Mi abuelita habla nawatl y yo no lo sabía. Así fue como me enteré y traté de reconectar con ella y aprender su lengua materna.
Por: Ana León Sánchez
Mi abuelita tiene un nombre hermoso: Fausta. ¿Habías escuchado ese nombre? Cada vez que escucho su nombre la imagino sentada en su balancín en la entrada de su casa. Ese es uno de sus lugares preferidos porque “desde aquí veo todo”. Ella es nieta de Ma. E. y de Ma., también lo es de Pe. y de Eu. Es hija de Ig. y de Mi. Fue compañera de Fi., es mamá de Be. y abuelita de An.
Hace seis años escuché a mi abuelita hablar en otra lengua por primera vez. El 1 de enero de 2015 me levanté con dolor de cabeza. Fui a la cocina y ahí estaba mi abuelita con una amiga: ellas hablaban, pero yo no entendía nada. Lo primero que pensé es que tenía tan baja la presión que no podía escuchar.
Fui con mamá a que me diera una pastilla porque realmente me sentía muy mal por el dolor de cabeza y le conté que no entendí lo que escuché. Mamá se rió y me dijo “es que tu abuela está hablando nawatl”. ¿Mi abuela está hablando nawatl?
En ese entonces tenía 20 años, durante los cuales nunca había escuchado a mi abuelita hablar un idioma distinto al español, ni nadie en mi familia había mencionado que ella hablara en otra lengua. Entonces me pregunté por qué no sabía eso de ella, aunque es una de las personas que más amo.
La verdad es que algunas otras personas sí sabían: sus hijas e hijos y algunos nietos. Sin embargo, ninguno (las dos hijas, los cuatro hijos, las diez nietas ni los once nietos) sabe hablar nawatl.
Recuperar una lengua (y una historia)
A partir de ese 1 de enero comencé a hacer diversas preguntas. Al principio pensaba que a mi familia le daban igual mis preguntas, pero con el tiempo entendí que era un tema que preferían no hablar por muchísimas razones. Me di cuenta que no era sólo que mi abuelita hablara otra lengua: el nawatl es su lengua materna.
Por un tiempo mis preguntas se centraron en cómo decir ciertas palabras, ya que comprendí que era la manera más cuidadosa para comenzar a hablar sobre las historias familiares en torno a la lengua materna de mi abuelita.
Sé muy pocas palabras en nawatl, pero cada vez aprendo más, debido a las clases con el profesor Victoriano en Rutas Compartidas y, por supuesto, gracias a la paciencia, clases y charlas con mi abuelita.
Lo primero que aprendí a decir fue una frase que ella me repetía una y otra vez. Cada vez que la pronuncio siento a mi abuelita bien cerquita. Y agradezco que me haya compartido esas palabras que, seguramente, aprendió con gente a la que también quería. Es como un mensaje de cariño que, pese a todo —es decir, frente al racismo histórico—, ha logrado ser transmitido.
Con las charlas me compartió que su papá, Mi, fue quien le enseñó a hablar nawatl. “A mí siempre me gustó hablar con mi apá”, me dijo un día. Me gusta cuando me habla de mi bisabuelo y de mi bisabuela porque en esas historias me está dejando conocerla un poco más. Me está permitiendo conocerme a mí misma.
Habitando las casas de nuestras abuelas y nuestros abuelos
Hay preguntas que de solo pensarlas se me hace un nudo en la garganta (¿qué vivió mi abuela para solo hablar español con sus hijas, hijos, nietos y nietas?). Otras que tomaron su tiempo para ser contestadas (¿qué vivieron sus hijas e hijos?). Y, por supuesto, aquellas que provocan lágrimas por los dolores vividos, pero también heredados (¿entonces la gente decía que el nawatl era…?) Pero también hay aquellas preguntas que a una le recuerdan que no todo es dolor (abuelita, ¿y cómo puedo decir que usted es una mujer maravillosa en nawalt?).
Mi abuelita no dejó de hablar su lengua materna: aunque sus interlocutores ya no eran personas de su familia, ella seguía hablando con sus amigas, comadres y compadres, con personas que la visitan en su casa.
Con todo el racismo a su alrededor —en la televisión, en la escuela, en la plaza y en la propia familia—, ella sigue hablando nawatl. No lo hace en todos los lugares, ni con todas las personas, pero logró construir espacios en los que su voz fuera realmente escuchada.
Abrir una puerta
Si todo este tiempo ella había habitado en dos lenguas, ¿por qué yo sólo había habitado una? Con el tiempo comprendí que esa casa siempre estuvo frente a mí, frente a nosotras y nosotros, pero por muchas razones habíamos preferido cerrar la puerta.
Con mucho dolor reconocí esas veces en la que la puerta fue azotada e, incluso, hubo un intento por ocultarla ante los demás. Y, aun así, en distintos momentos mi abuelita sentada en su balancín nos seguía invitando a pasar a su casa para estar con ella. Lamento haber tardado tantos años en aceptar esa invitación.
Más aún, en reconocer que la invitación no sólo era para pasar a su casa, sino para ser habitada por nosotras y nosotros: por mi mamá, mis tíos, mis primos y primas, por mí… Sueño que hablo con mi abuelita, que estamos en la casa y que ella me habla en voz alta y yo la entiendo; todas y todos hablamos.
Y si bien algunas personas siguen tratando de ocultar la puerta, hay otras que estamos aprendiendo a habitar las casas de nuestras abuelas y nuestros abuelos. Aquí estamos anhelando que no sea demasiado tarde.