*Advertencia: contiene spoilers sobre The Neon Demon. Léase bajo su propio riesgo.
“Debe ser muy azucarada la carne de los güeros, se me figura que tienen una saborcito a flan” dice así (palabras más, palabras menos) alguno de los diálogos de Los Recuerdos del Porvenir, la novela de Elena Garro. La referencia culinaria es porque hace unos días vi la película The Neon Demon, en la que unas modelos anoréxicas y caníbales acaban devorando a su novel y rubia colega.
Error, a partir de eso como que le agarre cierto recelo a las modelos flacas y guapas (o sea a las profesionales, no a las de FB), ¿cómo podría estar tranquilo entre ellas sabiendo su maldad? Pero es que eso me suele pasar con varias cosas, es en serio; por temporadas desconfío de los extraterrestres, de los dentistas o de los payasos —por ejemplo—, aunque a diferencia de lo que les permitiría hacer a estos últimos, sí dejaría que una modelo me cargue.
La desconfianza se me pasó de inmediato cuando llegué puntual, minutos antes de las 11:00 am a la cita, y unas chicas justamente nada bronceadas e hiper-guapas me recibieron en la entrada del edificio de El Universal, sede del Mercedes-Benz Fashion Week México (en su décimo aniversario, me vengo enterando) para la presentación de las novedades de Juan Carlos Obando, diseñador colombiano que —también recién me vengo enterando—cuenta con ilustres clientas del nivel de Julia Roberts o Jessica Alba. Seguimos mal, ya estoy hablando de “niveles”, tal como describía Cerati en su canción: “¿Por qué no puedo ser del jet- set: “Y esa piel, qué nivel, quiero más…”.
Y es que mi conocimiento hacia el mundo de la moda se limitaba (hasta hoy, que ya tengo un pase para el front row) a las viejas revisiones cuando niño, de las revistas de mi madre: Cosmopolitan, Vogue y demás publicaciones por el estilo. Hoy, me encuentro en el curioso edificio de las rotativas del periódico El Universal, lugar que abrió sus puertas por primera vez para recibir el evento. Las chicas que me recibieron a la entrada me ubican en una lista y me extienden una invitación. Alguien llamado Sergio, que usa una camisa de terciopelo morado y unos botines brillantes y sin calcetines, se presenta muy sonriente y me indica por dónde entrar. Caminando a través de la larga alfombra roja y esquivando un auto de la marca patrocinadora, llego a la entrada principal y arribo al tercer piso, donde hay un escenario como de película antigua, que me recuerda a la cinta noventera The Paper (con Michael Keaton y la más hermosa de las actrices, Marisa Tomei).
Un baterista que musicalizará el numerito ensaya sus redobles, que parecen influenciados por el soundtrack de Birdman, mientras que la prensa asistente comienza a acomodar sus cámaras y tripies. El desfile se llevará a cabo ahí, en pleno taller de rotativas, un espacio lleno de maquinarias bordeado por una atmósfera retro que impregna todo. Alrededor de la pasarela se han acondicionado pilas de periódicos viejos a manera de asientos, en los que se han colocado unas hojas impresas con la biografía y la ficha del diseñador estelar. Como buen advenedizo, yo me esperaba una pasarela tradicional, con tarima, luces, estrobos y gente de corbata y moños, champagne espumoso y chicas riendo con dientes perfectos y diamantes incrustados en sus mejillas. Creo que en ese momento agradecí que el escenario fuera algo diferente a mi expectativas.
Mientras espero, observo a algunas personas que se pasean hablando por celular, traen un outfit que se nota que estuvieron preparando toda la semana para lucirlo en esta fiesta de la moda. Yo hubiera querido ir en onda, pero acabé ataviado con un pantalón café un poco grunge, una camisa de manga larga con rayas moradas y guinda, y luciendo un bigote ridículo que alguien me dijo que parecía de D’Artagnan y que seguro me horrorizará mañana. Pero…¿Por qué diablos empiezo a preocuparme de cómo voy vestido? ¿Será que me estoy volviendo como ellos tan pronto? ¿Tan preocupados con la moda? ¿Será que creo que todos se preocupan por ser fashion y en realidad no les importa?.
