Mujeres de diferentes partes del mundo, con distintas prioridades y conocimientos, cerraron el 2019 aceptando la invitación de las zapatistas para el segundo Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan. Así se vivieron esos días.
Por: Katia Rejón
Las mujeres que luchan tienen una canción de guerra y es una cumbia. Somos 3 mil 259 mujeres de 49 países reunidas en una montaña de Chiapas, de territorio zapatista, en el Semillero Huellas del caminar de la Comandanta Ramona en el Caracol Torbellino de Nuestra Palabra.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional conmemora su aniversario cada 1 de enero, como el augurio de una lucha que renace el primer día de cada año.
Unos días antes, desde el 26 al 29 de diciembre del 2019, las mujeres zapatistas son las anfitrionas y organizadoras del segundo Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan. Reciben mujeres lo mismo de Sri Lanka, Kurdistán y Macedonia que de Latinoamérica, Suiza y Estados Unidos.
Ellas son las choferas que nos llevan del Caracol al Semillero, las milicianas que nos cuidan, las cocineras, las que piden por favor que se respeten las reglas de su casa, las que lavan su ropa desde las cinco de la mañana y reparan los desperfectos de la luz eléctrica.
Mujeres que luchan: la bienvenida
El 27 de diciembre, primer día oficial del encuentro, la comandanta Amada da la bienvenida desde una tarima mientras el resto de nosotras escuchamos:
“Todas, sin importar el calendario que carguemos o la geografía en la que vivimos, estamos en lo mismo: la lucha por nuestros derechos como mujeres que somos.
Por ejemplo, nuestro derecho a la vida. Y aquí es donde estamos tristes y con pena porque, a más de un año del primer encuentro, no podemos dar buenas cuentas. En todo el mundo siguen asesinando mujeres, las siguen desapareciendo, violentando, despreciando”, dice.
Las zapatistas, en cambio, cerraron el año con cero compañeras asesinadas y desaparecidas. Después del mensaje rotundo, las milicianas e insurgentas zapatistas se forman en el perímetro de la cancha.
Oímos una detonación a nuestras espaldas, alzan sus bastones y sus arcos apuntando hacia arriba y entonces, para alegría y sorpresa de todas, la tensión militar se rompe con una cumbia.
En el centro de la explanada hay una niña, las milicianas e insurgentas hacen un caracol alrededor de ella, hasta que la pequeña queda protegida por filas onduladas y organizadas de otras mujeres.
Bajo el sol de esa pequeña Babel, mujeres lloran conmovidas por el mensaje, pues no importa la lengua en la que hablan, la metáfora de un mundo posible frente a nosotras es universal.
Madres que luchan
Las montañas amurallan la señal de teléfono, así que nos comunicamos a través de un micrófono puesto en un templete.
El mismo micrófono que se utiliza por lo menos durante 15 horas para dar testimonios de violencia de género durante los tres días del encuentro: Tocamientos en el transporte público, violaciones sexuales por parte de familiares y conocidos, desapariciones, pérdidas, batallas sanadas, mujeres suicidadas por el Estado.
La madre de Lesvy Berlín, estudiante de la UNAM que en 2017 fue asesinada por su exnovio en Ciudad Universitaria, dice que su hija estuvo en tierra zapatista.
Aracely Osorio recuerda que desde pequeña conoció la solidaridad de las compañeras y los compañeros zapatistas: “Lo que vemos hoy, lo vieron sus ojos. Yo digo que Lesvy tejió sus redes desde antes de nacer”, comparte.
Hay otras madres. Madres que buscan, madres que tapizan una ciudad con la cara de sus hijas. Madres que acompañan a otras madres. Madres que recuerdan una noticia, una llamada. Madres que cuentan los días. Madres que tejen redes desde abajo.
Las mamás de Diana Velázquez Florencio y de Norma Dianey García García comparten dos cortos documentales que hablan de sus hijas, asesinada y desaparecida respectivamente. Tienen en común haber vivido en Chimalhuacán, Estado de México.
Cruces rosas
Orbitamos en su dolor como personas que ven sufrir a otras personas sin poder hacer nada al respecto. Una joven del público alza la voz:
“Es bien triste caminar por las calles de Chimalhuacán y ver que hay cruces rosas por todos lados. En una ocasión, en la Avenida de las Torres, observamos a una mujer que estaba tirada entre la séptima y la octava torre con los pechos cercenados, los intestinos por fuera. Seguía viva, pero estaba agonizando. Jamás se difundió ese caso”, dice.
