Texto. Joaquín Sandoval
La verdad es que no lo planeé. Ni siquiera puedo decir que viera la oportunidad de negocio y me lanzara a aprovecharla. No soy un emprendedor de ese estilo, confieso que no emprendo más que las historias que escribo. Pero a pesar de mi pésimo perfil de persona de negocios, fui por varios años el líder de un negocio ilícito donde tuve que aprender desde cómo tratar a clientes, coordinar un equipo de colaboradores y cobrar considerables sumas sin nunca revelar mi identidad. Y no lo hice tan mal después de aprender algunas cosas. De aprender muchas cosas, siendo sincero, ya que mi negocio era vender tareas.
La cosa empezó con una llamada. Mi celular sonó camino al Oxxo una tarde. La voz de un viejo amigo me sorprendió:
- ¿Joaquín? Tengo algo que quizás te interese. ¿Sigues en eso de la escritura?-
Mis amigos siempre tomaron en serio mi pasión por «eso» de la «escritura». Fingí no notar su respeto por lo que esperaba fuera mi carrera.
- Sí. ¿Qué pasó?
- Fíjate que una amiga busca alguien que la ayude con una tarea porque no tiene tiempo. Es hacer un reporte de un libro, tiene las fotocopias y lo empezó, pero necesita que alguien lo termine. ¿Cuánto le cobrarías?
Sonreí, me hizo gracia la razón – en el futuro descubriría que mis clientes nunca tenían tiempo – y luego me preocupé. ¿Cómo cobro eso?
- ¿Y bien Joaquín?
-
¿Eh?
-
¿Cuánto le cobras?
Y aquí empezaron mis lecciones.
¿Cuánto le cobro? No tenía idea. Dependía de muchas cosas, ¿cuántas páginas debo escribir?, ¿cuántas debo leer?, ¿es un buen libro?, si no lo es, ¿puedo leer un par de pedazos y fingir que lo leí?, ¿estoy sobreanalizando todo de nuevo? ¿Qué iba a comprar al Oxxo?…
- Joa…
-
¡300 pesos!
-
¿Te da con eso? Te mando las cosas a tu correo. ¡Gracias!
Mi amigo colgó antes de que yo procesara su pregunta. Me di cuenta entonces de que, ¡Diablos! Debí haber pedido más. Pero no valía la pena pensar demasiado en ello, no planeaba – tonto de mí – hacer carrera de esto. Unas horas más tarde, con 300 pesos en la bolsa y una primera cliente satisfecha, relaté a un buen par de amigos mi curiosa aventura. Justo es admitir que ellos son mucho más astutos que yo, e inmediatamente pescaron al vuelo la excelente oportunidad que surgía. Antes de darme cuenta, mi empresa tenía un nombre – Salir del Pedo – y para cuando regresé del baño, un sitio web, un correo institucional y una campaña de Relaciones Públicas y Boca en Boca digna de cualquier guerrilla. Habíamos encontrado una necesidad de mercado y por una vez, mis habilidades personales tenían valor económico.
En los siguientes meses, lo que parecía una broma creció exponencialmente. Para el segundo parcial del semestre, me vi obligado a contratar a otras 4 personas para hacer frente a la demanda de ensayos, diseños, planes de negocio, reportes de lectura y miles de otras tareas que recibíamos. Pasé de realizar directamente las tareas a administrar el negocio, a tomar las órdenes, manejar los correos y realizar los cobros. Lo que originalmente parecía un negocio paralelo había crecido para tomar mi tiempo completo. Y también empezó el desgaste personal.
«Lo que originalmente parecía un negocio paralelo había crecido para tomar mi tiempo completo»
Llevar un negocio no es sencillo. Ser la voz principal y la (falsa pero presente) cara ante los clientes me obligaba a mantener un profesionalismo y un nivel de entrega. Pronto entendí que nuestro modelo de negocio dependía de ser absolutamente confiables, más de una vez tuve que reescribir un trabajo de un colaborador que no era suficientemente bueno. Y si bien la entrada de dinero era constante, pronto fue claro que el modelo no era fácilmente escalable. La primera vez que calculé mis costos sólo tomé en cuenta cuánto tiempo tardaba yo en escribir un número dado de cuartillas y tasarlas a un precio que fuera atractivo para el mercado y para mí. Pero con el aumento de personal, ahora debía sacar el sueldo de la administración y del redactor… cosa que no fue fácil de conciliar. Contratar y mantener un personal es una de las tareas más delicadas, especialmente si no tienes la capacidad de dar sueldos completos. Por un semestre pensé que quizás mi éxito sería mi causa de muerte hasta que encontré, quizás con más suerte que habilidad, a un equipo que se sumó al proyecto con talento y compromiso.
