No, no es procrastinar; postergar lo que nos apasiona tiene otro nombre… y peores consecuencias

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procrastinar
Foto. Keenan Constance

**Texto: Alexandra S.**

Cuando sientes la obligación de hacer cosas que no te gustan, es increíblemente fácil distraerse. De repente caes en la cuenta de que ya pasaron cinco horas, revisaste tus redes 346 veces, viste una temporada completa de tu serie favorita en Netflix y cepillaste a tu gatito un largo rato (true story). Mientras tu trabajo (tarea, proyecto, entrega) sigue ahí sobre la mesa del comedor, tal cual la habías dejado esa mañana.

Eso es procrastinar y es una cosa, pero, ¿por qué muchas veces esto me sucede cuando estoy haciendo algo que de verdad disfruto? ¿Por qué aunque me entusiasma lo que hago termino abandonando y dejando todo a medias? Inicio las cosas con una efusividad frenética y al poco tiempo, no sucede nada.

Viví esto hace apenas unos días (como por centésima vez) así que esta vez decidí hacer algo que normalmente trato de evitar a toda costa y que por el contrario cualquier persona emocionalmente sana suele hacer: Observarme a mí misma.

Y descubrí varias cosas en el proceso.

Por ejemplo, me di cuenta de que me siento terriblemente frustrada de encontrarme con que aún cuando he descubierto actividades que me apasionan, de todos modos me resulta difícil comprometerme con ellas y ser constante.

Una primera idea que se me vino a la mente es que puede ser un tema de, en mi caso, sentirme controlada. Tener que cumplir con tiempos, calendarios y dead lines puede ser bastante fastidioso (porque yo soy antisistema, mueraelcapitalismovivalaanarquíablablabla *teclea llorando por dentro al tener que preparar la declaración anual en los próximos días*), pero tampoco es para tanto.

Entonces noté que va más allá de esto. Después de analizarlo (y observarme), me encontré con una forma silenciosa y horrible de hacerme daño: AUTOSABOTAJE.

El hilo de la madeja

Identifiqué que no me sentía lo suficientemente buena en lo que estaba haciendo, que como siempre me enseñaron que si hacía algo, tenía que ser la mejor y en este caso no lo era, entonces no valía la pena seguirlo intentando. Y muy fácilmente, encontré un montón de pretextos para dejar eso que me hacía feliz.

Inventé un montón de justificaciones súper creativas: “De todos modos hay quien lo hace mejor que yo”, “ni siquiera tengo tiempo para dedicarme a eso”, “tengo cosas más importantes que hacer”… Ahora que las leo he reparado en que ni siquiera son un poco originales.

Pensé que, como mujeres, muchas veces tenemos que pasar tanto tiempo tratando de justificarnos con todo el mundo por cada cosa que hacemos, que a veces lo hacemos con nosotras mismas, de forma automática y sin darnos cuenta. Pareciera que no es suficiente con el montón de barreras a las que nos enfrentamos por el simple hecho de ser mujeres, sino que además, nosotras mismas nos ponemos unas cuantas más.

Recordé a algunas de mis amigas, brillantes y talentosísimas mujeres, que terminaron abandonando proyectos hermosos porque no se creyeron lo suficientemente buenas. Porque alguien les dijo que no eran las mejores, que mejor no hicieran nada. Porque llegó otrx que les enseñó a que no se pensaran más capaz que alguien más. Y así, crecieron (crecimos) con mensajes cruzados que no nos dejan liberar todo nuestro potencial. Que nos hacen autosabotearnos aun sin darnos cuenta.

Resultados nada alentadores

Poco a poco, vamos perdiendo confianza en nosotras mismas, en nuestras capacidades, en nuestros intereses y terminamos abandonando lo que nos gusta, nos inspira o nos hace felices. Muchas veces terminamos sintiéndonos inseguras e incapaces en los diferentes espacios en que participamos. Aunque sean aquellos en los que nos gusta y disfrutamos estar.

Y así, seguimos postergando y justificando. Con un montón de pretextos inventados. Sin darnos a nosotras mismas nuestra confianza. Sin creer que somos capaces. Uf… ¡Pero claro que lo somos!

Después de todo el ejercicio de autobservación que hice durante días (fue extenuante la confrontación, y más cuando es hacia una misma. No es fácil, pero es necesaria… y al final es reconfortante y liberadora, de veras) me di cuenta de que debe volverse una práctica permanente. Es muy fácil dejarse llevar de nuevo por las justificaciones e inseguridades y terminar abandonando cada nuevo proyecto que se aproxime.

Por lo pronto decidí descorchar una botella de vino, poner un buen jazz de fondo y sentarme a hacer eso que tenía pendiente. Digo, si voy a retomar lo que había abandonado, lo haré con estilo, pero también sin expectativas, sin juicios, sin miedos.

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