Por qué cocinar se volvió mi terapia más efectiva contra el estrés

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Foto. Toa Heftiba

Hasta hace unos años, me consideraba una persona relajada. A pesar de que siempre ando en mil cosas a la vez, duermo poco y trabajo mucho, el estrés no aparecía en mi currículum de sentimientos… Hasta que sí.

Unos años atrás me estresé tanto que se me fue todo al intestino. Me iba a quedar sin casa (porque me peleé horrible con mi roommate) y tenía que volver con mis papás; también sabía que la empresa donde trabajaba iba a quebrar y me despedirían; terminé una relación amorosa muy complicada y, por si fuera poco, mi salud comenzó a ponerse frágil. El resultado fue algo llamado Síndrome del intestino irritable, que además de hacer que me doliera todo el cuerpo, no me permitía retener alimentos y bajé como 7 kilos.

Esta enfermedad me obligo a rehacer todo: buscar un nuevo trabajo, hacer más ejercicio, dejar personas nocivas y, entre seis medicamentos distintos que tomaba al día, llevar una dieta más amable para mi intestino que había sufrido demasiado mis emociones negativas acumuladas.

Menú de hospital DIY

Para no sufrir tanto con el menú estilo hospital, pero hecha en casa, comencé a poner más empeño en la elaboración de mi comida. El reto consistía en preparar platos sin grasa, sin chile (una tortura para una mexicana como yo), sin ingredientes ácidos, sin demasiados condimentos… medio aburridos, pues, pero sabrosos. Porque mi problema era también que nada se me antojaba. Cada alimento que caía en mi estómago se convertía en una tortura.

Siempre me ha gustado cocinar, sobre todo hacer postres, pero hasta entonces solo lo había visto más como una necesidad que como una terapia.

A partir de la enfermedad, tuve que buscar actividades relajantes, cosas que me gustara hacer y me dieran tanto placer que pudiera estar ahí por horas y olvidarme de los problemas.

El sazón de la creatividad

Comencé a notar que la elaboración de un plato tiene un proceso que da mucha felicidad. Comienza desde pensar qué se me antojaba comer, ir al mercado o supermercado y elegir los ingredientes, llegar a casa, sacar mis instrumentos, ocupar toda la cocina como si fuera laboratorio y comenzar a experimentar. Probar nuevas fórmulas, equivocarme y aprender para mejorar la receta la siguiente vez. Si algo se quemaba o salía salado, importaba muy poco.

Y así, poco a poco, con los platos que preparaba yo sola o con ayuda de mi mamá, recuperé las ganas por comer y mi cuerpo comenzó a retener los nutrientes de nuevo. Debo aceptar que no me costó mucho volver a ganar esos kilos perdidos.

Con el tiempo me di cuenta de que cada que sentía tristeza o estrés, bastaba con llegar a mi casa, sacar alimentos y ponerme a cocinar para cenar delicioso y después poder dormir súper tranquila. Hay días, incluso, en que puedo pasar más tiempo leyendo libros de cocina que revisando mis redes sociales.

Terapia efectiva

Y como sucede en muchas ocasiones, no había reflexionado acerca de lo bien que me hace cocinar. Al pensar en esta relación que existe entre preparar alimentos, comer y la sensación de bienestar, me puse a googlear si este proceso estaba avalado por la ciencia o por alguien experto en el tema.

Encontré el testimonio de Debbie Mandel, autora del libro ‘Addicted to Stress’, quien cuenta su experiencia del estés y cómo lo ha mermado gracias a la cocina. «Mientras que el estrés puede adormecer tus sentidos, cocinarlos los activa. Es una experiencia sensorial con aroma, sabor, tacto, deleite visual e incluso un sonido que saca chispas».

Otros testimonios hablan de lo gratificante que resulta cocinar, sobre todo si se hace para otras personas. En un texto del Daily News, la siquiatra Carole Lieberman dice que cocinar hace que las personas se sientan bien porque es una manera de nutrir a los demás. «Si está cocinando para personas a quien se ama, quien cocina se nutre de su aprecio. Es como dar a luz porque estás mezclando cosas para crear algo nuevo y maravilloso».

Y sí, cocinar se vuelve una terapia porque es un proceso honesto, creativo y cuyo resultado se disfruta de inmediato. Es tener la recompensa rápida tras un esfuerzo divertido. Es como que me pagaran en minutos un trabajo freelance que amé hacer. Ha sido la mejor terapia, que tenía a la mano y no me había dado cuenta.

Ahora, cada que siento un nivel de estrés considerable, voy a la cocina. Tomar alimentos, prepararlos, disfrutar los aromas y su sabor borra todo pensamiento negativo y el estrés se va de mi mente. Me enfoco en algo que resulta relajante y agradable.

 

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