Mi gusto por la moda comenzó prácticamente desde muy pequeña. No sé si surgió con la mochila Kipling en tercer año de primaria (tener ese changuito de llavero colgando lo era todo); con las playeras de Abercrombie con su marca gigante impresa en el pecho para que todo mundo se enterara de dónde era, o con la bufanda palestina con la cual prácticamente nos apropiamos de algo cultural y ajeno a nosotros para volverlo una moda. Cuando Facebook se encarga de recordarme esas fotos del 2007… ¡mE dAaH dEmAsIadO OsO!* .
Sí, fui una víctima pretenciosa de todas estas horribles modas. Hasta que un día, por ahí de los 18 años, me di cuenta que por cada moda que salía y consumía, igual lo hacían casi todas mis amigas, prácticamente todas las niñas de mis círculos sociales de ese entonces, y me sentía estúpidamente uniformada con todos los de mi alrededor. Y créeme que después de salir de la escuela, lo ultimo que quieres es andar en uniforme.
La única manera que yo conocía de consumir prendas era a través de las tan famosas tiendas “fast fashion” donde obviamente todo es muy bonito, actualizado y barato, pero es gracias a estas tiendas que cuando sales con tu hermosa blusa Zara para el evento del año, otras 3 niñas también la traen puesta y te aplican el típico chiste de «Órale ¿se pusieron de acuerdo?». Pero todo eso cambió para mí de la forma más inesperada.
Un día mientras mi abuela se mudaba de casa y le ayudaba a ordenar en cajas todo su closet vi un abrigo hermoso de mink, H-E-R-M-O-S-O, estaba en perfecto estado, tenía un corte increíble y aparte ¡me quedaba! Cuando me lo probé mi abuelita me vio y exclamó “Uyyyy, ese era de mi mamá, imagínate, ella era igual de delgada como tú, es fino fino, eh”. Le rogué que por favor me lo prestara para una cena de Navidad, pues quedaba perfecto con mi vestido. Y ella no sólo me lo prestó, sino que me lo heredó oficialmente. Después se me ocurrió googlear «mink» y la neta es que ya no pude volver a usarlo porque me imaginaba la cara del animal suplicándome no matarlo, pero esa es otra historia.
El abrigo fue un hit, me lo chulearon todos, y ahí fue donde el monstruo asalta closets de mi abuelita comenzó. Las siguientes veces que fui a su casa le robaba camisas que me quedaban como vestido, kimonos increíbles, chamarras oversize, zapatos que mi mamá dice que parecen de caricatura, tenis como de enfermera… todo lo que veía que le podía robar para combinarlo de alguna manera con mi propia ropa, el resultado, a mi parecer, fue increíble. Así es como he aprendido a consumir sólo lo básico en las tiendas de fast fashion (porque los jeans y los calzones de mi abuela no me quedan, obviamente) y me he convertido en una cazadora oficial de lo que yo llamo “prendas únicas” que se encuentran en bazares vintage y ventas de garaje. También mi tías han notado mi nueva obsesión y a veces me regalan ropa. Implícitamente esto también me ha ayudado a cuidar más mi dinero.
Aprendí a cambiar la moda por el estilo personal, algo que no se encuentra de venta en tiendas e inclusive ahora valoro más la ropa. De cierto modo, cada que me veo sufriendo por comprarme una chamarra hermosa de más de mil y tantos pesos en equis tienda me pregunto ¿Llegará hasta mi nieta esta prenda?
«Aprendí a cambiar la moda por el estilo personal, algo que no se encuentra de venta en tiendas»
Sobre las joyitas que he encontrado en el closet de mi abuela
Estas son algunas prendas prácticamente heredadas de mi viejita hermosa, para las fotos me ayudo el súper fotógrafo Edgar Aguirre, que llego con su cámara análoga y reveló en film, lo que le da un toque todavía más lindo y nostálgico a estas fotos.
El abriguito de leopardo se lo compró mi abuela hace más de 30 años y según su ya no tan buena memoria, se lo puso para muchas fiestas y recuerda que lo consiguió cuando el hit era tener todo en este print, desde abrigos, zapatos hasta bolsas. Yo ahora lo combino vistiéndome toda de negro o con una blusa más casual, como esta que es de Taquito Jocoque.
Mi bisabuela era aeromoza y guía de viajes, y fue durante un viaje a Japón cuando uno de sus clientes le agradeció su ayuda regalándole este Kimono. Al morir, se lo quedó mi abuela, porque aparte de que le parecía una prenda hermosa, le recordaba a su mamá. Es increíble, porque yo ni siquiera conocí a mi bisabuela y pensar que llevo puesto algo que ella usó me pone la piel chinita.
Esta chamarra y pants de lana los usaba mi abuelita para sus caminatas tempraneras que antes tenía en el parque con sus amigas. Yo lo combino con unos tenis que me compré en la Lagunilla por $50 y son los más cómodos del mundo, según yo son ortopédicos.
Este es un suéter chino que le regalaron a mi abuela, antes le quedaba perfecto a ella pero (para mi fortuna) tuvo un accidente en la secadora y se encogió, ahora me queda perfecto a mí.