Sobre ser abusada sexualmente por tu pareja (y por qué no hablamos de ello lo suficiente)

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Me recuerdo tendida en la cama, de espaldas a mi novio, y sintiéndome triste, usada, como un objeto. Aquella vez, como muchas otras antes, él quiso tener relaciones sexuales cuando yo no.

Le dije «no» una, dos, tres veces. «No sé por qué te pones así, tú no tienes que hacer nada, qué te cuesta», me decía, y a esas alturas yo ya sabía lo que pasaría. Me acostaría inmóvil en silencio y con la mirada perdida, mientras él me penetraba una y otra vez hasta llegar a su orgasmo.

Cuando terminaba, me abrazaba y me decía lo mucho que me quería, mientras yo permanecía estática.

A veces, incluso, yo lloraba de coraje por haber cedido una vez más ante su presión, y era en esas ocasiones en las que él me pedía perdón, me decía que era porque me amaba y no podía contenerse, pero que no volvería a pasar si yo no quería.

Ser abusada sexualmente por tu pareja

Desafortunadamente, esa escena se repitió incontables veces a lo largo de nuestro noviazgo de dos años y nunca supe cómo definirla (ni detenerla), pero las secuelas que dejó en mí fueron profundas.

¿Por qué cuando yo decía «no» él parecía no escucharme? ¿Era mi obligación, como novia, ceder cada vez que él quisiera? ¿Por qué terminaba sintiéndome tan mal conmigo misma después de esas situaciones? ¿Por qué tenía flashbacks al abuso sexual que sufrí de niña? 

Me tomó muchos años ponerle nombre a esa situación: abuso sexual, porque sí, también puedes ser abusada sexualmente por tu pareja, novio, amante o esposo.

Hay quienes reciben con escepticismo que digas que fuiste abusada sexualmente cuando tu vida no estuvo en peligro o no hubo golpes y gritos de por medio, pero tenemos que entender que el abuso sexual viene en diferentes formas –a veces muy sutiles–.

Creciendo en una sociedad rota

Más que señalar culpables se trata de evidenciar la estructura que permite que ese tipo de actos sigan ocurriendo y que muchas mujeres pensemos que no tenemos otra opción más que rendirnos.

Quiero creer que mi novio de ese entonces no lo hacía con la intención explícita de violentarme, pero creció en una sociedad que le enseñó que su voluntad era más importante que mi consentimiento y que, al ser mi pareja, tenía posesión sobre mi cuerpo.

Esa misma sociedad fue la que me enseñó que mi sexualidad no era tan importante como la de un hombre; que cerrara las piernas –o las abriera– a disposición del otro, y que si había decidido entrarle al faje y «calentarlo», entonces tenía que cumplir las expectativas y acostarme con él, incluso si yo no quería.

Crecí en una sociedad rota y machista y en ese momento no supe verlo.

Sanando en colectividad

Retomar el valor para relacionarme sexualmente después de esa experiencia requirió trabajo de terapia, pues mucho tiempo vi el sexo como algo que no era placentero, sino forzado; algo que en cualquier momento se podía convertir en una pesadilla que no podría detener.

Por eso entiendo y agradezco el profundo valor de movimientos y luchas que han llevado estas conversaciones sobre abuso sexual a las primeras planas.

Es reconfortante ver que estos temas se difunden y se hablan de forma cada vez más abierta, porque quizá si mi yo de 18 años los hubiera leído, no se hubiese sentido tan sola.

Esa es la razón por la cual también me animo a escribir esto, porque no quiero que ninguna otra persona en una situación similar sienta que su voz no vale, que su cuerpo no es suyo o que su sexualidad debe existir solo en función del disfrute de otra persona.

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