ACTUALIZACIÓN: Tras la votación del 2 de octubre ganó el «No» en el plebiscito por los acuerdos de paz con las FARC.
Antes de empezar a hablar sobre la paz en Colombia me gustaría presentarme. Mi nombre es Lina Colorado, nací en Medellín, Colombia, hace 30 años, pertenezco a un estrato socioeconómico alto y nunca he vivido de cerca ni he sido víctima directa de la guerra de mi país.
Esta introducción tiene un propósito muy claro, la hice porque bien está comprobado que las opiniones de los seres humanos están condicionadas según el estilo de vida que tienen e influyen decididamente en la visión que uno como persona puede tener sobre la vida y sobre un tema general.
Así pues ésta es la visión de una “niña bien” que todo lo ha tenido en la vida y, desgraciadamente, no será el testimonio de una víctima de la guerra que, al contrario a mi situación, ha perdido absolutamente todo.
Mi país desde hace 52 años vive una guerra sin tregua, una guerra que ha dejado más de 8 millones de víctimas, 220.000 muertos, 3.000 falsos positivos, 1.800 soldados heridos, 1.500 presos militares, 2.083 guerrilleros muertos en combate, 716 acciones bélicas, 24.023 secuestrados, 2.000 presos guerrilleros y un número de niños reclutados de los cuales no hay cifras exactas. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el grupo guerrillero más antiguo y numeroso del continente, ha sido sin lugar a dudas el más grande protagonista de esta barbarie y el responsable de muchísimas tristezas dentro de la población rural colombiana.
Este grupo rebelde ha dialogado con tres presidentes distintos, y a los tres los ha plantado en las conversaciones sin decir mucho, dejando a los colombianos con la sensación, no sólo de tristeza, sino también de desconfianza y decepción profunda sobre futuros acuerdos a los cuales se quiera llegar, y claramente éste no es la excepción.
Es por eso que actualmente lo que está sucediendo en mi país es algo histórico, pues tras 12 años desde el último intento de conversación entre las FARC y el gobierno, por fin llegamos a un acuerdo que va a permitir cerrar esta era tan oscura para nuestra historia. Este es un acuerdo que lleva 4 años gestándose en una mesa de diálogo multisectorial (Guerrilla, Estado, empresarios, víctimas, militares y académicos) en la Habana, Cuba, y ha sido un proceso no sólo largo, sino también con muchísimos altibajos en las negociaciones, pues lograr poner dos bandos como el estado y la guerrilla de acuerdo puede ser una tarea titánica.
El acuerdo –con todas sus fortalezas y debilidades, porque perfecto no es– está disponible para la lectura de todos los ciudadanos, pues, en un ejercicio de transparencia y democracia. El actual presidente, Juan Manuel Santos, dejará la decisión de la refrendación de este acuerdo a todos los colombianos para que determinemos el rumbo que debería seguir. Por ello el domingo 2 de octubre iremos a las urnas para decidir si estamos de acuerdo o no con la terminación de este conflicto con las FARC.
Esto claramente supone una responsabilidad inmensa para todos nosotros, pues prevalecerá el bien general sobre el particular en un país donde la polarización política amenaza con influir descaradamente en la decisión de voto y, sobre todo, con hacer de este hecho tan trascendental un show mediático que le pone apellido a los bandos que van por el sí y por el no. Los del sí son mal llamados Santistas (seguidores del actual presidente Juan Manuel Santos) y los del no están representados por el Uribismo (seguidores del expresidente Álvaro Uribe Vélez, quien antes era mejor amigo de Santos y hoy es su principal contradictor).
Esta situación está convirtiéndose en un dolor de cabeza nacional, pues ahora resulta que dejamos de tener una guerra en nuestro campo para llevarla a las redes sociales y nuestra vida cotidiana, en donde se encuentran mensajes e insultos de lado a lado ocasionando incluso que se dividan amigos, familias y colegas.
Yo en lo personal votaré SÍ y lo hago con convicción y con claridad. No pertenezco a ninguno de los dos bandos políticos, pues en realidad creo que ni Santos ni Uribe han sido los grandes líderes y muchas de sus políticas nos tiene al borde del colapso nervioso, pero sí estoy segura de que no quiero más guerra, no quiero más muertos, no quiero más madres sin hijos y esposos, no quiero ver un campo plagado de miedo y narcotráfico, no quiero secuestros, no quiero ver más desplazados, pero sobre todo no quiero ver más población civil mutilada por la cantidad de minas antipersonal que están regadas por todo nuestro territorio.
Confiar en que estos asesinos y terroristas dejen las armas y se conviertan en buenos ciudadanos puede ser un exabrupto, una ilusión, un error, un engaño, una ridiculez (como dicen los del no), por la desconfianza que los guerrilleros han dejado crecer en todos nosotros, pero para mí no lo es, debemos darnos la oportunidad de creer en el poder del perdón, en pensar –así sea de forma romántica– que podemos tener un mejor país. Soñar con que mis sobrinas solamente van a leer sobre este capítulo de nuestra historia en los textos de los colegios; decidir por primera vez en nuestras vida algo que realmente va cambiar el rumbo de nuestras costumbres; dejar de lado ese miedo innato, esa incertidumbre de estar cometiendo un error y darnos la oportunidad de pasar la página y avanzar.
Esta decisión debe ir más allá de un bien particular, debemos considerar al resto de las personas y familias que están en el campo, personas que se levantan todos los días pensando en que la guerrilla los va a matar. Es a esas personas a las que todos los colombianos tenemos que salvar, es a ellos los que esta guerra está matando lentamente.
Éste es un llamado a reconciliarnos, a acogernos a las bondades y aspectos positivos del acuerdo, por encima de aquellos que nos generen dudas o temor. Acá no deberíamos estar pensando en Santos y Uribe, acá deberíamos estar pensando en esos más de 8 millones de personas que se han sacrificado para que hoy podamos llegar a soñar con la paz. Esto no tiene apellidos, esto tiene corazón y sobre todo la esperanza de un mejor país para todos.
¿Miedos? ¡Claro! Hay muchísimos, el pensar que los miembros de las FARC puedan aspirar a ser un partido político como lo estipula el acuerdo, duele, pero por lo menos su pelea será ideológica en el congreso y no con sangre y bala en el campo; pensar que se les debe dar un salario mensual, duele, pero dolería más que por dinero fácil continúen en el narcotráfico o se adhieran a otra guerrilla y fracasen en su intento de retornar a la vida civil; que muchos no paguen con cárcel sus delitos, duele, pero dolería más que no tuvieran la delicadeza de ponerle la cara a las víctimas pidiéndoles perdón y contándoles la verdad de lo sucedido; que no revelen donde está la gran cantidad de dinero que han recaudado durante años, duele, pero me dolería más que siguieran utilizando ese dinero para comprar armas que sigan matando civiles. En fin, miles de desventajas para mí se invalidan completamente cuando me pregunto: ¿Qué connotación negativa puede ser más potente que el beneficio de dejarnos de matar?