Ya hemos platicado sobre la importancia de ir más allá de la cultura de la cancelación y el punitivismo que conlleva. En este texto, Waquel Drullard explora el fenómeno de cancelar desde una mirada anticolonialista y antirracista.
Por: Waquel Drullard
Quiero empezar este texto compartiéndoles una fuerte sensación que vengo pensando en el cuerpo hace ya unos meses. La preocupación viene porque es algo que no solo nos está haciendo daño a nivel personal, sino colectiva y políticamente: la cultura de la cancelación.
La cancelación, como toda cultura, se ha convertido en un dogma pero también un modus operandi autoritario para silenciar, menospreciar y humillar a otres.
Al cancelar a alguien no solo nos negamos a ver la complejidad de las cosas en sus diferentes dimensiones, sino que nos oponemos a la pluralidad de pensamientos y saberes, renegando de la singularidad de cada persona y apartando la historicidad de los procesos políticos que muchas vivimos de múltiples formas.
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Entonces, la cancelación construye un canon con pretensión universal que oculta las luchas y experiencias situadas en nosotras mismas.
¿Quién más que tú sabe que onda con tu vida?, ¿quién más que tú sabe qué estás pasando, qué cosas está atravesando tu cuerpo y qué preguntas quieres hacerte y hacerle al mundo en tus redes y espacios?
«El mundo no es un lugar seguro»
En los 80s, la feminista y activista chicana Gloria Anzaldúa escribió «el mundo no es un lugar seguro para vivir» refiriéndose a los efectos que las violencias racistas, sexistas, patriarcales y heterosexistas tienen sobre las vidas de las personas precarizadas, racializadas, feminizadas y marikas.
A Gloria no le dio tiempo de ver lo que pasaría en esta época de escraches, influencers y redes sociales, donde el mundo sigue sin ser seguro no solo por la violencia colonial, policial y de Estado, sino la ejercida a través de la cancelación -presente en muchos de nuestros espacios, incluso más allá de redes sociales-, que es también una cultura de la vigilancia y control del buen comportamiento discursivo.
En esencia, la cancelación se basa en el eurocentrismo penal, una forma de ejercer el punitivismo o castigo como forma de hacer «política» contra quienes se atreven a encarar públicamente a través de su propia experiencia.
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Los feminismómetros, por ejemplo, que te dicen qué tan buena feminista eres. Una lógica de competencia propia del capitalismo que rompe los lazos de solidaridad y colaboración, reforzando el individualismo en detrimentos de «lo común-comunitario».
En 1979, Audre Lorde publicó el ensayo Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo. El punitivismo, el derecho penal y la encarcelación son herramientas del Estado. A través de la cancelación, reafirmamos esa lógica de sancionar.
¿Por qué la cultura de la cancelación es patriarcal y colonial?
La cultura de la cancelación se podría definir como una práctica patriarcal y colonial que busca a toda la costa la anulación del otro.
La cancelación no podría ser más patriarcal porque, así como se ha instaurado un sujeto hegemónico varón blanco heterosexual, funcional y con capital sobre mujeres, marikas, prietas, negras, sujetos feminizados, personas con discapacidad, enfermas y vidas racializadas, la cancelación reproduce el mismo imaginario monopolizando cierto campo del discurso para dictar qué se puede decir, cómo se puede decir y quien está autorizado para decirlo.
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En un mundo colonial, la cultura punitiva permea todos los espacios de nuestras vidas, por lo que el poder estatal del castigo no es solo ejercido desde las instituciones, sino que también opera a través de un poder invisible y simbólico que encarnamos nosotras mismas.
El policía ya no es solo el uniformado, nosotras nos hemos convertidos en vigilantes y castigadores de nuestra propia gente.
La policía de la cancelación está en Facebook, en Twitter, en Instagram, está en tu colectivo, entre tus amigas, entre el contingente de la marcha. La vigilancia y el repudio a veces viene desde quien se nombra aliade y con quienes compartes espacios de subalternidad.
