Así ha sido mi camino en el amor como mujer trans

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Irene Valdivia nos cuenta cómo desde su transición ha estado en un camino para explorar el amor como mujer trans y cómo ese proceso ha influido en su autopercepción

Por: Irene Valdivia

Alrededor de cinco años en transición, y una afición por usar Tinder (…y Facebook  Parejas, Bumble, OK Cupid y hasta Grindr), me dieron una experiencia  amplia teniendo todo tipo de citas y todo tipo de hombres. 

A veces miro atrás y pienso en mi vida romántica como un videojuego. El  primer avatar que usé, que era masculino, me hizo jugar en modo fácil. La vida romántica de un adolescente que se identificaba como gay tenía sus propias complicaciones, pero cambiar mi avatar por uno femenino fue como pasar a modo survival

Conforme avanzaba en el  juego iba desbloqueando las relaciones, tenía que evadir a rivales y recoger monedas de oro en el camino. Antes de subir de nivel, me enfrenté al antagonista, al que no quería que pasara al siguiente peldaño. 

Jugando en modo ¿fácil? 

Para explicar cómo ha sido tener citas con hombres siendo una mujer trans, necesito regresar 10 años, a cuando tenía 15. 

Mi avatar era el de un chico alto y flaco, con manerismos femeninos y metalero, que se nombraba gay. A veces todo se sentía  contradictorio, empezando con mi relación con la palabra gay.  

Sabía que me  gustaban los hombres. También que, para todas las personas, yo era hombre, así que eso significaba ser gay. Había un problema: a los hombres que me gustaban no les gustaban los hombres. Y a los que yo les gustaba, a mí no me interesaban.

Esto no significaba que solo me gustaran los hombres. Al mismo tiempo que la  etiqueta gay daba vueltas por mi cabeza, sabía que las mujeres también me atraían. Intenté tener novias y actuar como lo que veía que era la idea de un novio y simulando masculinidad (cualquiera que me hablara por cinco minutos conmigo notaba que era fingida). 

Estas relaciones con mujeres que terminaron tan pronto como empezaron me hicieron entender que mi problema era que no quería ser leída como el hombre de la relación. Por eso omití esa atracción y recurrí a un estereotipo homofóbico: ser la mujer de la relación. 

Mientras los hombres gay a mi alrededor ya reflexionaban la falsedad de tal  categoría en sus relaciones y su carga ofensiva, a mí me daba un confort ser reconocida desde la feminidad, por ser “menos masculina” que mis parejas. Mi refugio eran los estereotipos. 

Mi primer amor

Brinquemos dos años a la última relación que tuve siendo un chico, con las palabras  que tenía en ese momento para mí. 

Yo estaba completamente enamorada de A, mi primer amor, quien al inicio no tenía conflicto con mi feminidad. Sin embargo, fue él quien me dio el empujón diciendo: “a veces no siento que esté con un hombre cuando estoy contigo”. Y yo me di cuenta de que no era cosa mía, las otras personas lo notaban. 

Palabras más, palabras menos, y anécdotas para otra historia, él me acompañó al  transicionar, pero eso me alejó del cuerpo que a él le gustaba, además de que no quería tener novia, siendo un hombre gay. 

Terminamos y así concluyó el nivel en el que estaba y pasé a otro: los hombres heterosexuales. 

Cambiando al modo survival 

Inicié la universidad con un nuevo nombre y una apariencia distinta, en un lugar donde no me conocían. ¿Por qué no conocer personas totalmente nuevas? Nada podría salir  mal. 

ERROR  

Las pocas (quizá, nulas) referencias de relaciones sanas entre mujeres trans y hombres cis que tenía, el poco tiempo que tenía en transición, y por tanto la pobre  autoestima que tenía entonces, me hicieron tener límites muy bajos, y me metieron en dinámicas de pareja en las que habría querido no estar. Entre ellas, volver al  clóset. 

