“Quiérete a ti mismo” tiene que ser una de las frases que más he escuchado. La han utilizado y prostituido tanto que se ha vuelto para mí un imperativo sin valor, tan parecido a “lávate las manos antes de comer y después de ir al baño” o “come frutas y verduras”. Y quizás en lo único que se parecen estas frases entre ellas es que son cosas que sabemos que deberíamos de hacer, pero no siempre llevamos a cabo.
Si alguien ha leído un texto mío antes, ya sabe que hace tres años, aproximadamente, convertí en parte de mi vida el movimiento body positive. La verdad es que creo que fue de manera inconsciente, y con el objetivo de encontrar, a través de él, un camino hacía el amor propio.
He escrito en varias ocasiones sobre mi proceso y me parece que, sin querer, hay un mensaje que he comunicado de manera incorrecta. He sentido que mucha gente se acerca a mí esperando encontrarse con una reina del «amor propio», por lo que, a veces, dejar claro que todavía tengo muchísimos problemas por resolver con mi cuerpo, se siente como si me estuviera quitando una máscara enfrente de ellos, como si no viviera a la altura de lo que predico.
Hace dos semanas tuve una pequeña crisis en mi terapia, en la que me descubrí a mi misma llorando y diciendo en voz alta que odiaba a mi cuerpo. Me sentí inmensamente triste por descubrir que muchos de mis fantasmas –aunque en una versión más pequeña– seguían ahí. En esa misma consulta, mi psicólogo me mandó como tarea que yo misma tolerara mi cuerpo. Puede sonar muy estúpido lo que voy a decir a continuación, pero la idea me pareció completamente innovadora. No me pidió amor, me pidió tolerancia, y se sintió, por primera vez, como un objetivo alcanzable.
Los días pasaron y las ideas se fueron asentando en mi cabeza. Descubrí que lo que parecía una caída era un lugar al que tenía que llegar. Tenía que darme cuenta de que el proceso no estaba terminado y que, hoy por hoy, me queda todavía un largo camino por recorrer para poder llegar a un amor propio pleno. También descubrí un nuevo miedo: la posibilidad que existe de nunca lograrlo. De siempre quedarme en la lucha, de quizás nunca querer mi cuerpo, pero ahora al menos me proponía ser honesta y tolerarlo.
Por otro lado, encontré una nueva fuerza, esa que sólo sale de nuestras “peores “partes, la fuerza que te da aceptar lo rota que estás por dentro, la importancia de saber que no puedes sanar heridas cuando ni siquiera puedes verlas.
Entendí de pronto que el ser positiva con tu cuerpo no se trata de volverte un monumento a la autoestima, ni de sólo hablar de la belleza que hay en ti –y que a veces, en algunos casos como en el mío, ni siquiera significaba amor propio–. Aprendí que ser body positive significa lucha, significa esperanza, significa no rendirse. Y significa que, aún y cuando no te ames hoy, puedes ver en la obscuridad un destello de lo que es ese amor, y seguir esforzándote para para llegar a él.
A veces cuando pensamos en el amor lo percibimos como algo estridente, imponente, victorioso. El amor que triunfa, que transforma. Y hoy descubro que no siempre es así, que el amor que siento por mí es dudoso, titubeante, temeroso, muy lejos de ser pleno. Tanto, que hay días que no estoy segura de que realmente este ahí , pero en el fondo sé que no hay mejor representación a mi amor propio que seguir luchando por conseguirlo, aún los días en los que odio cada fibra de mi ser.
Hoy intento ser congruente, intento aceptar que para poder lograr un verdadero cambio tengo que saber qué cosas hay dentro de mí que no están completamente sanas, y que en realidad ese es el verdadero amor. No sólo mirar lo que te encanta, sino mirar lo que no y aprender a verlo inicialmente, al menos, con compasión, y quizás, solo quizás, eventualmente poder verlo con amor.
Mi cuerpo es algo que hasta el día de hoy me sigue dando mucho miedo, pero ahora sé que ese miedo es el que muchas veces me ha motivado a intentar romper las barreras de mi mente, porque no quiero temerle y porque sé que en ocasiones los sentimientos más obscuros son los que crean más luz. Hoy recuerdo la lección que una vez alguien me dio: “A veces, cuando las heridas no están cerrando bien, es necesario volver a sangrarlas”.