Hace unos días, el sitio web Babe publicó la historia de Grace, una fotógrafa neoyorquina de 23 años que habló de forma anónima sobre una cita que tuvo con el actor y comediante Aziz Ansari y la describió como “la peor noche de su vida”.
Conocemos la historia, no solo porque leímos la nota, sino porque lo que le pasó a ella nos ha pasado de una forma u otra a casi todas: Grace y Ansari se conocieron en una fiesta, intercambiaron teléfonos y salieron a cenar una semana después. Al terminar de cenar se fueron al departamento de él, en Tribeca, en donde empezaron a fajar, se desnudaron y se hicieron sexo oral mutuo. El encuentro sexual fue consensuado, en el sentido de que no hubo violencia física que la sometiera al punto de impedirle salir del lugar, pero en el artículo Grace describe a detalle cómo él insistió en coger hasta hacerla sentir incómoda y cómo ignoró la señales verbales y no verbales con las que le pidió una y otra vez que se detuviera. Al final, cuando le dijo de forma más explícita que quería irse, Ansari le pidió un taxi. En el trayecto de regreso a casa, le mandó mensajes a sus amigos diciendo que la había pasado fatal, que odiaba a los hombres y que había tenido que decir «NO» demasiadas veces.
Al día siguiente, cuando el actor le escribió diciendo que la había pasado bien, ella le respondió: “Quizá fue divertido para ti, no para mí. Cuando fuimos a tu casa ignoraste mis señales no verbales y seguiste. Deberías haberte dado cuenta de que no estaba cómoda”. Él le contestó una disculpa apresurada y fue la última vez que tuvieron contacto.
This is the text Grace* sent Aziz Ansari after their date which left her feeling “violated”. She tells Ansari how uncomfortable he made her feel, saying “you ignored clear non-verbal cues” and “kept going with advances.”
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— babe (@babedotnet) January 14, 2018
Estos son los hechos, según los cuenta la misma Grace en la nota. Parecen relativamente sencillos, pero la verdad es más complicada de entender. La publicación de la historia desencadenó una serie de reacciones intensas por ambos lados. Para algunas personas, lo que hizo Ansari es una agresión sexual grave, equiparable incluso con un intento de violación. Pero para otras no sólo no lo fue, sino que considerarlo así y condenarlo como tal, va en detrimento del feminismo en general y de movimientos más puntuales como #MeToo (#YoTambién) en particular.
Por ejemplo: “Aziz Ansari pareció ser un hombre agresivo, egoísta y desagradable esa noche”, escribió Bari Weiss para The New York Times. “¿No es deprimente que los hombres (especialmente aquellos que públicamente se presentan como feministas) actúen a menudo de este modo en privado? ¿No deberíamos intentar cambiar esta cultura sexual rota? ¿Y no da rabia que las mujeres sean educadas para resultar dóciles y acomodaticias y para anteponer los deseos de los hombres a los suyos propios? Sí. Sí. Sí.” Pero la solución, argumenta, no empieza señalando de modo agresivo a los hombres que son culpables, a lo mucho, de no ser capaces de leer las señales, sino siendo más asertivas y claras en la negativa cuando no queremos involucrarnos en actividades sexuales con ellos.
Caitlin Flanagan escribió algo similar para The Atlantic: “Aparentemente hay un país lleno de mujeres jóvenes que no saben cómo llamar a un taxi (…) Están enojadas, son temporalmente poderosas y anoche destruyeron a un hombre que no se lo merecía”.
Si bien esta última postura resulta exagerada (no estamos enojadas, sino hartas, el poder que estamos ganando no es temporal y la carrera de Aziz Ansari no está destruida), sí plantea una pregunta en la que vale la pena detenerse: si Grace se sintió, desde tan pronto en la cita, víctima de un comportamiento sexual inapropiado, ¿por qué no se fue? Ésa es la parte más compleja del asunto. Como respuesta, ella dice que la actitud de él le tomó por sorpresa, dado que la parte de su trayectoria profesional y de sus posturas públicas que conocía no coincidía como la persona que resultó ser en privado.
Pero no es solo eso. Para entender la reacción de ella también tenemos que pensar en las dinámicas de poder que entran en juego en una interacción “romántica”, lo que sea que signifique eso. Tanto hombres como mujeres hemos crecido con la idea de que el deseo femenino es subordinado del masculino, y hacia eso apuntan un montón de patrones de socialización que es muy difícil sacudirnos.
«Tanto hombres como mujeres hemos crecido con la idea de que el deseo femenino es subordinado del masculino»
El comportamiento de Aziz Ansari forma parte del espectro, amplio y complejo como es, de la violencia sistemática contra la mujer, pero no es una violación. Fue un cretino, pero no un criminal. El lenguaje en estos casos pesa mucho, porque es la herramienta que tenemos para pensar el mundo y transformar, por ejemplo, la idea de que si una mujer dice «NO» cuando un hombre quiere coger no saldrá ilesa, física o emocionalmente. Entender esto implica reconocer que las interacciones sexuales son abusivas con demasiada frecuencia, aunque legalmente no sean consideradas criminales, y que a veces las lesiones más fuertes vienen de nosotras mismas en forma de arrepentimiento o culpa.
¿Cómo hablamos entonces de las áreas grises, cómo matizamos el lenguaje para no perder la textura de los diferente casos, para ser justas, para abrir espacios de diálogo en vez de cerrarlos?
Lo esencial del caso Aziz Ansari es que problematiza la naturaleza del consentimiento sexual y las señales que conducen a él. Grace seguramente no es perfecta, pero contó su historia cuando pudo y como pudo y ese levantar la voz ante la violencia machista en cualquiera de sus manifestaciones importa. Sin embargo, cuestionar la manera en que lo hizo no equivale a traicionar al feminismo, sino todo lo contrario: lo enriquece. No todas pensamos igual, por suerte. Las diferencias entre mujeres son de esperar y son sanas porque revelan un debate resistente y apuntan hacia un movimiento vivo. Discutimos, inventamos palabras, tejemos redes, nos equivocamos y volvemos a empezar. Se vale todo menos el silencio, porque ya no estamos dispuestas a permanecer calladas.