Las putas fisuramos el mundo, también el 14 de febrero

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«¿Oye mamita y no me haces descuento por ser Día del Amor? Vamos a pasarlo rico» Nos preguntan los chamacos calientes ávidos de acción. Sobre la Calzada de Tlalpan de la Ciudad de México los hoteles están a su máxima capacidad. Mientras Cristal, Yadhira y yo le compramos un Nescafé bien cargado a los ya famosos bicicleteros que salen a chambiar, igual que nosotras, desde bien tempranito en las miles de calles de esta ciudad monstruo.

Afuera del hotel Econo Express, ese que durante mucho tiempo fue testigo de un chingo de servicios que dimos a clientes en nuestra trayectoria artística como pirujas. Hoy es el mismo hotel que nos niega la entrada por ser pederas y escandalosas, de vez en cuando los guardias de seguridad, tímidos y temerosos, salen a callarnos porque hacemos mucho ruido y con tanta gritadera no dejamos dormir a los huéspedes. Pero esa madrugada no parece ser una de descanso: entran y salen parejas, las morras con su ramo de flores, los vatos abriéndoles las puertas de los autos. Si supieran que muchos de sus caballerosos acompañantes encuentran siempre formas ingeniosas de escabullírseles el resto del año y venir a contratarnos pidiendo cosas bien raras (que les metamos un consolador en el culo).

Pero nosotras no perdemos la esperanza. Sabemos que la noche aún es joven y siempre llega un pobre despistado pidiendo compañía de afectos pa’ no pasar esa fecha en soledad. Algunos te dicen «no quiero coger mija, nomás quiero platicar y pasar un buen rato». La mayoría de las veces terminan pagando más, porque obvio sí se quieren venir, nomás que disfrazan sus ganas con la ritualidad de la compañía pa’ sentirse menos culpables de contratar a una cariñosa.

Natalia Lane | Fotografías: Santy Mito 

Hay una idea allá afuera de que los clientes que nos contratan son tipos desagradables, sin higiene y «poco atractivos», lo que sea que eso signifique; que no tienen otra alternativa que disponer de nuestros servicios porque no pueden conseguir “algo mejor”. Uy mijas, si supieran los Adonis que las putas nos hemos comido. Se morirían de envidia.

Y es que las putas andamos fisurando el mundo sin darnos cuenta. Ponemos en jaque las jornadas laborales porque nosotras trabajamos cuando se nos da la chingada gana, unas veces más motivadas que otras. Otras con más urgencia de varo que otras, como le pasa al resto de la clase trabajadora y pobre en este país, pero siempre con la convicción de que aquí las que mandan somos nosotras.

Las cariñosas ponemos las reglas en las calles, con los clientes y hasta cuando una nueva llega a pararse en nuestro territorio. Porque si en algo somos expertas las travestis callejeras es marcando fronteras y límites en los puntos (así les llamamos a las zonas donde chambeamos).

Poco estamos interesadas en hablar de lo que el feminismo blanco ha nombrado como «responsabilidad afectiva» o «autocuidado». Porque los afectos y amores pasan por otra carne cuando eres trabajadora sexual de calle.

Mucho tiempo me esforcé en transmitir esos afectos en los espacios feministas hasta que me cansé y entendí, al fin, que ahí no era. Que quizás nunca fue ahí. El amor para muchas putas está en otras ritualidades: en bufar a la hermana travesti que la burletió el chacal y le robó dinero; en un buen pasón de perico en el after después de chambiar todo el fin de semana; en despotricar veneno contra la que nos cae mal, porque si ella tiene pedos con mi amiga, entonces también tiene pedos conmigo y hasta donde tope. Tiramos esquina y si alguna otra se mete saltamos porque la bronca es de dos.

Natalia Lane | Fotografías: Santy Mito 

A veces he sentido más honestidad en el abrazo de otra prostituta que del mayate que según le parezco bonita y haría lo que fuera por mí. Porque cuando una travesti callejera llora contigo sabes que es real, porque le duele la misma herida. No hay forma de que salga ilesa cuando una recuerda su propia historia puteril.

Esto, por supuesto, no quiere decir que no anhelemos tener un amor agarraditos de la mano y pasear por el parque o la plaza con un –hombre bueno– que nos quiera. ¿Por qué tendríamos que sentirnos mal por admitir que también aspiramos a eso?

Luego platico con mi amiga, Muñeca Aguilar, una cantinera de Mérida que al igual que yo lleva muchos años en el talón y nos entra la nostalgia de novios pasados y el anhelo de una pareja que nos vea como nos vemos entre nosotras mismas. De corazón deseo que algún día llegue para alguna de las dos, a ver si así se nos quita la amargura travesti.

Insisto en esto de que las putas fisuramos la vida, porque encontramos en esas grietas de clandestinidad muchas posibilidades de libre albedrío.

Por supuesto que si esto lo lee una feminista blanca/abolicionista no podrá entender la agencia que construimos cuando elegimos el trabajo sexual como una decisión de vida, como un proyecto de vida. Para ellas siempre seremos las malas víctimas explotadas.

Natalia Lane | Fotografías: Santy Mito 

Paradójicamente las trabajadoras sexuales no tenemos jornadas de trabajo convencionales, pero tampoco tenemos familias normales, ni maternamos, cuidamos y sostenemos a nuestras familias de la misma forma que aquellas no se dedican a la taloniada. Trabajamos en la noche y dormimos de día, algunas ni siquiera duermen. Por eso digo que las putas fisuramos el amor y los afectos, pero no me refiero solo al amor en pareja heterosexual o a la monogamia como la única forma de crear vida en pareja. Hablo de lo que entendemos por amor desde nuestros propios términos.

Las taloneras travestis hemos encontrado en las calles nuestras propias formas de re-existir en el amor que nada tienen que ver con el amor propio, la sororidad por ser mujeres o la romantización de nuestros vínculos.

A veces nos peleamos y nos dejamos de hablar por semanas, porque el horno no siempre está para bollos y cuando una está emputada y no ha caído cliente lo que menos queremos es estar cerca de otra callejera. ¿Pero saben qué es lo más curioso de eso? Que al final de cuentas siempre volvemos a nosotras mismas.

Ya he perdido la cuenta de las veces que Yadhira, Cristal, Muñeca y muchas otras más nos hemos distanciado y lastimado ¿y saben qué? Eso no importa. Yo las amo y ellas me aman, a sus formas imperfectas e inentendibles para el feminismo mainstream.

Por lo pronto aquí vamos a seguir aferradas afuera del Econo Express. El año pasado las pirujas metimos una queja ante la Comisión de derechos humanos porque no nos dejaban pasar a ese mugre hotel para atender a los clientes. Esos que este 14 de febrero hacen como que no nos ven cargándole los bolsos a sus parejas, pero que nos contratan el resto del año.

Tuvimos reunión con los abogados del hotel y ahí si nos defendimos como gatas boca arriba. Porque para defender la calle y a nosotras mismas, para eso nos pintamos solas. Y eso también es fisurar el mundo, eso también es fisurar el amor.

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