Es difícil pensar en alternativas, pero el punitivismo en movimientos sociales, o la cultura de la cancelación, no tienen lugar al pensar en un mundo distinto.
Por: Kerly Garavito
En tiempos de escraches dentro de los movimientos sociales, es necesario parar, descansar y pensar en nuestras prácticas.
¿Cuánto nos estamos acercando al mundo que soñamos y queremos? ¿Qué, cuál o cuáles mundos queremos? ¿Cuánto estamos reproduciendo el mismo sistema que queremos desmantelar?
Estas preguntas vienen a mí por la urgencia que siento de encontrar otras formas de disentir, de discutir y de abordar la violencia que vivimos y reproducimos. Nos toca buscar otras formas de hacer justicia cuando alguien ha dañado y ha sido dañado.
Sé, por experiencia en los dos bandos, que no es fácil. Y debo ser sincera, creo que recién me di cuenta del problema cuando me afectó directamente. Cuando me acusaron de una violencia o daño que no había hecho y negaron mi identidad. Todo se dio a través de indirectas, pese a que yo estaba abierta a escuchar sus reclamos.
A partir de ese hecho decido repensar mis prácticas políticas. Y comienza un camino de cuestionamientos y autocrítica. ¿Cuántas veces yo hice lo mismo y afectó a otras personas? En un Zoom con dos amigas, Valeria y Marbella, conversamos sobre el dolor, la denuncia en redes y el racismo. Y Marbella dijo algo brillante: “¿Cómo estamos seguras de que las personas a las que denunciamos en redes sienten menos dolor que nosotras? ¿Cómo medimos el dolor? “
Es importante especificar que con esto no quitamos responsabilidad individual o estructural, sino que cuestionamos las formas en las que venimos denunciando.
Más allá de cancelar
En medio de discusiones entre compañeres de lucha en redes sociales, me encontré con un artículo de Adrienne Maree Brown, que luego me llevó a leer su libro: We Will Not Cancel Us, And Other Dreams of Transformative Justice (en español sería: Nosotros no nos cancelaremos y otros sueños de justicia transformativa).
Este texto me ayudó a reafirmar pensamientos e ideas que habían tenido su semilla en conversaciones, lecturas y aprendizajes del trabajo colectivo.
El libro empieza señalando la relación entre el abolicionismo carcelario y la cultura de la cancelación:
“Los abolicionistas saben que las implicaciones de nuestra visión tocan todo, todo debe cambiar, incluyéndonos a nosotros”. Y también señala que “La cancelación es castigo, y el castigo no para el ciclo de daño, no a largo plazo. La cancelación puede incluso ser contra-abolicionista”
Esta línea entre el punitivismo, la cancelación en redes y el abolicionismo es crucial para entender la magnitud de la cultura del castigo en nuestras vidas. No solo se manifiesta en el sistema carcelario, la policía y el estado; sino que nosotros, al ser parte de este sistema, la aprendemos. Por esto es absolutamente imprescindible en nuestra lucha por otros mundos posibles repensar nuestras acciones y cambiarlas.
Adrianne, así como Angela Davis, nos dice que el abolicionismo no es una lucha utópica sino una práctica que se ratifica con políticas que afirmen la vida en lo cotidiano.
¿Por qué siempre pensamos en castigo?
Nuestra perspectiva alrededor del conflicto, del daño, del abuso y de la violencia tiene que eludir al castigo como continuación inmediata. No nos escapamos de las dinámicas del poder en el sistema/mundo capitalista colonial.
Adrienne señala que debemos formar esa capacidad para distinguir al camarada del oponente. Las personas dentro de los movimientos somos diversas, complejas. De esa diversidad y complejidad el movimiento se hace más fuerte y amplio. Interactuar con personas distintas a una o con otras perspectivas hace que entendamos que la práctica política es compleja, que la realidad muchas veces golpea nuestros intentos de teorizar.