Cobrar probó ser otra pesadilla y por dos frentes: que las personas te paguen, porque siempre hay una minoría mala paga; y recordar cuando tienes más de 20 ensayos a la semana, quién ya te pagó y quién no. No sé ustedes, pero yo después de escribir 100 cuartillas en una semana sobre diferentes autores de economía no recuerdo ni mi nombre. Tuve que crear un sistema de banderas y alarmas para llevar rastro de los pagos y una contabilidad básica. Hasta mi último día a cargo de Salir del Pedo no estuve satisfecho del todo con el sistema, al que seguí modificando y buscando simplificar.
No mienten quienes dicen que nunca dejas de emprender y aprender. Dirigiendo Salir del Pedo pronto aprendí que lo que me sirvió el primer día podía dejar de funcionar de improviso y era momento de renovarse y encontrar nuevas soluciones. Cobrar, que originalmente fue un simple cálculo de horas hombre, se convirtió en un diálogo entre lo que el mercado podía pagar y la capacidad del equipo. Jugamos con la idea de cobrar un precio extra en periodos intensos, a la Uber (y antes de Uber), pero al final del día me faltó avaricia. Muchos de los clientes, que nunca supieron mi nombre verdadero, se sentían amigos y cobrarles extra me parecía una falta de lealtad.
Fuimos ampliando los servicios que ofrecíamos, de sólo ensayos a Diseño, Investigaciones, Modelos Estadísticos, Planes de Negocio, Presentaciones. Acabé comprando otro celular para separar mi vida personal de la profesional e ilícita.
Y entonces llegué a un punto complicado. En el año tres de la empresa me di cuenta que vivía para ella. Ya no escribía si no era bajo un número de cuartillas para un tema académico. Me costaba incluso esforzarme. Escribía más correos que ensayos y más ensayos que nada más. Dormía mal y tuve un accidente. Mis compañeros informaron a los clientes de mi accidente – que fue francamente un susto y un golpe a mi bolsillo y mi ego – y las muestras de cariño y preocupación por mí fueron conmovedoras aunque desconcertantes, pues no comprendía la importancia que el escritor de Salir del Pedo tenía para muchas personas. Decidí tomarme unos días y dejar el negocio en manos de mis compañeros. Conforme pasaron los días me di cuenta que era cada vez más difícil regresar a esa vida. No sin dudarlo, porque mi renta vencía cada mes, decidí abandonar la empresa que había creado por accidente y buscar nuevos caminos.
Hoy, a varios años de todo, siempre miro con cariño esos años. Salir del Pedo se desintegró un par de semestres después, porque los miembros se fueron a estudiar posgrados (siempre supe que era una banda muy lista) y no sé quién conserve el número de celular o la cuenta de correo. Muchas de las personas a quienes hicimos sus tareas han prosperado y veo con cierto cariño que están haciendo proyectos interesantes.
Llámenme cínico pero nunca me molestó el aspecto ético de Salir del Pedo. He sido alumno, he sido maestro y es justo admitirlo: se marcan tareas para calificar, no para enseñar. Algunas tareas valen la pena pero la mayor parte son simplemente cosas que los maestros marcan para justificar las calificaciones ante la escuela. Las escuelas están rotas y la mayor parte de las tareas son de relleno.
No negaré que haciendo esas tareas el que más aprendió fui yo y no mis clientes. Aprendí a trabajar, aprendí el valor del orden, la importancia de encontrar y recompensar a tu equipo de trabajo, a conocer tus fortalezas y debilidades, a ponerle un valor a tus habilidades y no tener miedo de defender tus precios. Fue una maestría en negocios y en desarrollo personal. Pero insisto, la mayor parte de esas tareas no sirven para que los estudiantes aprendan ni para que los maestros evalúen nada que no sea la capacidad de cumplir requisitos. Y precisamente porque creo que esas tareas no sirven para mucho, me cansé. No quería llegar a los 30 haciendo tareas que se leerán rápidamente para ponerles un número y luego olvidarlas. Al final del día, la gran lección que me enseñó mi negocio fue que si voy a hacer algo con mi vida, debe ser algo que me importe y que creo, aporta algo al mundo. Y esa lección vale todo en esta vida.