El 24 de Septiembre de 2014 mi vida dio un giro de 180º. Y no… Ni conocí a un galán de esos que salvan vidas en sus ratos libres, ni me tocó la lotería y me compré un piso en Miami…
El 24 de Septiembre de 2014 me diagnosticaron una enfermedad que yo siempre asocié a las personas mayores. Una condición crónica que no se basa en evitar los dulces ni hacer un poquito de dieta: diabetes.
Recibiendo la noticia
A las doce de la mañana me cité con el médico para recoger unos resultados de unas pruebas que me habían hecho antes del verano.
Tengo que recalcar que ese verano me lo pasé comiendo como si el mundo se acabase al día siguiente y con unos dolores de cabeza y mareos que me hacían parecer resacosa y, por consiguiente, hacían sospechar a mi madre de un incipiente alcoholismo.
– «Bueno Covadonga, aquí tengo los resultados. Todo está en orden, ¿cómo llevas la diabetes»
– «¿Perdón…? Yo no soy diabética…»
– «¿Cómo…? Espera, vamos a repetir los exámenes»
Una semana más tarde el mismo médico me miraba preocupado y yo, con lágrimas en los ojos y un nerviosismo atroz, le hacia la pregunta que me mantuvo en vela los días anteriores: «Y bien… ¿Soy diabética?».
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Entendiendo mi diabetes
Yo siempre había escuchado que la diabetes es una enfermedad que te da cuando eres mayor, tipo colesterol o hipertensión. Sí que es cierto que conocía a algún chico joven con ella, pero pensaba que era algo terrible que se pillaba por un virus y que, por supuesto, no me iba a tocar a mí…
Existen dos tipos principales de Diabetes. La tipo 1 suele aparecer en niños y jóvenes y es autoinmune. Esto significa que tu páncreas se enoja contigo, consigo mismo, y con el mundo; y deja de respirar. Se inventa un grito de guerra y empieza a atacar a las células beta productoras de insulina.
Sin insulina, tu cuerpo no puede metabolizar los hidratos que ingieres, el exceso de azúcar se acumula en sangre y bueno, presentas los típicos síntomas de una diabetes sin diagnosticar que casualmente yo no experimenté: sed, ganas de ir al baño y pérdida repentina de peso.
Diabetes tipo 2
La Diabetes tipo 2 es otra historia. El páncreas no se enfada, simplemente se vuelve un poco vago y la insulina que produce es de mala calidad. Suele aparecer en gente más mayor y, en muchos casos, va asociada a problemas de obesidad.
Los diabéticos tipo 2 tienen resistencia a la insulina y muchos se pueden tratar con pastillas, dieta y ejercicio; aunque no todos. Los tipo 1 no. Los tipo 1 se pinchan. Los tipo 1 tienen la Diabetes “mala”. No hay cura para esta enfermedad.
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Comenzando el tratamiento
A mí me dieron pastillas. Estuve un año adelgazando hasta quedarme en los huesos y sin apenas poder comer nada porque todo me ponía el azúcar por las nubes.
Entonces llegó un médico muy simpático, pero para nada guapo (ya, ya sé: yo y mi obsesión por encontrar un galán de cine en cualquier situación fatídica) y me dijo que yo no era resistente a la insulina. Aún me quedaban algunas en el páncreas, pero el ejército de anticuerpos estaban destruyendo mis pobres células beta que, acojonadas, no podían defenderse.
Sentí pena por mí y por mis pequeñas celulitas que se escondían en algún rincón del interior de mi cuerpo y fui yo la que se enfadó con mi páncreas, ese órgano inerte que flotaba en mi cuerpo con más pena que gloria.
– “Mátalo del todo”
– “¿Cómo dices, Covadonga…?”
– “El páncreas. Si es un órgano inútil… ¿Me lo puedes sacrificar y así deja de fastidiar?”