Para ser sincero, pensé que me sentiría más fuera de lugar, pero la verdad es que estaba ansioso de que todo comenzara y casi me sentía en familia, aunque todos parecieran conocerse y me sintiera como el nuevo de la clase. En algún momento descubro que no hay señal de teléfono, entonces, resignado, me siento por ahí a esperar que comience todo. Al doblar la pierna, descubro que uno de mis calcetines está roto. Buen lugar para venir así… a menos que alguien lo descubra y piense que es una nueva tendencia y me vuelva un gurú de la moda.
Junto a mí, acaban de pararse unos paramédicos, supongo que estarán ahí pendientes de que alguna modelo se desmaye. Los tipos de bata y pines de la cruz roja platican entre ellos: “¿Sabías que en Facebook puedes encontrar un artículo sobre piropos creativos de las mujeres a los hombres?” le comenta uno al otro (fue real, lo juro). Mejor salgo a tomar aire. Al pasar por el segundo piso, noto que hay ambiente y música… ¿hay un coctel y nadie me avisó? En el lugar, hay chicas que parecen modelos checando sus teléfonos y luciendo cinturas de avispa. Gente de corbata y moño como en mi ideal fashion. Personas con ropa rara. Una chica con playera de Velvet Underground. Meseros repartiendo camarones sobre una piña. Chocolates y zumos. Muchas de las chicas no aceptan nada de lo que les ofrecen, ni un canapé se atreven a llevarse a la boca, lo que refuerza mi teoría de que a veces las modelos se mueren de hambre. O es eso, o desayunaron una torta de tamal… o no tienen espacio en el estomago, como las modelos de The Neon Demon.
Llevo un iPad en la mano para tomar notas…¿tomaré fotos? Le mando una mensaje a Alejandra, la editora de Malvestida, y me contesta algo así como: “más vale tener a no tener”, al final seguro no las usará, son terribles.
En el lugar, hay una especie de tarima donde unos personajes posan, la estampa me recuerda esa publicidad de United Colors of Benetton, dada la variedad cultural de los protagonistas de la fotografía. Le quiero tomar foto a algunas modelos…¿les tendré que pedir permiso? ¿no se supone que de que les tomen fotos se alimentan emocionalmente esas amazonas delgadas? Con la lógica de que tampoco puedes llegar con una actriz porno y tener sexo nada más porque sí, asumo que a las modelos igual debes pedirles permiso antes de la foto. Yo nunca podría ser paparazzi, soy muy tímido, pero entre los asistentes hay una mujer con los lentes más espectaculares del evento (que serían graciosos en otro contexto u otra vez parafraseando a Cerati: “lo que para arriba es excéntrico, para abajo es ridiculez”) y a ella sí le pido que se deje fotografiar.
De fondo, una canción viejísima que no logro ubicar, la letra ultra kitsch dice algo así como: “A fuego lento revoltosas caricias que parecen mariposas, se cuelan por debajo de la ropa”, con una voz femenina muy cursi. Mucha gente de la que deambula por ahí parece importante, pero no ubico si son modistas, actores de “Soy tu Fan”, influencers, jetsetters o simples victimas de la moda. Me empiezo a fijar en los zapatos de todos. Casi sin excepción, tienen detalles agregados: lentejuelas, agujetas de diferentes colores, estoperoles…los míos son los más comunes del club. Al pasar por una mesa alcanzo a escuchar que una mujer le dice a su amiga: “Ahora que soy socialité…” pero en ese momento empieza muy alto otra canción (es “Duende” de Bosé, pero en una horrenda bossa nova) y la única palabra que entiendo del resto de la frase es “..alergia”. Entonces, alguien anuncia que el desfile está por comenzar y la gente comienza a subir de nivel, pero no como la nueva socialité y su confidente, es que la pasarela está en el tercer piso y todos subimos por elevador y escalera al piso de arriba.
