Nos vamos a casar porque atropellaron a mi amiga Alejandra*. O, más bien, nos vamos a casar en seis meses porque la atropellaron. Nada de eso suena muy romántico, pero la verdad es que para nosotros sí lo es: decidimos dejar de esperar a que las estrellas se alinearan y todo fuera perfecto porque el accidente de Ale nos recordó que no hay que esperar para hacer cosas que nos hacen felices. Y que no tengo seguro médico.
E y yo llevamos casi 6 años de relación, tres de ellos viviendo juntos. Por mucho tiempo no hablamos de matrimonio y yo nunca fui de esas mujeres que sueñan con su boda. De hecho, más bien pensaba que organizar una sería una pesadilla, porque tengo una familia muy grande y con muchas opiniones, y en general para nada estaba en mis planes a los 24 años conocer alguien con quien quisiera pasar el resto de mis días. Por su parte, él era de esos que se la pasan haciendo chistes sobre cómo la vida se acaba cuando te casas.
No sé exactamente en qué momento cambiamos de opinión.
Tal vez fue por ir a tantas bodas de amigos en los últimos años, de las que siempre salíamos con los pies cansados y una gran sonrisa, o porque fue claro que todos nuestros planes a futuro incluían pensarnos como pareja. En nuestras conversaciones poco a poco comenzamos a admitir que casarnos era una posibilidad lejana, pero real. Además del amor que nos tenemos, también comenzamos a ver las razones prácticas: en CDMX estamos lejos de nuestras familias.
Aunque mi familia nuclear ahora es él y nuestras dos gatas, eso no significa nada para las autoridades ni los servicios médicos y como persona ansiosa eso me preocupa, además de que, como dije antes, soy freelance y no tengo seguro.
El día que decidimos decirnos “sí” ante el Estado mexicano más pronto que tarde estábamos en el Gato Fest, nuestro evento favorito del año, comiendo hamburguesas veganas y gastando dinero en Bruja y Sunny, las peludas niñas de nuestros ojos.
Cuando llegamos al departamento, pensamos en números: de dinero, de invitados, de fechas, y sellamos todo viendo a nuestras gatas disfrutar su rascador nuevo. Fue perfecto, pero después había que decirle a todas las personas importantes de nuestras vidas, y la decisión se haría real.
No es que estuviéramos esperando caras largas ni llantos de decepción, pero E y yo coincidimos en que lo más bello de nuestro corto tiempo comprometidos (raro concepto: ¿qué no siempre hemos estado comprometidos uno con el otro?) es la emoción de quienes nos quieren. Esa familia grande y con muchas opiniones que tengo enseguida se puso manos a la obra para lograr hacer maravillas con nuestro presupuesto. Lxs amigxs que no viven en Mérida, donde será la ceremonia, no solo no se quejaron de tener que hacer un viaje, sino que preguntaron qué necesitamos y cómo pueden ayudar.
Una celebración distinta
Todavía faltan muchas cosas por hacer que no estoy segura cómo lograr. Quiero tener una boda que sea una celebración de la pareja divertida, amorosa pero un poco cínica que somos, que no se base en la tradición sino en caminar juntos hacia algo nuevo. No hubo foto con “el anillo” para Instagram (vaya, ni siquiera anillo, sino un rascador para gatos), no habrá ceremonia religiosa y tampoco vestido blanco.
¿Puede una boda escapar de los estándares heteropatriarcales?, ¿existe tal cosa como una novia feminista heterosexual?, ¿los DIY de Pinterest puede hacerlos una simple mortal? Eso es lo que quiero averiguar en los próximos meses, a través de esta columna.
* ¿Qué pasó con Alejandra? No se preocupen, fue un susto enorme pero ya está casi totalmente recuperada del atropello.