«Vulva» es una palabra poco común en nuestro vocabulario y muchas ni sabemos qué significa. Estos dos libros sobre la vulva son indispensables .
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“Verga”, dice tu interlocutor. La palabra se engendra con violencia y penetra el aire hasta llegar a tu cabeza. La verga te parte las ideas, las interrumpe con una imagen tridimensional. Te incomoda.
¿Es agresivo decir “verga”? Quizá lo sea todavía más cuando es una mujer quien pronuncia la palabra. ¿Por qué? En nuestra sexualmente estreñida sociedad, una mujer que piensa en vergas de forma voluntaria es sucia. Una mujer que suelta la verga al aire es controversial. Tal vez porque se le percibe más libre para hacer con su lengua lo que quiera.
Hay, como suele suceder, un sesgo de género cuando decimos “la palabra con v”. Pensamos, en automático, en el falo. Es la imagen dominante, porque la escuchamos, la pensamos, la repensamos y la vomitamos seguido, pero hay otra palabra con v que resulta todavía más amenazante. Está enterrada bajo nuestras lenguas. Ni los más valientes se atreven a lanzarla a la mitad de una conversación política: “vulva”.
La vulva no es un hueco
Como nos recuerda la tallerista y experta Alicia Delicia, la vulva es la parte exterior del órgano sexual femenino, al que erróneamente llamamos vagina. La vagina es sólo el hueco que une la parte interna con la externa de nuestro órgano sexual. La vagina es aquel orificio por donde menstruamos, tenemos hijos y penetración.
En cambio, a la vulva la conforman nuestros labios interiores y exteriores, la uretra, las glándulas Anarcas, la próstata y, por supuesto, el clítoris: el órgano hedonista.
Cuando en la escuela nos enseñaron a decir vagina en lugar de vulva (si es que nos enseñaron a nombrarnos siquiera), nos obligaron a olvidar uno o varios detalles: que la vulva no es un hueco y que las mujeres también estamos hechas para sentir placer.
Freud y luego sus compinches escribieron toda una teoría psico-mágico-sexo-cultural alrededor del falo, pero hablar sobre las vulvas sigue siendo escandaloso y motivo de represión.
¿Si la mitad del mundo trae una vulva colgando del cuerpo, por qué es tan difícil nombrarla? ¿Cuántas veces hemos leído sobre la influencia de las vulvas en el comportamiento humano? ¿En la creación de la cultura? ¿Cuántas veces hemos leído libros sobre la vulva?
Libros sobre la vulva
El fruto prohibido
Liv Strömquist escribió lo siguiente en su libro El fruto prohibido (Reservoir Books, 2018): “La diferencia entre la culpa y la vergüenza es que la culpa se siente por algo que se ha hecho, pero la vergüenza se siente por lo que uno es”.
Las personas con vulva no hablamos sobre ella como hacen los hombres sobre sus penes. A muchas nos ha dado vergüenza nombrarlas porque nos incomoda que existan.
El fruto prohibido es un cómic que nombra y renombra la vulva, que nos ayuda a sacudirnos las telarañas que nos crecieron en medio de los genitales, a apagar la vergüenza y a vivir nuestras vulvas con orgullo.
Señores que inventaron mitos
“Los hombres que estuvieron demasiado interesados en lo que suele denominarse el órgano sexual femenino” es el primer capítulo en el cómic de Strömquist. Resulta que todas esas ideas vergonzosas y repulsivas que sentimos sobre nuestras vulvas fueron mayoritariamente pensadas, masticadas y escupidas por un montón de hombres autoconsiderados expertos en cuerpos ajenos.
Pasando por Aristóteles, Galeno, Kellogg, Jean Paul Sartre y, por supuesto, Freud, la autora desmantela el origen de mitos que todavía nos tragamos. Por ejemplo, Kellogg, además de inventar las Zucaritas, escribió un libro donde explicaba que la locura, la epilepsia y el cáncer en las mujeres se originaba en la masturbación femenina. En el siglo XV, la caza de brujas incluyó la inspección de los genitales femeninos: si las mujeres presentaban “una extraña ubre” oculta, entonces eran brujas.
Y adivina quién dijo que la eyaculación femenina es pipí: ¡lotería! Un machirulo. Strömquist enlista una serie de hombres obsesionados con el chocho, que se encargaron de deformar nuestra autopercepción corporal y de hacernos sentir extrañas e incómodas en nuestro cuerpo.
En los capítulos posteriores, la autora encamina la lectura hacia la reconciliación con nuestras vulvas y la definición de la sexualidad femenina por derecho propio.
¿Quién dijo que las mujeres sentimos menos deseo sexual que los hombres? ¿Sabías que el tamaño del clítoris se descubrió en 1998? ¿O que la palabra “tabú” viene del polinesio tupua que significa menstruación? El fruto prohibido es un libro que te hace sentir acompañada y cómoda como ser vulvante.
Vulva. La revelación del sexo invisible
¿Por qué encontramos penes por todos lados pero si decimos vulva no sabemos qué imaginar? Mithu M. Sanyal deshila la historia de nuestras vulvas en su libro Vulva. La revelación del sexo invisible (Anagrama, 2018).
Leerlo fue un vulvazo, un golpe a mi identidad. La autora escribió este ensayo para visibilizar el órgano sexual femenino. La vulva ha estado presente en el arte, la religión, la política y la música, sin que nos permitamos verla.
Con esta obra, Sanyal da voz a nuestro genital y deja atrás esos tiempos donde solamente los hombres escribían sobre nuestras cuerpas. Las vulvas han sido parte de la historia universal y no precisamente como testigos.
Invisibilizar las vulvas, esconderlas del lenguaje, es también apartarlas del protagonismo que les corresponde en la historia. Sanyal recuerda que históricamente, las diosas vinieron antes que los dioses. La vulva de la diosa griega Baubo era sagrada y se representaba en diferentes esculturas en el S. III. Eva invitó a Adán a conocer su propio cuerpo. Salomé utilizó su desnudez para desarmar el sistema que la oprimía.
Visibilidad a la vulva
Gypsy Rose Lee acompañó sus espectáculos de burlesque con opiniones literarias y políticas, convirtiéndose en un símbolo femenino de desnudez voluntaria que buscaba dar visibilidad y poder a su vulva. Las riot girrrls, representes femeninas del punk, no comenzaban sus conciertos si las mujeres estaban detrás de los hombres entre el público. ¡Las vulvas por delante!
“El desnudo femenino ha sido siempre parte central del discurso contra el orden imperante”. Pensar, hablar, ser vulvas y serlo sin miedo es la revolución no solo sexual, sino cultural a la que el patriarcado tanto teme. ¿Será que por eso las esconde?
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Las vulvas se revelan cuando las pensamos. Mientras me lees, mientras te escribo. Se dibujan en las calles y en las paredes como caracoles. Crecen y abrazan la realidad, que también nos pertenece.
Respiro y repito la palabra vulva para mí misma, intento pronunciarla sin miedo, acostumbrarme a su sonido, a su imagen en mí. A su textura. Agradezco a las autoras que han plantado en mi cabeza la semilla de mi vulva como un órgano que necesito mencionar para recordar que existe.
Vulva. Espero que pronto se vuelva parte de nuestras conversaciones cotidianas. Que sea la “palabra con v” de cabecera, para que la lancemos al aire con todo y clítoris. Para que se adhiera a nuestros interlocutores, como una estrella de mar. Como un mar de carne y hueso que está listo para existir en el aire. Porque ahí abajo no tenemos un hueco, tenemos un mundo y ya es tiempo de que empecemos a nombrarlo.