La cancelación resulta en otra forma de ser policía. Y al mismo tiempo, como el escrache, la cancelación es una forma de injusticia por definición, pues sólo cobra sentido bajo parámetros victimistas que construye narrativas antagónicas en sentido dicotómico de «bueno y malo,víctima y victimario», anulando por completo la oportunidad de diálogo, intercambio y conversaciones entre las partes involucradas.
La cancelación es una vertiente más del sistema criminal penal —que dicho sea de paso siempre es racista y colonial— porque al igual que el sistema penal de in-justicia, heredado del colonialismo para hacernos creer que problemas coloniales de genocidio y explotación se pueden subsanar con leyes y cárceles, la cancelación también funciona bajo los mismos parámetros: existe un canon aprobado por cierto «gremio – redes de personas» que usan las plataformas digitales como palestra pública de linchamiento para exhibir al mal comportado, al cancelado y al sujeto de castigo. El objetivo es la anulación social.
Cancelar es colonial
La cancelación es una forma de desinformación, es literalmente fake news porque busca, a través de ciertos medios como Twitter por ejemplo, construir narrativas de odio que anula no sólo la experiencia y el punto de vista de alguien, sino también su existencia.
Cancelar a una persona es eminentemente fascista porque su objetivo último es que un sector o un grupo de personas repudien y odien a alguien, logrando que sea así apartada de espacios de participación específicos.
Se cancela porque es una estrategia de derecha insertada dentro del neoliberalismo para disputar el poder anulando a quien se convierte o es equívocamente percibido como amenaza. Aunque gente oprimida reproduce la cancelación como forma de hacer «política», la cancelación es un invento de la blanquitud para deslegitimar las voces de la subalternidad racializada que se atrevieron a hablar sin la autorización de lxs amos. Cancelar es colonial.
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La cancelación es racista y clasista porque la persona que es cancelada no ocupa un lugar en la mesa de lxs amos. Quien no es el sujeto hegemónico es quien experimenta cierto grado de vulnerabilidad que puede ser alcanzable por la mentira de la cancelación. Coca Cola a pesar de que ha privatizado el agua del mundo y ha roto el tejido social y territorial de comunidades afroindígenas en el planeta, sigue vendiendo y nunca será sujeto de cancelación, porque la cancelación jode a quien está abajo, la plata y el privilegio siempre será un escudo lo suficientemente fuerte ante la cultura de la cancelación.
No se puede ser antirracista, anticarcelaria y contrapunitivista mientras nos sumergimos y operamos a través de la cultura de la cancelación.
Contra lo que se ha dicho, cancelar no es interpelación porque ésta siempre implica necesariamente apertura de canales de diálogo e interlocución, interpelar por definición es esperar respuestas y explicaciones que permitan aclarar contextos y situaciones partiendo del principio de buena fe, la cancelación a diferencia, repito, busca anular socialmente a alguien.
En conclusión…
A modo de cierre, no quiero terminar de escribir estas ideas sin antes decir lo evidente: la cancelación es un falso parche para justificar el odio hacia alguien, los antagonismos y las competencias que están hoy más presentes en los movimientos sociales.
Ante esto hay que recordar que no hay forma de estar exentas de estas dinámicas tan dañinas, todas estamos dentro de la colonialidad del capitalismo, y esto me lleva a preguntarme: ¿qué tenemos que hacer para superar la disputa individualista que se interpone en nuestro camino para enfrentar el verdadero enemigo que es el Estado y su aparato gubernamental necropolítico, que perpetúa el odio y la muerte en el mundo?
Porque es importante precisar que uno de los efectos y objetivos de la cancelación es evitar que veamos el verdadero problema, cuando somos la policía de quien está a nuestro lado, dejamos ver la gran fosa clandestina que se construye bajo nuestros pies, por eso, es necesario escapar de este círculo engañoso.