Murió la cantadora colombiana Ceferina Banquez, pero el bullerengue resiste

La tradición y dignidad del bullerengue, un género musical y de danza tradicional que se originó en las comunidades afrodescendientes de la región caribeña de Colombia, resiste.

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El pasado mes de julio la música colombiana perdió a una de sus cantadoras tradicionales de bullerengue. Ceferina Banquez falleció a la edad de 80 años. Se apagó una voz excepcional cuyo legado honro con respeto y admiración desde este texto.

Originaria de Guamanga, Ceferina dedicó su vida a trabajar en el campo, así como en los escenarios. Su talento y carrera la hicieron merecedora del mote reina del bullerengue, ritmo de tradición afro con cunas en la costa colombiana, específicamente en Puerto Escondido, El Urabá antioqueño y María La Baja.

Conformado por tambores, palmas y cantadoras, el bullerengue es fiesta pero también lamento. Muchas de las canciones creadas por Banquez relataban el pesar de haberse visto obligada a huir de su pueblo a causa de la violencia paramilitar.

En el documental de María Fernanda Carillo, Cantadoras. Memorias de vida y muerte en Colombia, cuenta Cruz Neyla Murillo que “cuando se moría alguien, cantaban por dos razones: de tristeza porque no iban a volver a ver a su ser querido y de alegría porque aquella persona que se murió no iba a ser más esclavo”.

En cada uno de sus aires -sentao, chalupa o fandango de lengua- el ritmo es marcado por el contoneo circular de la cadera, pasos arrastrados y movimientos de las manos en su mayoría a la altura del vientre.

Esta tradición caribeña cuelga de un hilo en Colombia. En una entrevista del año 2017 realizada por el periódico El País, Ceferina menciona con tristeza que no cree que el legado perdure porque ya no hay niñas soñando con ser cantadoras. Pero las hay: niñas que crecieron y con los años entendieron la importancia de seguir tocando y cantando bullerengue. Y tuve la fortuna de conocer a dos.

Las jóvenes cantadoras de bullerengue que mantienen la tradición

Hace unas semanas me encontré con La India y Cami en un taller de percusiones que tuvo lugar en O cazúa, espacio cultural localizado en Xochimilco, ¡y vaya dupla que son estas colombianas! Aunque se conocen desde hace poco tiempo, hay algo que las hermana hasta el alma: el deseo de construir un bullerengue por y para mujeres, sin violencias y sin que el amor hacia los tambores tenga que costarle a alguien el cuerpo o la dignidad.

Nacida en San Luis Tolima, Colombia, parida por una mujer indígena pijao, Geraldine, La India, estudió la carrera de producción musical e interpretación instrumental y vive su sueño en distintos sitios de México. Enfocada en la percusión, toca guitarra, compone y canta. Colaboró con Apilá, agrupación de mujeres mexicolombianas con quienes participó y ganó el reality show Música de barrio. A la par, construye su proyecto personal (disponible en la plataforma de Youtube e Instagram).

De Tolima nos vamos hasta Bogotá, ciudad que parió a Camila Ruiz, la Cami. Comunicadora social y especialista en temas de género como profesión, autodefinida como académico-disidente, le gusta que las cosas se aproximen a la gente sin los tecnicismos que a veces son un obstáculo para aprender. Su activismo político la llevó a organizarse para participar en la creación de la colectiva feminista Útero goloso, conformada por mujeres diversas, lesbianas, bisexuales y pansexuales, disidentes de género.

El trabajo colectivo desde la música la acercó al bullerengue, a aprender a tocar instrumentos y reescribir canciones con contenido machista donde se cosifica a la mujer o incluso se hace apología a la pedofilia. Por ejemplo, este fragmento de la canción La Maestranza que en su versión original dice:

Para la gallina el maíz
Pa’ los pollos el arroz
Para las viejas los viejos
Para las muchachas yo

“Siendo un anciano el que canta, ¡no!”, dice Cami enérgica. Pero dos segundos después ríe como quien acaba de cometer una travesura y nos muestra cómo quedó reescrito por ellas ese coro:

Para la gallina el maíz
Pa’ los pollos el arroz
Yo no necesito un viejo
Para eso trabajo yo

La apuesta de ambas mujeres por transformar esta tradición colombiana implica una crítica a los vicios más arraigados a los cuales se han enfrentado. Por ejemplo, la exclusión de personas mestizas y del interior del país o los roles heteronormados exigidos durante el baile (imposible pensar en una mujer tamborera o una pareja de bailarinas al centro de la rueda, siempre debe haber un hombre).

Eso asusta un montón a los maestros bullerengues porque son un grupo de patriarcas que observa cómo van perdiendo seguidoras. Pero qué importa saber de música si no sabes de humanidad, si no hay ética. Hay hombres que enseñan mal a propósito. Que piden favores sexuales a cambio de la enseñanza; un trauma hará que no te acerques a un instrumento nunca más.

Camila

“Nos hemos sentado a contar nuestra historia real. Y con lágrimas en los ojos hay que reconocer que claro, muy bonito cómo aprendiste pero, ¿a qué costo? No sirve de nada que usted sepa tocar si no respeta a la mujer”, comenta La India respecto a la dificultad de cuidar una tradición mayormente construida desde una visión patriarcal y machista.

Nombrarse como mujeres disidentes de género y presentarse en una rueda de bullerengue como tamboreras las pone ante mis ojos como nuevas guardianas de este ritmo. Cuidadoras de la música y el baile, teniendo como prioridad la dignidad de las personas. Por estos días se encuentran compartiendo su talento y aprendizaje en distintos estados del país, como Quintana Roo y Chiapas.

Descubrir que en la Ciudad de México, lugar donde resido, hay personas difundiendo el bullerengue, fue una apertura a la Colombia que aprendió a danzar y cantar duelos, guerras pero también la plenitud.

Cuando me adentré en esta polifonía comenzaron a ser familiares nombres como el de Etelvina Maldonado, Graciela Salgado, Petrona Martínez y por supuesto Ceferina Banquez, todas ellas compositoras y cantadoras admirables.

Cuentan que el segundo esposo de la reina del bullerengue le prohibía ir a cantar a las fiestas porque, según él, las cantadoras siempre terminaban en una relación con el tamborero. Ceferina se divorció. Su amor al bullerengue siempre fue grande, el más grande.

Agradecimiento con mucho cariño a Álvaro,
mi maestro de bullerengue y amigo entrañable.

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