pensar en los de otras personas. Al ser los de mi amiga en este caso, tan divergentes de los míos, pues menos atención les ponía (shame on me).

Mi amiga embarazada, al igual que muchas mujeres, vivió el proceso de gestación y primeros años de crianza sintiéndose muy sola. El momento en que compartió -alegre e ingenua- la feliz noticia de su embarazo, muchas «amigas» que en realidad solo eran compinches de fiesta, desaparecieron de su vida.

Cuando reflexioné en todo esto (¡afortunadamente!) me di cuenta de que yo no deseo en mi vida relaciones así. No quiero rodearme de personas que solo están presentes cuando compartimos intereses comunes y que se desvanecen en cuanto hay un cambio de ritmo, de vida, de decisiones. Decidí que no quiero (solo) compinches para salir de fiesta. Pero más aún, y lo más importante, decidí que yo no quiero ser una persona así. Me rehúso a seguir estando pero sin estar.

Empecé a hacer llamadas, a retomar el contacto, a hacerme presente. A decir «¡hey, acá estoy!» y a escuchar cuando hace falta.

Lo que ahora deseo

Quiero, espero, y me esfuerzo en ello, en construir relaciones de amistad entre mujeres distintas, sin juicio, sin competencia, sin miedo. Y mi único deseo y expectativa ahora es que todas tengamos la oportunidad de compartir con personas, con mujeres, con amigas, que respetan, acompañan, apoyan, escuchan, aconsejan, abrazan y hasta reprenden si hace falta. Ojalá siempre estemos acompañadas, que nunca nos dejemos solas. Espero que todas sepamos ser amigas y, sobre todo, que yo siempre sea amiga.

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