La realidad la desborda y las personas también. Debemos entender que nuestra experiencia es corta, no sistematiza todas las experiencias de las personas ni sus distintas realidades. Es importante escuchar y no reprimir las opiniones ni el conflicto. El conflicto es completamente humano y, si lo transitamos con compasión, incluso puede fortalecer los lazos comunitarios.
Mi trabajo en colectividad
Ser parte de Ruray, una colectiva feminista autónoma de un barrio de Lima, Perú, con mujeres diversas, que piensan diferente a mí, ha hecho que vaya aprendiendo a trabajar colectivamente.
Nosotras sabemos que nos une un objetivo común: trabajar por nuestra comunidad. Esto no impide que muchas veces tengamos opiniones y posicionamientos distintos, estrategias que chocan, comentarios que no abordan el problema de la mejor forma.
Las acciones que hemos venido realizando en Ruray se han hecho desde la colectividad. Hemos pasado de la discusión al cambio de nuestras prácticas cuando reconocemos lenguaje o acciones que son racistas, clasistas, transfóbicas, homofóbicas, gordofóbicas, etc.
No ha sido fácil. Muchas veces la rabia y el enojo ganó, nos hemos peleado entre nosotras, pero sinceramente creo que la motivación de trabajar por el distrito ha primado. Salir de nuestra individualidad y participar en procesos comunitarios hace que una se cuestione el egocentrismo, la vanidad y el rédito político; también que salgamos de la performatividad de las redes sociales.
Como dice Adrianne, nuestras luchas no deben replicar la cultura de la desechabilidad del capitalismo. Desechar a una de nuestras compañeras por una opinión con la que no concordamos no es una opción cuando nos enfrentamos a tiempos en los que debemos unirnos frente al sistema que nos quiere separados.
No oposición, sino tejido
A través de estos recorridos colectivos me di cuenta cuenta que los seres desbordamos las teorías académicas con nuestras experiencias y estas necesitan actualizarse a esos cambios porque las relaciones sociales no son tan fáciles como seguir un manual.
Desechar a nuestras compañeras no puede ser parte de una política de justicia social. El conflicto es parte del ser humano.
A menudo nos agobia la desesperanza, pero por experiencia sé que las personas, así como los colectivos, son dinámicos, se transforman y cambian.
La colectiva donde participo hoy no es la misma que la de sus inicios, en el 2018. Además, si no creemos en el cambio que hacemos en la lucha por la transformación de las estructuras de opresión. No existen en abstracto y no se van a cambiar solas.
Quiero citar y resaltar las palabras de la maestra María Lugones, quien señaló en una entrevista:
“Si la resistencia la pensás como oposición, es un caso. Pero si la pensás como tejido, es otro. Y se teje con lo que hay. Y hay malo y hay bueno. Y lo malo se ha incorporado a lo bueno, y viceversa.”
Hacer y trabajar juntas
Las prácticas punitivas y las lógicas binarias tienen su fundamento en el individualismo del pensamiento occidental, nos enfrentamos a la tarea de salir de ese circuito.
Pensadoras como Lugones, Ochy o Yuderkys del feminismo decolonial han generado pensamiento crítico sobre la interseccionalidad y han planteado la fusión o imbricación de opresiones que no solo muestra el problema, sino que permite una coalición entre les que resistimos ya que las opresiones no existen por separado.
Lugones explica: “Pero también es así que en algún lado debe estar escondido nuestro yo comunal, aquello que nos hace sentir parte de algo inmenso. Si pudiéramos hacer florecer eso, todo sería distinto. Y eso no florece con palabras, quizá. Eso hay que hacerlo juntas. Si vos me preguntas cómo se hace el chuño no puedo enseñartelo bien con palabras: lo tenemos que hacer juntas. Hay ciertas cosas que tenemos que vivir sin palabras.”
¿Trascendemos el binarismo occidental? ¿Enfrentaremos el reto que nos plantea Lugones? Quedarnos sin palabras cuando la experiencia lo amerita y dejarnos llevar por nuestros sentires