Tras una retahíla de médicos, enfermeras y nutricionistas me dijeron que, aunque lo estaba llevando “demasiado bien”, igual me vendría mejor hablar con un psicólogo. Nunca fui. No por vergüenza ni por negación. Simplemente se me olvidó llamar para pedir la cita y me borraron de la lista…
Sin embargo, lo que los médicos no saben es que yo tengo un máster en psicología diabética. Porque claro, cuando te dicen que tienes una enfermedad crónica para la cual no existe cura (malditas cadenas de televisión que engañan a la audiencia…) y que te tienes que pinchar 5 veces al día y mirarte el azúcar otras tantas… pues te asustas un poquito. Si encima eres hipocondriaca como yo… ¡Imagínate!
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Dudas existenciales
El primer día que me dijeron todo esto me llenaron los brazos de revistas con todo tipo de información y con recetas bajas en hidratos. Sin embargo, mi mente estaba en otro lugar, mi cerebro procesaba toda esa información de manera diferente y cuando llegó el turno de preguntas solté lo que más angustiada me tenía:
– “Me dices que tengo que llevar conmigo el glucómetro (medidor de glucosa en sangre) y la insulina a todas partes… ¿Qué pasará cuando gane un Óscar a mejor actriz revelación? Quiero decir, nunca he visto a Jennifer Lawrence o Meryl Streep con un bolsito de mano en la gala de cine”.
– “Creo que estás en estado de shock”, me dijo el primer médico que me atendió al comprobar que yo no estaba bromeando…
Y, casi dos años después, lo que más me preocupa es que aún no he ganado una estatuilla dorada.
¡Es broma! Por supuesto que he ganado un Óscar. El año pasado. ¿No te acuerdas?
Vale… Ya paro…
Aprendiendo a vivir con diabetes
Mi día a día no es un camino de rosas, aunque tampoco es la ruta hacia el infierno. Me he cansado de repetir que no existe una Diabetes “mala” y una “buena”, simplemente se controlan de manera diferente.
Me he acostumbrado a contar hidratos antes de comer y calcular, en cuestión de segundos, las unidades de insulina rápida que me tengo que inyectar para procesar esos alimentos.
He aprendido a reconocer los síntomas de una hipoglucemia y a tratarla rápido y, por supuesto, he instruido a mis familiares, amigos y compañeros de piso a actuar en caso de este temido bajón de azúcar.
He tenido rachas buenas, reguleras y malas. He llorado. Mucho. Y mi madre también.
He aprendido que el deporte baja la glucosa y que tengo que comer unas galletas antes de hacer una actividad física de desgaste energético.
He tenido que renunciar a ciertas bebidas alcohólicas que me pueden dar un subidón que me lleve al hospital y he descubierto que, tras una noche de juerga, me puedo levantar con un tembleque de piernas que me haga pedir azúcar a voces.
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No escondo mi enfermedad
La diabetes es una enfermedad silenciosa. El azúcar alto durante muchos años puede hacer que desarrolle complicaciones que deriven incluso en ceguera o amputación de miembros inferiores. Es una condición de por vida dura, que no me quita la sonrisa pero que a veces hace que se me tuerza un poquito por la frustración de no controlar bien la glucosa.
Como silenciosa que es, me dicen muchas veces que no lo diga y me sueltan perlas del estilo: “¿Para qué vas a decir que eres diabética? Si no lo pareces”.
Me pregunto yo, en mi ignorancia, qué rasgo común tienen los diabéticos. Halle Berry es diabética y, aunque me encantaría parecerme a ese mujerón, tengo que reconocer que ni de lejos.
Según el portal de la Federación Mexicana de Diabetes, 1 de cada 11 personas vive con esta condición. Más de 540.000 niños tienen diabetes tipo 1 y uno de cada 7 nacimientos se ve afectado por la llamada diabetes gestacional. El 12% del gasto global en salud va para los diabéticos y, casi la mitad de los adultos no saben que la padecen.
Llámame ilusa, pero algún día se publicará el dato que hará que nunca más se tuerzan por frustración las sonrisas de los diabéticos del mundo. Un dato que se publicará en forma de titular de la siguiente manera: “100% de los diabéticos curados gracias a un médico apuesto”.
Ya, ya sé… Yo y mis galanes de cine…