El Encuentro de Mujeres que Luchan permite a mujeres, por ejemplo, del Estado de México, reunirse para enfrentar la corrupción y la inseguridad que sufren en sus colonias, hacer redes para sobrevivir.
O a medios de comunicación independientes, o a mamás feministas que hablan sobre crianza, o a europeas que desde el privilegio asumen la urgencia de plantear soluciones a la discriminación hacia los migrantes. Hacer, en fin, pequeños núcleos de acciones concretas.
Sonidos diurnos y nocturnos
Tras un día ácido, quebrado en voces y testimonios, alguien decide felizmente tomar el micrófono para abrir el karaoke.
Después de un rato, oímos: Amor, tranquilo, no te voy a molestar…. Es una voz familiar, no solo bien entonada. Las mujeres del templete gritan: Otra, otra. La cantante chilena Mon Laferte canta tres canciones antes de que alguien le pida interpretar «Pla ta ta», su más reciente sencillo.
Cuatrocientas mujeres latinoamericanas coreamos a capela esos versos que nos resuenan muy adentro: Nos sacamos los sostenes, levantamos los pañuelos…Con todo si no pa’ qué, con todo si no pa’ qué.
“Soy una persona más. Mi lucha quiero que sea no personal sino en colectivo. Como un cuadro muy hermoso que vi hoy por aquí que decía: un mundo donde quepan muchos mundos. Estoy aquí educándome, aprendiendo, como todas. No quiero llamar la atención ni ser un distractor. Hoy estamos hablando de feminismo con las compañeras zapatistas”, nos cuenta Mon Laferte a algunas mujeres en entrevista.
La madrugada del 28 hubo tanto frío que algunas casas de campaña amanecieron goteando. Mujeres con guitarra, flauta y tambores se reunieron temprano en el centro del campamento para cantar canciones anticapitalistas y antipatriarcales, para bailar y gritar consignas.
Las zapatistas omnipresentes
Las zapatistas, en cambio, son silenciosas y ecuánimes. Miran a las invitadas alborotarse e intercambian comentarios, que parecen divertidos, en tzotzil; se mantienen pendientes de sus radios.
Guardadas en su propio mundo, donde no hay feminicidios, organizan a cinco mil mujeres de todo el planeta sin siquiera interactuar con ellas. Solo observan.
Todo el encuentro es así: distante a las anfitrionas pero enmarcado en la entraña del zapatismo. A algunas invitadas, una pequeñísima parte, se les olvida que las mujeres indígenas son las convidantes, que en toda su generosidad disponen de comedores, tienditas, dormitorios, luz eléctrica, baños, letrinas y agua para todas.
Pero hay quienes tratan ligeramente a las zapatistas como meseras, que tiran la basura inorgánica en la orgánica. No se permite beber ni fumar mariguana y a pesar de eso algunas llevan su porrito indiscretamente.
Al mismo tiempo, somos parte de una lucha que se hace en el cotidiano: en usar una letrina en lugar de un baño, en lavar los trastes después de desayunar en un comedor o mejor aún, llevar los propios; transitar en un espacio limpio, prácticamente sin desechables, donde puedes comer bien con menos de cincuenta pesos.
Un impulso para organizarnos
En el aire flota la pregunta de ¿qué quieren las zapatistas de nosotras? Una de las organizadoras responde a un grupo de reporteras que la clave está en la organización.
Pero al mismo tiempo es algo que ellas ya han logrado tras 26 años de lucha, y esto más bien es un impulso para que las no-zapatistas hagamos lo que nos corresponde.
De repente -como diría la comandanta Amada- las zapatistas nos lo han dicho de mil formas pero no hemos escuchado. En su discurso inaugural la comandanta nos advirtió:
“Tenemos que luchar también contra el sistema capitalista. Va junto con pegado. Sabemos que hay otros pensamientos y otros modos de lucha como mujeres que somos. De repente algo entendemos. De repente algo aprendemos. Por eso invitamos a todas las mujeres que luchan. No importa cuál es su pensamiento o su modo. Lo que importa es que luchemos por nuestra vida, que ahora más que nunca es la que corre peligro en todos los lugares y en todos los tiempos”.
El pensamiento y la lucha zapatista, sobre todo en contextos urbanos puede parecernos una insurrección del pasado.
Sin embargo, los caminos y experiencias inenarrables que se abrieron en esa montaña chiapaneca cerca de Altamirano, nos presentan un mundo que aún no existe, pero que ya vemos, es posible.