Tenemos que hablar de la ansiedad.
Hace 6 meses experimenté algo que no le deseo a nadie. Estaba dormida, supongo que en un sueño profundo, y de un momento al otro me encontré en la orilla de mi cama sudando frío y con una extraña sensación que no me permitía dejar de repetir en mi mente las palabras: “Siento que me voy a morir”.
No, no había ingerido sustancias estupefacientes de ningún tipo, ni había sido secuestrada por el Cartel de Sinaloa (si es lo que te estabas cuestionando). Simplemente tuve un ataque de ansiedad.
Treinta segundos en los que cuestioné toda mi existencia en medio de la noche y en los que me sentí completamente enclaustrada, aun y cuando estaban abiertas todas las ventanas.
No sabía qué hacer ni cómo calmarme y, lamentablemente, esa escena se repitió un par de veces más en el transcurso de varios meses.
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Es importante hablar de la ansiedad
Para mí, la ansiedad fue una especie de efecto secundario tras un accidente bastante grave que tuve. Una situación inesperada, surreal y fuera de mi control, que me enseñó que el término ‘mortalidad’ es algo mucho más palpable de lo que imaginamos.
Durante mi proceso de recuperación no me diagnosticaron oficialmente con ansiedad, pero en el momento en el que mis miedos y preocupaciones empezaron a interferir con mi vida diaria sabía que había algo más. Así que en la época de Google y WebMD decidí investigar más a fondo sobre lo que estaba experimentando.
Diferentes tipos de ansiedad
Al leer varias definiciones sobre los tipos de ansiedad que existen encontré la mía: trastorno de ansiedad generalizada, el tipo que te convierte en la mamá histérica que no te deja salir sin suéter a ningún lado, porque podría comenzar a nevar aunque estemos en pleno verano. O sea, mis preocupaciones siempre se iban al extremo.
Según la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica en México, en nuestro país el 14.3% de la población ha experimentado algún tipo de trastorno de ansiedad, y suele afectar estadísticamente a más mujeres que a hombres. Sin embargo, aún existe una gran falta de atención y cultura en donde se hable abiertamente del tema y se propongan soluciones.
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Buscando soluciones
Hablar de la ansiedad y tratar de explicarla a quienes no la padecen puede ser muy difícil, así como también es complicado aceptarla internamente. Tratas de evitarla, pensar en otras cosas, dejar de preocuparte, pero a la hora de la verdad, le estás dando el poder de controlar tus pensamientos y tu vida.
Personalmente opté por ir con un psicólogo y no, no es como en las películas que llegas, te acuestas en un sillón incómodo y en cuestión de días todo tiene sentido pues el psicólogo ha descifrado a la perfección la raíz del problema.
Para mí funcionó gradualmente, primero sentía que en lugar de mejorar solo salía con más problemas de los que ya tenía, luego había sesiones donde me sentía completamente liberada.
Mis emociones fluctuaban demasiado y los días buenos eran extremadamente buenos, pero los malos se triplicaban y todo a mi alrededor se trasladaba al miedo.
Y es que cuando tienes ansiedad, situaciones tan cotidianas como un viaje en avión se pueden convertir en el peor escenario. Sin embargo, con la práctica aprendes a controlar tus reacciones o incluso a reírte de ti misma.
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Aprendiendo a vivir con ansiedad
A veces pienso mucho sobre mi accidente y cómo en cuestión de segundos me cambió la vida, pero gracias a eso –y todo lo que pasó en el proceso de recuperación– también descubrí lo increíble que es poder superarte a ti misma.
Porque más que probarle a los demás que tú puedes, lo mejor es comprobártelo a ti y sentir esa satisfacción interior que siempre buscamos. Y aunque sé que los pasos para aprender a vivir con ansiedad son diferentes para cada persona, a mí algunas cosas que me han ayudado son la música, estar rodeada de gente querida, meditar, controlar mi respiración y, sobre todo, dejar de esconderlo y aprender a aceptarlo.