Mi historia con el acné tiene más idas y venidas, dramas y desilusiones, que mi vida amorosa. Recuerdo que fue alrededor de los 16 años cuando comencé a notar brotes que se aglomeraban en zonas específicas de mi cara y se quedaban ahí de manera indefinida.
Probé con cremas, remedios caseros y prácticas poco ortodoxas (entiéndase pasta de dientes) y nada parecía funcionar. Así que mi mamá tomó la decisión de llevarme a una clínica dermatológica, en donde me recomendaron un tratamiento de lo más complejo en el que, una vez a la semana, me recostaba sobre una camilla con los ojos tapados, mientras sentía cómo abrían mis poros, me exprimían la cara, me ponían cremas, tónicos y pociones mágicas y al final luces pulsadas. Era todo un ritual de poco más de una hora en el que mi piel pasaba por todo tipo de sensaciones: frío, calor, ardor, calor, frío.
Primer round
El tratamiento (nada barato, por cierto) funcionó, y yo y mi cara grano-less estuvimos en paz un par de años. Sin embargo, después de mudarme por un tiempo a Francia, donde el clima era mucho más frío que donde vivía en México, me di cuenta de que los granos otra vez comenzaban a tomar posesión de mi cara.
Me veía en el espejo y me enojaba ver mi rostro invadido por esos racimos rojos, esos pequeños volcanes del mal. En ese momento no había mucho que pudiera hacer más que cubrirlo con maquillaje. Era estudiante y pagarme un tratamiento para el acné en euros era lo último en mi lista de prioridades. Sin embargo cuando regresé a México decidí tomar acción definitiva. No pensaba volver a pasar por el tratamiento estilo Frankenstein de camilla y luces pulsantes, así que busqué otras opciones.
Segundo round
Fui con una dermatóloga –muy recomendada, según esto– que me mandó una serie de cremas y menjurjes más compleja que la rutina de belleza de Gwyneth Paltrow.
Había que lavarse el rostro con jabón, luego aplicar una crema sobre los brotes, un tónico en todo el rostro, dejar secar, maquillarme con una base especial y luego repetir algo similar por la noche.
Obviamente después de la semana número dos yo quería abandonar el ritual, pero perseveré y finalmente los granos fueron domados.
¡Éxito! Nunca más tendré que preocuparme de nuevo por esos invasores faciales, pensé. Pero estaba equivocada, MUY equivocada, porque a diferencia de Rose con Jack (ejem, Titanic), mis granos no iban a dejarme ir tan fácilmente. Así que sí, regresaron después de unos meses.
Tercer round
Para el tercer round de los granos invasores, ya estaba desesperada y algunas personas me recomendaban tomar Accutane (también conocido como Roaccutane) y aunque pensaba que eso era sólo para gente con acné severo –y yo, por más que odiara mis granos, no sentía que mi caso fuera TAAAAAAN grave– decidí darle una oportunidad.
Fui con un dermatólogo al que le conté todo mi historial y después de mandarme a hacer todos los análisis habidos y por haber me dijo que sí era candidata para las pastillas. Me mandó Neotrex, un tratamiento con isotretinoína, que es una vitamina A sintética.
Algunas advertencias
La cosa con los medicamentos con isotretinoína es que tienen efectos secundarios que pueden llegar a ser bastante agresivos, y por eso mucha gente no se anima a utilizarlos.
Personalmente tuve resequedad de labios y rostro, y no pude hacer ejercicio intenso, exponerme al sol ni tomar alcohol durante los 6 meses que tomé las pastillas.
Tampoco puedes embarazarte, ya que se ha demostrado que causa malformaciones congénitas en los bebés y, en algunos casos, ciertos pacientes pueden tener aún más brotes al comenzar a usar el tratamiento.
Sin embargo, tras cumplir el tratamiento mi rostro era otro, libre totalmente de granos. Todo era felicidad, usaba lo mínimo de maquillaje y me gustaba ver mi piel saludable frente al espejo.
Mi cara y yo finalmente habíamos puesto punto final a una era de altercados… O eso creía, porque aunque una vez que pasas por un tratamiento con isotretinoína es difícil que vuelvas a tener acné, no es imposible, y yo lo aprendí a granazos.
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Cuarto round… ¿es neta?
Hace unos meses, a mis 28 años, tuve que sentarme –una vez más– en el consultorio de la dermatóloga esperando que me solucionara la vida.
La situación ya no era nada comparada a lo que había vivido más joven, pero sí volvieron a salirme algunos granitos y siempre en las mismas zonas (la sien y el mentón) que no lograba quitarme con nada, por lo que otra vez me mandaron isotretinoína, aunque en una dosis menor y durante un periodo de tiempo más breve.
Esta vez los efectos secundarios no fueron tan severos (únicamente un poco de resequedad en los labios y alteraciones en mi período) y los resultados nuevamente maravillosos, así que si me preguntan, sí, recomiendo muchísimo el tratamiento, obviamente bajo la supervisión de un especialista.
Continuará…
¿Será este el final de mi batalla con el acné? Espero que sí, aunque me queda claro que en este tema nunca puedes dar nada por sentado. Por ahora lo mejor que puedo hacer es mantener mi piel lo más saludable posible (mucha agua y siempre desmaquillarse es clave) y esperar que rumbo a los 30 mi cara finalmente decida dejar de comportarse como una puberta.