Donald Trump ganó las elecciones a la presidencia de Estados Unidos.
Esa frase, tan surrealista como suena, es hoy más cierta que nunca y en enero el empresario tomará posesión de la Casa Blanca y el futuro de muchísimas personas.
No soy experta en política, ni en economía. Tampoco conozco a profundidad el trabajo de Hillary Clinton como para decidir qué tan buena o mala ha sido su trayectoria política. Sin embargo, tengo sentido común, y la lógica me dice que no eliges de presidente –especialmente de una potencia mundial– a una persona como Donald Trump, que ha demostrado en múltiples ocasiones que dentro de su ego desmedido conviven también el racismo, la misoginia y el despotismo.
Estados Unidos ha elegido como presidente a un hombre que cree que el cambio climático no es real, sino un invento de China. Un presidente que cosifica a las mujeres y que planea castigarlas si deciden abortar. Un presidente que responde con cizaña y lenguaje soez ante la menor provocación. Un presidente al que le incomodan las minorías y que quiere construir un muro, no sólo físico, sino también diplomático, con su país vecino. Un presidente que ha llamado a los mexicanos violadores. Un presidente apoyado por el Ku Klux Klan. Un presidente que miente y se contradice, que pierde el control, y que nunca, nunca pide perdón.
Lo más triste es que a pesar de que lo anterior suena algo sacado directamente de una película apocalíptica, quizá no debería sorprendernos que el país que domina el show business haya terminado por hacer de su propia elección un espectáculo, y de su propio presidente la estrella de un escalofriante reality show.
El triunfo de Trump deja en evidencia la gran factura ideológica que existe en Estados Unidos, un país en el que la mayoría de la gente está cansada de la política de siempre. “Mucho del apoyo hacia Trump, con todas sus fallas, las cuales deja en evidencia a menudo, tiene que ver con el país, el sentimiento patriótico que la gente tiene», explicó el comentarista político Chris Matthews en el programa Morning Joe el pasado septiembre. «Sienten que el país los ha decepcionado. Nuestros líderes de élite no regulan la inmigración como parece. No regulan el comercio a nuestro beneficio, a beneficio del hombre y la mujer trabajadora. Nos llevan a guerras estúpidas. Sus hijos no luchan, pero los nuestros sí… Hay un profundo sentimiento de que el país está siendo robado y traicionado. Creo que eso está tan arraigado en la gente que ven a un hombre tan infernalmente defectuoso como Trump y, al menos, es una forma de decir estoy muy molesto por la forma en la que la elite ha tratado mi país”.
A pesar de lo escandaloso que nos pueda parecer esta situación vista desde México –que tampoco se queda atrás en cuestión de escándalos– la democracia de Estados Unidos operó con normalidad, y eligió como su nuevo líder a un personaje poco probable, por decir lo menos, y ampliamente cuestionable. No queda más que esperar y ver qué va a pasar.
De lo que no nos queda duda es que sin importar qué cambios ocurran en Estados Unidos y su relación con el mundo, no deberíamos olvidar algo que mencionó Hillary Clinton el día de hoy: «Nunca dejemos de creer que vale la pena luchar por lo que es correcto».