«Todas podemos ser dóminas»: entrevistamos a una experta en bondage

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Cuando Krystal de Sade llegó a la redacción de Malvestida, no se veía como el cliché de lo que una piensa que es una dómina o dominatrix, pero el bondage es parte crucial de su vida.

En su maleta se escondían vestuario, juguetes y todo lo necesario para sus performances y sesiones de BDSM (bondage, disciplina, dominación, sumisión y sadomasoquismo) en las que, entre otras cosas, pasea con correa a quien se someta a sus deseos.

Platicamos con esta experimentada dómina sobre sus experiencias en el mundo del bondage. A su lado permaneció, atento y callado todo el tiempo, Leslie, su sumiso desde hace cuatro años.

El bondage es placer

El término BDSM está, sin duda, ligado a muchos prejuicios. Para Krystal es más sencillo, el bondage es placer: «más allá de lo genital, es una vivencia sensorial y de todo tipo; el placer de conocerme a mí misma y de convivir con otros como yo. Además, me ha impulsado a aprender”.

También nos cuenta que ella quiere demostrar que el BDSM también puede vivirse cuando te asumes como feminista, «porque sí se puede», enfatiza. Para ella se logra con una práctica que sea equitativa, donde todas las partes involucradas tengan placer. Que sea con consenso real, un espacio en el que se pueda pedir, negociar y parar.

Las dos identidades

Gabriela Merlos, (como también es conocida Krystal) lleva más de 15 años de práctica en el mundo bondage y es toda una profesional.

Cuando se enfunda en los atuendos fetish para la sesión de fotos y sostiene los látigos y juguetes que brotan de la maleta que abre Leslie, el cambio es evidente. Lo mismo en sesión o cuando da demostraciones: “al momento del performance debo asumir el papel, una actitud para poder comunicar lo que estoy sintiendo en ese momento”.

Quienes la hemos visto en acción sabemos que la transformación es impactante. Ella solo ríe al reconocerlo, pues admite que no es algo plenamente consciente, “va saliendo y lo transmito, pero, sigo siendo yo”, comenta.

El proceso para ser dómina

Es difícil creer que haya comenzado como sumisa, pero a los 16 años, quería darle rienda suelta a las fantasías que tenía desde los nueve y no había más opción que «la vieja escuela». La cual, por cierto, «es bastante machista, misógina y proclive al abuso».

Después se asumió como switch (puede intercambiar roles), para finalmente ser una dómina, término que ha ido ganando terreno en la escena, al igual que misstress.

Dominatrix, que quizá sea más conocido, se usa menos o se guarda para el máximo profesional, según nos explica Krystal.

¿Por qué se siente mejor en el papel dominante? Ella dice que porque le permite ser mandona sin culpas: “estaba tratando de quitarme eso, me decían que alejaba a la gente y que nadie me iba a querer”. Sin embargo, su primer sumiso no pensaba lo mismo y “hacía todo lo que le decía”.

Todas podemos dominar

En sus sesiones profesionales, que cuestan de entre mil a cuatro mil pesos por hora, Krystal no tiene contacto sexual con sus sumisos. Lo que sí es que propina una buena dosis de azote y humillaciones. Además, «todos quieren que les meta cosas por el ano».

No involucrarse sexualmente es común entre las dóminas, es una cuestión de preferencia personal y de poder: “en mi caso, prefiero conservar la fantasía, ser inalcanzable… y funciona”. Leslie lo confirma con un gesto.

Además de sus sesiones, Krystal da talleres de sexualidad para ayudar a mujeres a convertirse en mistress, pues para ella «todas podemos serlo» y una vez que asumes ese poder sacude todas las áreas de tu vida.

“Las chicas del curso han roto relaciones de violencia, la gente cercana nota su cambio”. El requisito más importante es creértelo y saber que el cambio no solo funciona en el BDSM, sino en tu vida fuera de él, “sirve para que [quienes lo practican] exijan que las traten bien y puedan evitar abusos”.

Cuando terminamos la entrevista, Krystal de Sade sale de la misma forma en la que entró a la redacción, en jeans y playera, pero un poco de su poderosa energía se queda en el ambiente.

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