Importante: Este artículo no pretende incentivar el uso de ninguna droga, sino expresar el punto de vista y anécdota personal de la autora.
Me tragué el minúsculo pedazo de papel y no me supo amargo ni sentí nauseas, como muchos suelen contar. No supe en qué momento me «pegó» –tal vez a los 30 minutos–, solo sé qué, repentinamente, sentí unas ganas incontrolables de echarme a reír.
Como no tenía motivos aparentes, intenté aguantarme un poco, sin embargo, no sirvió de nada: empecé a soltar carcajadas, muchas y muy fuertes, histéricas diría yo. Extraño, pero era como si algo dentro de mí necesitara salir a como diera lugar.
Después de la risotada –que incluyó un par de lágrimas– me sentí lista para iniciar mi primer viaje con LSD (dietilamida de ácido lisérgico).
Una experiencia nueva
Estaba de vacaciones con mi novio y, aunque ambos tomamos la misma cantidad, nos pegó de manera distinta.
Tras mi ataque de risa, ya un poco más calmada, me metí a un jacuzzi que daba al exterior (estábamos en la playa, mi vista era maravillosa), y ahí comenzó todo. Mi mente se liberó por completo, mi cuerpo se tranquilizó y mi «yo» introvertida, penosa y ansiosa se relajó como nunca antes.
Reconectando con mi sexualidad
Mi viaje resultó en una extraña mezcla que incluía unicornios, nubes que parecían algodones de colores, mapaches salvajes, reflexiones compartidas con mi novio y fantasías eróticas reprimidas y/o desconocidas. Y justo de eso quiero hablar, de la explosión sexual que experimenté conmigo misma.
Sin ponerme un dedo encima, solo con mi imaginación y el cuerpo sumamente sensible gracias al alucinógeno, logré, sin proponérmelo, los mejores y más placenteros orgasmos de mi vida (hasta ahora).
No hice la suma de cuántos fueron, el trance es incontrolable y pierdes la noción del tiempo. Lo qué recuerdo bien es que uno era cada vez más intenso y delicioso que el anterior.
Gocé cada centímetro de mi piel, las manos, los pies (tengo un extraño tema con los pies y normalmente me resultan desagradables, propios y ajenos).
La mente se abre, los tapujos se van, el miedo se aleja, pierdes la vergüenza, solo eres tú y tus memorias, tus deseos, no hay manera de reprimirse, dejarse fluir es como un mandato.
Fui tan feliz y plena, que deseé que todas las mujeres, conocidas y desconocidas, experimentaran esa libertad, ese regocijo, ese ser tú misma siempre, no sólo cuando consumes alguna droga…
Una receta para el erotismo
Recordé a Remedios Varo y su receta para lograr sueños eróticos intensos, que incluía un par de gallinas blancas y mucha miel.
¿A qué voy? A que constantemente estamos buscando “remedios” –llámese pareja, amigo/a, etc.– para encontrar placer, cuando, en realidad, la mejor manera de lograrlo es dejando atrás los prejuicios: sin ellos, no hay temor al orgasmo, a la masturbación, a ese antojo que nos excita, pero incomoda reconocer como nuestro.
Yo me consideraba una mujer sumamente abierta en cuanto a mi sexualidad, sin embargo, me di cuenta que persisten en mí convencionalismos que aún debo trabajar… ¡y cómo no! Vivimos en una sociedad en donde el placer femenino sigue siendo cuestionado, censurado, criticado y, en casos más extremos, castigado.
Experimentando el viaje
Este primer viaje con LSD fue revelador y profundamente satisfactorio, pues además de este redescubrimiento sexual tuve un par de reflexiones sobre mis propias exigencias en mi “papel como mujer”. Al final, de eso se trata cualquier viaje, ¿no? Encontrar el camino de vuelta.
Antes de probar la sustancia leí el Manual para Viajeros en LSD, de @lisérgicos, psicólogo con estudios en psicoanálisis que, además de escribir este libro educativo, ha creado una comunidad de viajeros psicodélicos a través de redes sociales, en donde se comparte información sobre hechos concretos y científicos para la disminución de riesgos.
Algunos consejos básicos e información general proporcionada por @lisérgicos es:
Los mitos
Contrario a lo que se cree, el LSD no se aloja en la médula, de hecho, es eliminado del cuerpo antes de que termine el viaje.
Tampoco es una sustancia que genere adicción. No daña ningún órgano y la dosis promedio está muy lejana a una dosis letal.
Viajar solo o acompañado
La recomendación general es hacerlo en compañía de alguien que te inspire confianza y tranquilidad, que tenga alguna experiencia previa y la habilidad para calmarte en caso de que experimentes sensaciones no placenteras.
La locación
Lo ideal es elegir lugares que conecten fácilmente con la alegría, que sean seguros y te permitan resguardarte de los cambios climáticos. Lo mejor es elegir elementos creativos y divertidos como pintura, plastilina, etc., y evitar cosas que nos conecten con la tristeza (ejemplo: canciones tristes).
Un mal viaje
Es una experiencia emocionalmente turbulenta, caracterizada por pánico, que es cuando se lleva el miedo a la máxima expresión.
¿Cómo sortearlo? Depende mucho del tipo de miedo, pero, básicamente, lo recomendable es hacer ejercicios de meditación para tratar de calmar la mente por medio de la respiración.
Así como puede ser la máxima expresión de alegría o felicidad, el LSD también es la máxima expresión de miedo.
¿Qué influye en el viaje?
Todo lo que esté almacenado en tu sistema psíquico y de formación, desde que naciste hasta este momento. Cada experiencia es incontrolable y no se puede repetir tal cual, así tengas el mismo escenario.
Efectos específicos en las mujeres
Se ha observado que la toma de LSD genera contracciones involuntarias en el útero.
Lo malo
Los efectos negativos más comunes son: cuadros de ansiedad generalizados posteriores al viaje; desencadenamiento de una psicosis en personas con estructura de personalidad psicótica (también ocurre con el consumo excesivo alcohol); trastornos de percepción persistentes, que es cuando sientes, días después, pequeñas sensaciones propias de una experiencia psicodélica.