Lo peor de esto era que no estaba regresando a MI clóset, sino entrando al de alguien más. Los primeros hombres que conocí por apps de ligue eran los que nunca habían estado con una mujer trans, pero sentían curiosidad por ello, y los que específicamente buscaban mujeres trans.  

Dos tipos de parejas

El primer grupo llegó antes. Hombres que casualmente habían sentido atracción por mí, que no se habían planteado sentir atracción por una mujer trans, y que no tenían las herramientas que yo había generado para mí durante años viviéndome desde la  homosexualidad. 

Ellos preferían encontrarnos en secreto (digo, en privado), en lugares lejos de la ciudad o directamente en casas u hoteles. Cuando  eran hombres con quienes compartía círculo social, regresaba a la conocida  dinámica de escape gay: “somos amigos”. Es más: “ni tan amigos. Más bien conocidos que coinciden en el mismo café.” 

Me acostumbré a sentir  que mi pareja tenía vergüenza de estar conmigo, y que era normal. En  ocasiones la dinámica evolucionaba a “sí quiero estar contigo, pero si no tengo novia  van a sospechar, entonces tendré una novia públicamente y a ti te veré en secreto,  para disimular». ¡Y claro que aceptaba! 

En mi cabeza tenía suerte de que un hombre quisiera estar conmigo, aunque fuera a medias, porque creía que era indeseable  por ser trans. Ver que la tranquilidad con que podían salir con mujeres cis yo no podía ofrecerla me generó un sentimiento de culpa, con la que concluí que merecía  sólo ese formato de relación. 

El siguiente paso fue conocer hombres que después supe que en la comunidad llaman chasers: los que buscan mujeres trans… desde un fetiche. En la mitad  de mi transición, siendo mucho más segura de mi apariencia, y de lo tóxicas que  eran las relaciones que había formado anteriormente, me encontré con ellos. 

Estos hombres no tenían conflicto en ser vistos conmigo en un bar, no temían conocer  a mis amigos, no temían darme la mano en la calle, pero me deseaban en un cuerpo con un formato que tenía tiempo de caducidad. 

Aquí quien lea podrá pensar “A esta mujer ningún chile le embona y para todo tiene un ‘pero’”. Sin embargo, eran ellos los que dejaban de tener interés en mí cuando hablábamos de límites sexuales, cuando llegaba el momento de plantear que mi genitalidad no iba a estar involuvrada en la relación sexual o mis planes para modificarla. 

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¿Entonces qué sigue? 

Sigue la serendipia. Lo que llega cuando no buscas nada. Las oportunidades que llegaron  cuando menos las esperaba. 

Siento como si apenas empezara a salir realmente siendo plena, porque finalmente  entendí la combinación de comandos con los que debía jugar. 

Siguiendo con la metáfora de los videojuegos: se siente como cuando terminas un juego y puedes volverlo a empezar, pero ahora con todas las herramientas que obtuviste al  completarlo.

Desde el chico bisexual que me conocía pretransición y decidió invitarme a salir cuando nos reencontramos y yo ya era yo, hasta el  chico hetero que me dijo “olvidé que eras trans” y que yo le gustaba por ser yo y no  por ser trans o por no parecerlo.

Pasando por el chico que me dijo “Si a mis padres no les parece,  ese es su problema, tú a mí me gustas” y por descubrir y asumir que estoy enamorada  de otra persona trans, permitirme vivirlo, hacerme preguntas de mi deseo y de mí misma desde otra posición, y vivir el autodescubrimiento. 

Estar conmigo por mí

La vara ha ido subiendo. Aún sigo aprendiendo qué preguntas hacer para ubicar los  focos rojos, pero ya no me siento en ceros.  Aprendí a distinguir cuando alguien está conmigo por mí, de cuando están por una característica mía. 

Estoy aprendiendo a aceptar la forma en que aman otras personas, pero que eso no significa conformarme con migajas. También a evitar que la disforia sabotee mi placer, y a vivir mi cuerpo desde su presente, y no desde el deseo de su futuro. 

Lo más importante es que aprendí que quien me amará, me amará trans, porque yo me amo  trans.

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