Mi padre se fue como inmigrante hace 17 años. Así ha sido crecer lejos de él

Texto. Andrea Didion

Cuando mi padre decidió irse a otro país a trabajar yo tenía 5 años. Aún asistía al jardín de niños y no tenía conocimiento de muchas cosas, solo recuerdo que mi madre habló conmigo y con mi hermano –que en esa época tenía 3 años– y con las palabras adecuadas nos dijo que papá se iría a trabajar lejos, para que a nosotros no nos faltara nada.

Recuerdo que llegó mi padre del trabajo y rápidamente me acerque a él y lo abracé con mis pequeños brazos. Era el año 2000 y estaban pasando muchas cosas en el mundo, pero fue también el año donde la vida de mi familia comenzaba un nuevo capítulo.

Mi vida cambió en ese instante. Recuerdo que hubo una comida para despedir a papá y yo observaba cómo todos lloraban. Recuerdo también que nos detuvimos en una parada a esperar un camión. Mi papá me abrazó, besó mi frente y me dejó en manos de mi madre.

El nuevo viaje llegaba para mi padre y miré cómo desaparecía a medida que el camión se alejaba. Él no volteó a verme cuando se subió.

Una vida sin papá en casa

Nuestra nueva vida en casa sin mi papá fue diferente. En los festivales del Día del padre yo faltaba a la escuela y en los viajes familiares veía cómo los papás de mis primos jugaban con ellos mientras mi hermano y yo solo veíamos sentados.

Mi padre encontró un buen trabajo y, claro, tuvimos una vida mejor. Los Reyes magos eran muy buenos con nosotros, al igual que el ratón de los dientes. Casi nunca falté a ninguna excursión de la escuela y las fiestas de cumpleaños eran las mejores.

Fui creciendo y miré cómo el matrimonió de mis padres se iba muriendo. Crecí como una niña reprimida y con la ausencia de mi padre fue peor. Ya no lo extrañaba tanto, pero sentía ese vacío de su ausencia.

Cuando la distancia no es solo física…

Mi adolescencia fue sumamente dura, ya que en algún momento me sentía abandonada y desprotegida. Yo soy la hija mayor y de alguna manera sentía que tenía mas responsabilidad y presión con mi familia.

En esa época me distancié mucho de mi padre, pues sentía que él no se esforzaba por conocerme y entenderme. Sin embargo, con el paso de los años y con terapia he podido perdonarlo y entenderlo.

La terapia ha sido fundamental para comprender y soltar, pues muchas veces juzgamos a nuestros padres severamente y no nos damos cuenta de que ellos hicieron todo lo que pudieron con lo que les fue dado en su infancia.

Una nueva perspectiva

La relación con mi padre hoy en día es más sana. Yo tuve que pasar por un posible cáncer que me debilitó mucho física y emocionalmente y mi padre estuvo siempre al pendiente, llorando conmigo y dándome fuerzas para no darme por vencida. A partir de esa experiencia los dos sanamos.

Él me explicó cómo muchas veces sentía que había fracasado, porque me dio todo lo material, pero no me dio su presencia y eso con nada lo puedes comprar.

Mi padre tomó la decisión más difícil de su vida al irse para poder darnos un futuro mejor. Tal vez él tenía un plan diferente de lo que sería su vida, pero decidió ese: irse lejos como inmigrante para tener algo mejor, en vez de quedarse en su país y tener limitaciones.

Las enseñanzas de mi padre inmigrante

Hace 17 años que mi padre no está conmigo. Él aun esta lejos, con muchas más canas y cansancio que antes, y con dos trabajos que lo mantienen ocupado todos los días.

Todos tenemos cicatrices y vacíos de nuestra infancia y la mía fue la ausencia de mi padre, pero ahora me he dado cuenta que toda mi inspiración y el coraje que demuestro también son gracias a él.

Mi papá siempre dice “Sé como el sol, que aunque las nubes lo tapan un día, al día siguiente sale con más fuerza. Vive día a día, no te preocupes por el mañana. Enfócate en vivir tu vida al máximo, jamás serás tan joven como lo eres hoy».

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