La migraña es una enfermedad invisible y también es un tema feminista. Te contamos por qué urge que hablemos del dolor que no se ve.
Por: Sandra D. Gómez
Cuando decimos que tenemos un dolor de cabeza, es imposible para las demás personas saber qué es exactamente lo que estamos sintiendo. La experiencia del dolor es sumamente personal e íntima:
Hay algunas personas que sienten un pequeño martilleo en las sienes, otras que sienten que su cabeza aumenta de tamaño y quienes sienten un ardor extremo en los ojos o en los oídos.
Algunos dolores se pueden controlar con un paracetamol, varios con un ketorolaco y las luces apagadas. Y otros simplemente se tienen que enfrentar tirada en la cama junto a un pastillero con docenas de medicinas, con compresas de agua fría y con una cubeta en caso de vómitos.
Al menos el 60% de las mujeres mexicanas hemos tenido dolores de cabeza, pero lo que varía de mujer a mujer es la intensidad . Quizá por eso tendemos a minimizar el dolor: como creemos que nosotras mismas lo hemos experimentado, no solemos ver la gravedad en la migraña con auras o sin auras, la migraña en racimos, la migraña abdominal o la migraña complicada.
El dolor invisible
Además, este es un dolor que no se puede ver. Como describe la escritora y periodista Joan Didion en su ensayo “En cama”, “las migrañas [son], como sabe todo aquel que no las sufre, imaginarias”.
La migraña, entonces, ha sido percibida como una dolencia común, cuyos “eventos suceden en el interior del cuerpo de una persona, perteneciendo a una geografía invisible para las demás, la cual no es real porque no se ha manifestado en la superficie visible de la tierra”, según Elaine Scarry en su libro The Body in Pain: The Making and Unmaking of the World.
Se podría argumentar que todos los dolores son invisibles. Y sí: no podemos ver un dolor de estómago, de garganta o de cualquier otra parte del cuerpo a menos de que conlleve síntomas físicos.
Tenemos la certeza de que el dolor es real cuando éste se materializa en el cuerpo: cuando vemos una pierna rota, una cortadura ensangrentada o inclusive un episodio epiléptico convulsivo. Pero la invisibilidad de la migraña radica, principalmente, en el hecho de que ni siquiera es totalmente comprobable.
Según el Centro Nacional de Excelencia Tecnológica en Salud, la única forma de diagnosticar la migraña es por medio de la prueba ID Migraine, la cual sólo requiere contestar las siguientes tres preguntas:
Cuando padeció este dolor ¿la luz le molestaba?, ¿se sintió nauseosa?, ¿las cefaleas limitaban su habilidad para trabajar, estudiar, o hacer lo que necesitaba?
Ninguna resonancia magnética, tomografía o electroencefalograma logrará mostrar lo que está sucediendo dentro de su cabeza. La migraña es una enfermedad fantasma, invisible ante los ojos de quienes no la padecen.
¿Migraña y feminismo?
Por tratarse de una enfermedad invisibililizada, la migraña se ha relacionado con los estudios feministas desde hace ya varios años. Esto está estrechamente conectado con el hecho de que esta enfermedad afecta a un grupo mayor de mujeres que de hombres.
Además de que, según Caitlin Flynn, “el dolor de las mujeres es descartado por los doctores, quienes dicen que este es simplemente un efecto secundario desagradable de los periodos [menstruales] o de horarios de trabajo agitados. Es parte de un patrón preocupante que deja a las mujeres sin diagnosticar y sin tratamiento”.
Por lo tanto, la experiencia femenina del dolor ha sido históricamente ignorada, causando que miles de mujeres que experimentan diversas enfermedades nunca sean diagnosticadas y mucho menos curadas.
Además, gracias a la práctica normalizada de ignorar el estado de salud de las mujeres en la esfera médica, las mujeres ante una enfermedad invisible tienden a enfrentarse habitualmente a una pregunta cruel: ¿qué tanto de la patología es real y qué tanto está en sus cabezas?
Padecer migraña es una lucha constante no solo contra la enfermedad, sino contra un sistema preestablecido que invisibiliza los dolores de las mujeres y las cataloga como mentirosas o exageradas.
Hacerlo visible
Pero entonces, ¿cómo podemos combatir el silenciamiento, la invisibilización y la estigmatización de la migraña? Primeramente reconociendo que, aunque no podamos verlos, los dolores de las otras son reales.
Además de buscar crear espacios seguros en donde las mujeres pacientes de migrañas y otras enfermedades “invisibles” puedan alzar la voz para hablar de estos temas.
Y a nosotras (las que no padecemos migrañas) nos toca escuchar y leer cuidadosamente para poder empatizar con las experiencias y dolencias de las demás.
Es nuestro deber acabar con la noción popular de que las migrañas son, como diría Didion, “el capricho de una imaginación neurótica”.
A través de la creación de estos espacios podremos resaltar la gravedad de la migraña y otras enfermedades en un mundo que parece ignorar las aflicciones de las mujeres.