¿Las fuerzas armadas ya no son machistas si hay una mujer al mando?

Una institución históricamente machista y jerárquica como la militar no solo debe abrir sus puertas a las mujeres, sino también cambiar sus valores.

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Por Claudia Ordóñez, Coordinadora de Investigación de Intersecta

La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia de México es un hecho histórico por varias razones. Para empezar, porque es la primera vez en la historia del país que tenemos a una presidenta. Y no solo eso, sino que por primera vez una mujer es la Comandanta Suprema de las fuerzas armadas. Desde el año pasado esto ha generado una mezcla de emociones, entre ellas una sensación de logro feminista por la inclusión de las mujeres en espacios de poder que tradicionalmente han sido dominados por hombres. Pero más allá de que celebremos o no este hecho, surge la pregunta sobre si tener a una mujer al mando de las fuerzas armadas las convierte en instituciones más igualitarias, incluyentes y menos machistas.

La imagen muestra a la presidenta sonriente, caminando con altos mandos de las fuerzas armadas.
Imagen vía Instagram @claudia_shein

Tener a la primera mujer presidenta de México y a la primera Comandanta de las Fuerzas Armadas no solo representa un avance simbólico, sino que debería representar una reconfiguración de los roles de género que históricamente se han asignado a hombres y mujeres en las instituciones que componen al Estado mexicano, entre ellas las fuerzas armadas. Emocionarse por su llegada al poder puede entenderse desde el sentido de reivindicación, pues la presencia de una mujer al mando de las fuerzas armadas se percibe como un desafío a los estereotipos tradicionales que asocian a los hombres con la fuerza y el liderazgo y a las mujeres con la obediencia y la belleza.

Desde el movimiento feminista de la segunda ola (1960-1980), teóricas como Simone de Beauvoir ya problematizaban la construcción de los géneros como socialmente impuestos, lo que Beauvoir señala con la famosa frase “No se nace mujer, se llega a serlo”. De ahí que, al desafiar las categorías de «lo masculino» y «lo femenino», las feministas no solo han cuestionado el acceso de las mujeres a esferas de poder, sino que también han propuesto reconfigurar lo que significa el poder en sí mismo.

 El entusiasmo con el que muchas personas ven la llegada de Sheinbaum no solo resalta la ruptura de las normas de género tradicionales, sino que también nos permite reflexionar de manera más amplia sobre la naturaleza del poder en instituciones que históricamente han sido opresivas, como el ejército.

Para ejemplificar el poder e importancia simbólica de la llegada de Sheinbaum, podemos tomar alguna de sus fotografías interactuando con las fuerzas armadas, como esta de su primer discurso dirigido a soldados. En la imagen se aprecia a Sheinbaum ante filas y filas de soldados y marinos, la mayoría hombres. La presidenta está flanqueda por el anterior presidente Andrés Manuel López Obrador y por altos mandos del ejército y la marina. Ella está de pie, con la vista dirigida hacia las tropas, en una postura de autoridad. La composición hace que la figura de Sheinbaum sea la protagonista de la imagen. No cabe duda: quien manda ahí es ella.

La presidenta de México Claudia Sheinbaum recibe una salutación de las Fuerzas Armadas al inicio de su mandato.
Imagen vía amlo.presidente.gob.mx/

Pero el que ella esté a la cabeza de estas instituciones ¿cambia algo más allá de quién manda? ¿Podríamos hablar, por ejemplo, de un ejército más igualitario y menos patriarcal? 

De acuerdo con información publicada en la página de la Secretaría de Defensa Nacional (Sedena), de un total de 195,550 personas que laboran en el ejército y fuerza aérea, solo el 9.53% son mujeres. Si vemos las cifras por dependencia, en el ejército el 9.7% son mujeres, en tanto que en la fuerza aérea solo el 5.87% lo son1. Estas cifras revelan una estructura institucional que históricamente se ha conformado por hombres. Siguiendo esta lógica, tiene sentido que tener a una mujer al mando de las fuerzas armadas se vea como algo positivo, como un triunfo y una manera de ocupar espacios ahí donde antes no se nos había dado la oportunidad. Sin embargo, este tipo de inclusión debe analizarse a detalle. Por ejemplo, existe una larga tradición dentro de los feminismos de cuestionar a las instituciones como las fuerzas armadas no solo en términos de cuántas mujeres las componen, sino respecto a los fines y métodos con los que operan.

En otras palabras, tenemos que preguntarnos qué tipo de inclusión estamos impulsando y bajo qué ideas. No basta con tener a más mujeres en todas las instituciones. Necesitamos cuestionar qué clase de espacios son y para qué se nos integra a ellos. ¿De qué nos sirve llenar de mujeres a las instituciones cuya estructura es patriarcal como las fuerzas armadas, si estas no dejarán de oprimir, violentar y abusar de la fuerza?

