*Esta historia fue escrita con base en un testimonio contado a Malvestida.
Tenía 19 años cuando me enteré que estaba embarazada. Recuerdo perfectamente el momento en el que abrí el sobre y vi un “POSITIVO”. No lo podía creer, pero estaba sucediendo. El padre biológico de mi hija y yo fuimos a un parque para hablar del tema. Lo primero que salió de su boca fue “qué le voy a decir a mi mamá” (quizá era una señal de que no sería alguien responsable). Después llegamos a la conclusión de que nos amábamos, queríamos estar juntos, casarnos y tener al bebé.
Ese día, al llegar a mi casa les conté a mis primas y mis dos mejores amigas. Recuerdo que una de ellas me dijo algo así como “qué emoción, voy a ser tía”. Pasaron unos días antes de decírselo a mi mamá, fue un momento de mucho miedo, nervios y, aunque no le cayó nada bien la noticia, siempre me brindó su apoyo. Después, el padre biológico y su madre fueron a mi casa para hablar con mi mamá y acordar el compromiso.
Mi madre siempre ha sido muy simpática, divertida y atenta. Sin embargo, para esta reunión de compromiso ella no estaba dispuesta a darles un buen trato. Fue un momento súper incómodo. Él me entregó un anillo, uno que creo había sido de su mamá y que, evidentemente, no me quedaba.
Cuando el mundo te juzga
Pasaron los días y conforme se fue enterando la gente, podía ver sus caras de decepción, de preocupación o molestia hacia mí.
También se lo dije a mi papá. Lo cité en un restaurante por miedo de su reacción y aunque esta fue tranquila e incluso me dijo que no tenía ni que casarme, recuerdo que durante mi embarazo casi no me dirigió la palabra, algo que no me extrañó, pues mi relación con él tampoco era la mejor.
Me enteré de mi embarazo en abril y dos meses después ya estaba casada.
Al ser casi adolescentes y sin trabajo, el padre biológico y yo nos fuimos a vivir a casa de su mamá. Mi relación con la señora era terrible y tenía que soportar comentarios como “Seguramente vomitas todos los días porque no aceptas a tu bebé” o “ahora que vives aquí tendré que ir a la Central de abasto a surtir la despensa”. Su casa no tenía agua caliente, así que o me iba a bañar a casa de mi mamá o con agua fría. Mientras yo me quedaba sola, ellos, iban diario a un club para bañarse y hacer ejercicio.
Resistí así solo unos meses y le pedí a mi mamá si podíamos vivir con ella. A pesar de todas las cosas personales que ella iba cargando, accedió y desde aquel momento viví con ella.
De lo alegre a lo amargo
Recuerdo el primer ultrasonido que me realizaron. Ahí vi por primera vez a mi pequeña. Estaba jugando con sus manitas, sentí que incluso me saludaba. En ese momento, todo lo horrible que había pasado desapareció. Solo había felicidad y mucha ilusión.
Con el paso de los días, mi vientre iba creciendo más y más, tanto que parecía un gran balón de futbol. El día de mi baby shower —que mi mamá, mis tías y mis primas organizaron para mí—, fue la primera vez que vi tantos obsequios. Todos con mucho cariño, para mí y para mi hija.
Para entonces, yo estudiaba la universidad; iba en el segundo semestre de diez, así que quedaba mucho camino por delante. Recuerdo mis trayectos en camión a la facultad, con las miradas de las personas juzgándome. Al principio era doloroso, pero pronto logré que nada de eso me afectara.
Los prejuicios y la discriminación no faltaron. Recuerdo a una maestra de la facultad que en su lista de asistencia, junto a mi nombre, escribió con rojo “NIÑA EMBARAZADA”.
A la par, también tuve apoyo incondicional: amigos que me ayudaban a cargar mi mochila, avisar a los maestros si tenía algún contratiempo y un amigo en particular que durante casi un mes (que estuve en cama por amenaza de aborto) iba de Santa Fe a Coapa para recoger mis tareas y entregarlas. Son cosas que jamás podré olvidar.
Cerca del día
Cuando mi hija estaba a punto de nacer, mi mamá y un tío me llevaron al hospital, pero fue falsa alarma. El día en que por fin nació mi hija nació, toda mi familia y amigos estaban afuera del hospital esperando noticias y poder pasar a visitarnos.
Tuve a mi hija en el IMSS y fue una muy mala experiencia. Hoy recuerdo que sufrí discriminación y malos tratos por ser una mamá joven.
Las enfermeras me decían cosas como “ahora te duele, pero qué tal cuando estabas con el novio” o “cómo ve doctor, niñas teniendo niñas”… en general hubo malos tratos e incluso descuido médicos, como que mi hija ya estaba teniendo sufrimiento fetal y yo taquicardia, pues estaban empeñados en que fuera parto natural y no cesárea, cuando un médico consciente dijo que claramente era cesárea.
Todavía recuerdo la primera vez que vi a mi niña, era peloncita, grande y muy rosada. Me dijeron que estaba bien y sana. Nuestros primeros momentos juntas no los viví en una “sala de recuperación” o en un cuarto privado, sino en un pasillo donde me dejaron. Me dieron a mi hija para alimentarla y obviamente, no sabía ni cómo hacerlo, pero ella era tan linda, tan tranquila y dulce que de alguna forma lo logré y ambas nos quedamos dormidas.
Salí del hospital en Año Nuevo y fuimos directo a casa de una tía donde la familia comía el recalentado. Al llegar, todos aplaudieron. Estaban felices de verme bien y de conocerla. De mi familia solo he recibido apoyo, ayuda y mucho cariño para mi hija y para mí.
Terminar ciclos y abrir otros
Mi carrera la continué con una niña en brazos. Aunque una tía me ayudaba a cuidarla, a veces tenía que llevar a la bebé a clases. Muchos maestros me dejaban que ella estuviera ahí; la niña era tan tranquila que me dejaba estudiar muy bien. Tal vez me costó más trabajo que al resto de mis compañeros, tal vez me perdí muchas fiestas, borracheras y viajes, pero terminé junto con todos los de mi generación. Incluso me titulé con mención honorífica.
Al año de nacida, me separé del padre biológico, que de alguna forma nos seguía ayudando económicamente. Cuando ella cumplió tres años, él dejó de hacerlo, nunca más recibimos un centavo de él. Tras ocho años de tribunales y abogados, gané la Patria Potestad y ella jamás lo ha vuelto a ver.
Miro a esa chica de 19 años y puedo ver que tengo una vida muy distinta a la que hubiera imaginado entonces. Mi hija cumplirá 15 años en unos meses y estoy casada desde hace seis años con un hombre que se ha convertido en el padre de mi hija… y con quien tuve dos hijos más. Juntos hemos formado una bonita familia.
Hoy tengo un trabajo que me ha dado la oportunidad, junto con mi esposo, de darles a mis hijos una calidad y nivel de vida mejor que el que pude ofrecerle a mi hija mayor. Ser mamá joven no fue la decisión más fácil que haya tomado. Sin embargo, aprendí que ese camino se transita más fácil cuando hay de tu lado personas que no juzgan, sino que ayudan a crecer.