Es irónico que se haya escogido ese lugar. La prensa vive una decadencia provocada indirectamente por personas como aquella chica que recorre el lugar transmitiendo en vivo por Facebook el evento. La nota informativa que seguramente saldrá en el mismo diario El Universal al día siguiente, será obsoleta. La gente se comienza a acomodar. Por ahí anda Eréndira Ibarra, más delgada de lo que la recordaba de alguna fiesta de Noiselab. Comienza la función….es decir, el evento. Las modelos comienzan a desfilar, la gente comenta lo mucho que le gustan los vestidos. Todos son blancos, creo que no vi otro que no fuera de ese color. Las modelos caminan y posan con soltura y elegancia, sin inmutarse, sin miedo, sin dejar de mirar al frente así a su lado estuvieran asesinando al alguien. Parece que el fetiche del diseñador son las chicas que parecen clones de Natalie Portman, pero definitivamente mucho más altas y delgadas (supongo, porque jamás he visto a Natalie en persona). Y aunque también hay algunas mujeres un poco más exóticas, de piel morena y facciones no tan comunes, predomina el tipo de la actriz de origen israelí.
Los vestidos en su mayoría son de noche, algunos parecen batas, dudo que le queden a la mayoría de las asistentes, pero a todas parecen encantarles. De repente no sé para dónde mirar, las modelos vienen de ambos lados y se entrecruzan, siento que estoy haciendo zapping y que todos los canales de televisión me llevan al mismo lugar.
Una de las mujeres porta un vestido elegante y larguísimo que en una fiesta, alguien terminaría pisándole en algún momento y la haría caer. Las modelos son delgadísimas, ahora entiendo porque no quisieron probar los dedos de queso del coctel. Desde donde estoy no puedo tomar fotos a profundidad, así que me muevo hacia la zona de prensa, pero al hacerlo le echo a perder la toma a una camarógrafo y todo el contingente protesta: “Quítate güero” me grita uno…¿o habrá dicho otra cosa? Termina el desfile, salen todas las modelos al mismo tiempo. Juan Carlos Obando aparece caminando por la pasarela, todo mundo le aplaude, la multitud aúlla y el diseñador se deja caer de espaldas para aterrizar encima de sus fans que lo arropan y lo arrojan por lo aires mientras fuegos artificiales revolotean alrededor. No, en realidad eso no pasó, pensé que los diseñadores eran más rock-stars, pero Juan Carlos tras una breve ovación, se aleja por donde vino sin ínfulas de estrella. El evento ha terminado. Le quiero tomar una foto a Obando, ya no está por ahí, pero nos dejó a algunas modelos que posan entre las maquinarias vintage del lugar.
Me quedo unos minutos platicando con alguien que no conozco sobre lo maravillosa que era la ropa. Es tarde, casi las 2 pm. Salgo del lugar y en el camino, me topo con algunas de las modelos con la cara lavada que desfilan, esta vez para irse tras cumplir su jornada de glamour. Algunas hablan en inglés entre ellas, otras en portugués. Le pregunto a una por su origen y me responde que es mexicana, como sus tres amigas (a las que señala). Son idénticas, hasta el mismo corte de cabello traen. Ahora portan pants o jeans. Sin las luces y las pestañas postizas, se ven más guapas y terrenales. Dejo atrás a los cisnes negros y veo la luz del día.
Afuera, un sucio puesto de jugos sobre la avenida Bucareli de la CDMX, me expulsa del mundo de brillantina en el que me sumergí por un rato. Camino y muy cerca, me topo con otro desfile que paraliza Reforma. No son modelos, son activistas y algunos acarreados (lo descubrí cuando les pregunté porqué marchaban y no tenían idea) que están pidiendo la liberación de uno de los suyos. Dos desfiles en un día. Así mi primera experiencia en Fashion Week México, ahora creo que ya estoy a la moda, lo he logrado.