Un análisis feminista más crítico nos lleva a reconocer que las fuerzas armadas no son como las otras instituciones del Estado. Tienen características únicas, como su estructura jerárquica rígida y su exigencia de obediencia absoluta. A lo largo de los años, han sido objeto de investigaciones que revelan diversas problemáticas de violencia sexual, discriminación por género y capacitismo dentro de sus filas. En otras palabras, son instituciones profundamente desiguales, que replican patrones de subordinación, violencia y discriminación.

Desde distintas corrientes de los feminismos se han retomado estas ideas para cuestionar a las fuerzas armadas como instituciones que, bajo la falsa premisa de la inclusión y la igualdad, siguen operando de manera violenta, jerárquica y de obediencia sin cuestionamientos.

Por ejemplo, en el libro Global Outlaws: Crime, Money, and Power in the Contemporary World, la antropóloga Carolyn Nordstrom señala que las fuerzas armadas no solo son una institución armada, sino que también operan como una fuerza organizada de control que a menudo se usa para reprimir movimientos sociales. Por ello, la participación de las mujeres en estas instituciones puede verse desde dos perspectivas: desde la inclusión en espacios de poder históricamente masculinos y desde el reforzamiento de estructuras jerárquicas y patriarcales que no necesariamente promueven la igualdad, sino que perpetúan la violencia estructural.

Por su parte, en el libro Vida Precaria: el Poder del Duelo y la Violencia, Judith Butler señala cómo el poder militar suele deshumanizar a las personas que están sometidas a sus órdenes, lo que incluye a mujeres y personas de la comunidad LGBTIQ+. A pesar de la inclusión de más mujeres en las fuerzas armadas, la estructura de estas instituciones, que se basa en la obediencia a la autoridad, no permite una reflexión crítica sobre la violencia inherente a sus funciones.

En otras palabras, en lugar de promover la inclusión de más mujeres en sus filas, las fuerzas armadas tienen que transformar su cultura y estructura. Una institución históricamente machista y jerárquica como la militar no solo debe abrir sus puertas a las mujeres, sino también cambiar sus valores, prácticas y dinámicas que perpetúan la violencia de género, el acoso y la desigualdad.

En este sentido, la cultura organizacional sigue siendo un obstáculo para la inclusión real. El hecho de que más mujeres ingresen a las fuerzas armadas no implica que esas mujeres puedan desenvolverse en un ambiente seguro, equitativo y libre de violencia. Si las fuerzas armadas de verdad quieren ser inclusivas, necesitan un cambio profundo en su cultura organizacional, lo que debe incluir políticas efectivas de prevención, atención y eliminación de la violencia de género.

La falsa inclusión y el pinkwashing

Aunque la llegada de una mujer a la cima del poder es un símbolo importante, no basta para generar cambios sustantivos. Como feministas, deberíamos cuestionar y transformar las propias estructuras de poder, no simplemente integrarnos a ellas. Esto nos debe llevar a criticar de manera más amplia a la militarización de la sociedad.

Las fuerzas armadas no solo son una institución de poder, sino que, en muchos casos, son una herramienta de control social. La militarización de la seguridad pública en México, por ejemplo, ha tenido graves consecuencias para las mujeres.

Desde Intersecta hemos documentado la violencia que se ejerce por parte de las fuerzas armadas contra las mujeres en diversos informes como Con Copia Oculta y Las Dos Guerras. Esta violencia estructural y de género es una manifestación del sistema jerárquico y de control que caracteriza a las fuerzas armadas.

Para muchas feministas, la integración de mujeres en estas instituciones puede ser vista no solo como un avance hacia la igualdad, sino también como un mecanismo de lavado de cara o pinkwashing para encubrir violencias estructurales. En su trabajo Vivir una vida Feminista, Sara Ahmed sostiene que la inclusión de mujeres en instituciones patriarcales no necesariamente cambia las reglas del juego, sino que las reproduce, transformando el espacio pero no sus estructuras fundamentales de poder.

Por su parte, en La Sociedad de Género, Michael Kimmel analiza cómo instituciones como el ejército, se convierten en espacios donde los valores masculinos de poder, control y agresión no solo son tolerados, sino promovidos, haciendo que la «inclusión» de las mujeres no siempre se traduzca en cambios significativos.

Por todas estas razones, el feminismo no debe conformarse con la inclusión de mujeres en estructuras de poder que perpetúan la violencia, la subordinación y la desigualdad, sino que debe seguir impulsando una transformación radical de esas estructuras. Incluir a las mujeres no es suficiente, hay que transformar los cimientos mismos de las instituciones para lograr una verdadera igualdad de género. Y ese es el verdadero reto que enfrentamos hoy.

  1. Fuente: Secretaría de la Defensa Nacional, Preguntas Frecuentes del Observatorio para la Igualdad entre Mujeres y Hombres en el Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos (https://www.gob.mx/defensa/acciones-y-programas/preguntas-frecuentes-del-observatorio-para-la-igualdad-entre-mujeres-y-hombres-en-el-ejercito-y-fuerza-aerea-mexicanos), última actualización 11 de marzo de 2025. ↩︎

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