¿Desde cuando el ser soltera es sinónimo de que algo falla en tu persona? ¿O de que tienes un defecto incorregible que ahuyenta a los machos cabríos llenitos de testosterona? Pues, desgraciadamente, desde siempre, o al menos eso es lo que la sociedad nos inculca desde bien pequeñitas.
Sin embargo y por fortuna los tiempos cambian a pasos agigantados y las no emparejadas nos estamos librando cada vez más de esas compañeras que nos pegan lo que ellas creen que son puñaladas en la espalda con frases del tipo: “Y tú qué, ¿aún sin novio? Mira que luego se te caen las carnes y los hombres se buscan a las más jovencitas…” o la ya gastada “ ¿Ya tienes 30? Se te va a pasar el arroz…”.
¿Y qué hacemos nosotras? Pues sonreír mientras bebemos champán en la boda de la hija de la amiga de tu madre, porque si dijéramos que, ni somos una paella para preocuparnos por el tiempo de cocción del arroz, ni un pollo enjaulado para que se nos caiga el pellejo, pues no nos la acabamos.
Demostrado está que las mujeres hemos tenido que pelear por derechos y libertades que los varones tenían reconocidos desde el vientre materno, sólo por el hecho de poseer un pene. Y no sólo eso, las féminas nos llevamos enfrentando, desde tiempos inmemorables, al estereotipo de chicas con gran instinto maternal, grandes cocineras y novias sumisas, dulces y complacientes.
Y eso no siempre es así…
A las mujeres nos gusta ser madres en pareja. O no. Nos gusta la idea de acurrucarnos con una batamanta en los brazos de un galán de pelo en pecho mientras comemos palomitas viendo Titanic. Bueno, o quizás tampoco. A las veinteañeras, treintañeras y cuarenteañeras (que no cuarentonas) nos encanta imaginarnos vulnerables en un castillo, a la espera de que un príncipe azul de pelo Pantene y ojos azules nos salve del dragón, espada en mano. O vaya… Que igual al dragón nos lo hemos comido con papas fritas y hemos pasado una noche de juerga con el guardián de la puerta…
Y antes de que eches las manos a la cabeza te diré que no soy la única, que cada vez hay más mujeres cuyas partes íntimas se revelan y deciden no atarse a un miembro viril de por vida. Esther es una de ellas. A sus 29 años tiene muy claro que no quiere pareja estable: “A mí me gusta hacer lo que me da la gana sin dar explicaciones a nadie. Eso significa poder comerme un salmón en el horno con yogurt por encima acompañado de una cerveza sin que nadie critique mis hábitos alimenticios”.
¡Bravo por Esther! Ella, valiente, admite que no tener novio hace que no se tenga que preocupar por la higiene tanto como si estuviese en pareja y que cuando está en casa pueda estar “con el chongo mal puesto, con malas pintas y sin bañarse dos días sin que pase absolutamente nada”.
Esa libertad, ese soplo de aire fresco eterno es lo que buscamos la mayoría de nosotras que intercambiamos la estabilidad que proporciona el “cariño, ¿qué cenamos hoy?”, por pizzas individuales (o medianas…) a la 1 de la mañana, sin duchar, en pijama y con el famoso chongo de Esther.
Nos llaman egoístas, sobre todo a aquellas que aún no tienen el instinto maternal desarrollado y no saben si se quedará dormidito para siempre en un rincón del subconsciente, mientras las ganas de viajar y de estar sola ganan terreno sibilinamente.
Sonia lo reconoce. A sus 32 años y con pareja estable se ve sola en un futuro. “Tras muchos años de relación me he dado cuenta de que no necesito a nadie para hacer lo que me de la gana. Además, si quisiera sexo, lo podría tener sin necesidad de pareja.” Sonia admite que no sólo las mujeres, sino también los hombres, somos egoístas por naturaleza y cada vez nos centramos más en nuestras vidas profesionales dejando a un lado las relaciones amorosas estables.
Sin embargo, todavía habrá mentes cerradas que nos tachen de lesbianas o “raritas” , como si ambas cosas fuesen algo negativo, vaya…
Mónica no es lesbiana, aunque si lo fuese seguramente su orientación sexual no cambiaría la orientación de sus pensamientos en lo que respecta a su situación sentimental. Ella tiene 34 años y le gustan mucho los hombres. Le gustan tanto que no se conforma con uno y prefiere conocer a varios. “¡Qué descocada!”, pensarán los más conservadores. “Esa chica ya no es atractiva”, dirán los que apoyan a Donald Trump. Y a Mónica, más que ofenderla, lo único que le provocan esos comentarios es alivio por no tener que lidiar, entre las sábanas de su cama, con mentalidades de ese tipo.
Nos merecemos un aplauso. Un reconocimiento popular a nuestra valentía por convertirnos en solteras de oro. Una estatua en forma de chongo “estheriano” en el centro de la ciudad. ¡Necesitamos un sindicato! Una placa conmemorativa en el ayuntamiento. Un carnet con número de socio y camisetas corporativas. Queremos un día que sea la antítesis del 14 de febrero y que se celebre con regalos y bombones. De hecho, exigimos la exportación del Día del Soltero que se celebra en China cada 11 de Noviembre. Demandamos un partido político especial para “singles”, que suena más internacional y queda genial en cuanto a Social Media…
O igual sólo necesitamos que no nos critiquen ni miren por encima del hombro en bodas, bautizos y baby showers…