Empezar enero sin dietas como una forma de resistir en una sociedad repleta de gordofobia y que insiste en hacernos creer que nuestra «mejor versión» es ser delgadas.
No sabría decirles si es porque soy géminis o la más chica de mi casa, pero mi día favorito del año es mi cumpleaños; y mi época consentida, la Navidad, el Año Nuevo… y estirar la felicidad hasta el Día de Reyes.
Este fue uno de los múltiples aspectos por los que ser gorda hizo que mi niñez terminara tempranamente. Mis deseos para iniciar un nuevo año solían ser «recoger mi cuarto, hacer mi tarea y obedecer a mi mamá», hasta que a los 12 años —con el cambio de milenio— por primera vez incluí entre mis propósitos «hacer dieta y bajar de peso».
Con el tiempo dejé de escribir mis propósitos pero aún así cada año me proponía iniciar enero con la siguiente dieta milagrosa, aunque probablemente la anterior se hubiera acabado alrededor del Día de Muertos.
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Desde entonces, las celebraciones de Navidad y Año Nuevo comenzaron a llenarse de ambivalencia. Algo que antes disfrutaba ahora venía acompañado de una sombra gris, «el fantasma de la restricción esperada».
El origen de los atracones está en la restricción
Las celebraciones navideñas, por su naturaleza, vienen acompañadas de múltiples platillos y postres deliciosos. Aunque creo que siempre comía «de más» con la idea de que era solo una vez al año, los verdaderos empachos y atracones comenzaron cuando fui consciente que, después de esta época, lo que vendría sería hacer dieta en enero.
Probablemente no quería una rebanada más de fruit cake, pero el 8 de enero mi único postre iba a ser media toronja; me repetía «mejor ahora que nunca» y caía en dinámicas extremistas de comer todo todo o nada .
Hoy me pregunto: ¿cómo es que entonces esperaban que separara mis emociones del alimento si desde ahí se creaba una fuente inagotable de ansiedad?
Ser mejor NO significa ser más flaca
Socialmente, los propósitos de Año Nuevo tienen como objetivo «ser mejor». Al proponerme cada año perder peso, así, sin medias tintas, sin hablar de salud, sin pensar en bienestar, sólo pensando en deshacerme de kilos, lo que mi cerebro entendió fue que la mejor versión de mí solo podía ser más delgada, una versión que yo no conocía y anhelaba.
Al mismo tiempo, crecí creyendo que solo sería merecedora de todo lo que anhelaba hasta que me deshiciera de todos los kilos que cubrían a la «mejor versión» de mí misma.
¿Éxito laboral? Necesito estar más delgada para verme maravillosa en los trajes sastre que se necesitan para triunfar. ¿Una pareja? Necesito estar despampanante para conseguir un novio. ¿Familia? No voy a embarazarme gorda.
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Este sistema nos hace creer que debemos poner nuestra vida en pausa hasta que seamos delgadas, «mejores», hasta ese momento al fin seremos merecedoras de la vida que tanto deseamos.
El peligro de la promesa de la delgadez y el porqué de enero sin dietas
Lo peligroso de los estándares de belleza, impuestos en la sociedad a través de los medios masivos de comunicación y ahora por las redes sociales, es que se enraízan tanto que al final se vuelve creencias que parecen ser inamovibles, verdades incuestionables.
Mucho antes de que alguien pudiera decirte que ciertas situaciones, cosas o experiencias estaban fuera de mi alcance por ser gorda, yo ya lo sabía. Porque todos los mensajes a mi alrededor dejaban claro cuál era supuestamente mi lugar: vivir a dieta y asumir las consecuencias y no disfrutar de los privilegios de ser delgada.
Enero sin dietas y contra la gordofobia
Enero y su gordofobia era un mes devastador para mí. Por un lado, se supone que tenía que empezar con toda la energía y motivación, aunque en realidad estuviera triste. Hasta que un día comprendí el motivo de esa tristeza: ¿cómo podría estar contenta si mi propósito principal era hacerme más feliz haciéndome más pequeña?
No pedía salud, paz, felicidad ni siquiera alguna de las cosas que soñaba para mi vida; pedía delgadez, que me quitaran kilos del cuerpo sin importar cómo. Y todo porque crecí en una sociedad que me había enseñado que TODO lo que quería se obtenía de esa manera, que todo lo que esperaba iba a llegar a mí en el momento en que fuera flaca, y que —como diría Maquiavelo— el fin justificaba los medios.
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Ahora me pregunto cómo es que me aferré tanto a algo que en realidad me causaba ansiedad y tristeza. Este año fue diferente. Empecé el 2022 con 33 años y cero dietas dentro de mis propósitos.
He entendido que no soy mejor o peor según el número de kilos que marca la báscula. He decidido creer que puedo mejorar la relación con mi cuerpo desde la salud, el bienestar y el amor.
Me niego a dejar de sentir más que amor y felicidad por la Navidad y sus brillos, y porque el propósito principal de este año será dejar de poner a mi cuerpo como un «pretexto» para luchar y obtener las cosas que quiero, porque se vale tener miedos, pero lo que me toca es combatirlos a ellos y no a mí.