Contemplar la «nueva normalidad» es un buen momento para cuestionarnos las ciudades. Aprendamos acerca del urbanismo feminista y cómo las mujeres y grupos vulnerados nos apropiamos del espacio público.
Por: Anel Bobadilla
Ya pasaron casi cuatro meses desde primeras indicaciones de confinamiento. Comienza a ser real la promesa de retomar la rutina y volver a vivir la ciudad.
La pandemia detuvo el ritmo de cientos de personas. Ahora que falta poco para regresar a la cotidianidad interrumpida, es un buen momento para cuestionar cómo se ha vivido y percibido el espacio público.
¿Acaso la “nueva normalidad” permitirá un reordenamiento urbano y social?
Hasta ahora, lo normal ha sido habitar una ciudad con una planificación territorial desigual e injusta. Una que sirve al capitalismo y no a las necesidades de quienes la vivimos.
Las personas primero
Muchas personas ansían regresar a sus actividades diarias. Pero también están las que recuerdan cómo se ven obligadas a recorrer distancias abrumadoras para llegar a su trabajo, escuela o cualquier otro centro de reunión.
Las vidas de las personas pasan a segundo plano en una ciudad donde se centralizan las fuentes de empleo, los centros de aprendizaje, los espacios de dispersión. Eso sin contar los espacios mercantiles y de intercambio económico.
La ciudad tiene que pensarse como un espacio político que puede (y debe) ser reapropiado por quienes la viven.
Esto se logra entendiendo que las experiencias son totalmente distintas. Que los contextos socioeconómicos y culturales siempre deben tenerse en cuenta.
Reapropiarnos de la ciudad
En su libro Le droit à la ville (1968) o «el derecho a la ciudad», el filósofo y sociólogo Henri Lefebvre planteó la reapropiación de los espacios públicos.
Fue él quien conceptualizó el derecho a la ciudad como la demanda colectiva para planificar una urbe con condiciones dignas.
El urbanismo feminista va un poco más allá. Además de reconocer que el proceso de urbanización tiene relación directa con el capitalismo, visibiliza la relación que tiene el patriarcado con la planificación y construcción de la ciudad.
Actualmente, la industrialización y la gestión empresarial se ponen al centro de la planificación urbana, dando paso a una construcción espacial desigual.
Las zonas industriales, por ejemplo, fomentan espacios en desuso, mientras las zonas empresariales suelen priorizar desplazamientos en coche. Así el espacio público se vuelve antipeatonal.
El derecho a la ciudad es derecho a conectar
El derecho a la ciudad también es la capacidad de disfrutar el espacio urbano. De entenderlo como un lugar de encuentro donde residen lazos colectivos y de identidad.
Las calles no deberían ser lugares de tránsito que sirven únicamente para ir y regresar. Desechar la idea de movilidad lineal permite a las personas recuperar su agencia y reconocer demandas y deseos colectivos.
Extrañar las calles no es más que extrañar la interacción: caminar tomando la mano de una persona que quieres. Detenerte en un puesto ambulante para comprar algo de comer. Sentarte en la banqueta para platicar. Reunirte con las personas que quieres para reír.
Habitar la ciudad otorga sentido de pertenencia y colectividad.
El urbanismo feminista
En la lucha para (re)construir un espacio urbano justo la participación de las mujeres ha sido importante .
No solo han acompañado las exigencias de grupos vulnerables a través de un activismo solidario y crítico, también se han empeñado en cuestionar los espacios a los que han sido confinadas por la asignación histórica de roles.
El urbanismo feminista reconoce que la planificación urbana da prioridad al sistema capitalista y suscribe a los planteamientos críticos anteriores, pero también recalca la existencia de un orden simbólico masculino que se aferra a la distribución desigual de lo público y lo privado.
En el trazo de áreas se priorizan las zonas con actividades remuneradas. Así, los espacios donde se lleva a cabo el trabajo no remunerado se vuelven insignificantes.
Que a la mujer se le relegue a lo privado y los cuidados invisibiliza la violencia patriarcal en ese ámbito, refuerza su exclusión en lo público y la posiciona frente a una ciudad que no ha tomado en cuenta sus deseos, exigencias y necesidades.
Los roles de género
Zaida Muxi, arquitecta y urbanista argentina, dice que el espacio no neutro condiciona a las mujeres:
“Lo hace de manera diferente a los hombres, no solo por experiencias corporales, sexuadas diferentes, sino que esta diferencia se ve acrecentada por roles de género que nos hacen necesitar, utilizar y percibir la ciudad de manera diferente.”
Al caminar de noche en una calle poco transitada y sin alumbrado público, la experiencia de una mujer no será igual a la de un hombre, por poner un ejemplo.
La percepción del miedo e inseguridad, el saberse vulnerable, el temor a ser víctima de alguna agresión sexual son vivencias compartidas de mujeres que suelen ser cotidianas.
La reivindicación del espacio público supone reconocer la capacidad transgresora de las mujeres que permite (re)plantear la ciudad que se habita para construir aquella en la que se quiere vivir.
Saber las calles como nuestras es, también, apostar a la colectividad, a nuevas formas de producción sostenibles, a repensar espacios desde una mirada antipatriarcal, anticapitalista y anticolonial.