“¿Te gusta la penetración vaginal?” Del vaginismo a la pregunta por el placer

¿Por qué cuesta tanto dar con información idónea sobre el vaginismo? Camila Rodríguez Valencia habla con mujeres que lo han experimentado y especialistas que proponen un nuevo enfoque sobre las dificultades de la penetración vaginal.

Por: Camila Rodríguez Valencia

Silvana contiene la respiración. Puja. Exhala. Sigue las indicaciones de la ginecóloga. La doctora inserta un espéculo talla s, le hace saber que es el más pequeño y confirma que todo en la anatomía de su vulva y su vagina anda bien:

—Tenés un himen festoneado —dice la doctora de acento caleño—. Como las serpentinas de las fiestas.

Silvana saca la mirada del techo blanco del consultorio, alza las cejas y se encuentra con la cara de la ginecóloga entre sus piernas. Al parecer, la fiesta de su vagina es tan exclusiva que ella decidió reservarse el derecho de admisión e impedir la entrada a cualquiera que intente participar. “El verdadero ‘yo perreo sola’”, piensa.

F525 Vaginismo No Orgánico, lee en el diagnóstico registrado en abril de 2021 en su historia clínica. El término, que pertenecía a la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE10), se cambió por el de Trastorno de dolor genito-pélvico/penetración en su última actualización, el CIE11, que entró en vigor desde febrero del 2022.

— Es una contractura en los músculos del suelo pélvico, una contracción involuntaria que puede darse en distintos grados — explica la médica mientras Silvana pasa de la camilla al baño para cambiarse la bata azul quirúrgico.

“Con razón”, piensa mientras ata cabos y le empieza a hacer sentido el ardor, la tensión y, sobre todo, la sensación de que hubiese algo, como una pared, ante cualquier cosa que intentara insertarse: un tampón, algún juguete, un pene. También los ejercicios de respiración que acaba de hacer y permitieron que el espéculo sí entrara.

A esta reacción corporal, la sexóloga argentina con perspectiva de derechos Carolina Meloni, propone empezar a llamarla y entenderla como una dificultad en la penetración vaginal. Así, corre el foco de la genitalidad, despatologiza lo que sienten muchas mujeres cis y personas con vagina, lo ubica en un paradigma de los cuerpos y su relación con el mundo.

Etimológicamente, al usar la palabra disfunción se habla de una función que está fallida.

Cuando lo que pasa, en realidad, no es una falla, porque existe una lógica en cómo está funcionando ese sistema, ese órgano, ese tejido, o la parte que sea, dice Meloni.

La sexóloga toma como referencia el modelo social de la discapacidad, que identifica que esta emerge del encuentro entre las posibilidades de un cuerpo y el mundo: “Es el mundo el que nos discapacita, incapacita o el que nos pone la barrera”.

***

A la respuesta médica que recibe Silvana —la primera en validar, por fin, su hipótesis— la preceden más de diez años de acertijos para intentar descifrar qué era lo que le venía pasando.

Primero fue en el 2010, a pocos meses de entrar a la universidad. Apenas llega a su casa tira el morral a un lado y teclea: Dolor en las relaciones sexuales, ¿por qué no me entra el pene? ¿es normal que no pueda usar un tampón?

Para quienes han intentado buscar información, las preguntas sobre el tema suelen ser similares antes de poder dar con un nombre. Y los recovecos, la confusión como respuesta, también. “Me siento jugando Mario Bros, tienes que ir brincando niveles y niveles”, dice Mariángeles desde Ciudad de México mientras hace el amague de ir agarrando con las manos pistas de un lado y del otro:

Ok, ya sé cómo se llama esta chingada. Ok, perfecto, vaginismo.
Ok, ahora, ¿cómo lo trato? Ok, ok, con tal o cual especialidad.
Ok, ahora, ¿dónde encuentro alguien con esa orientación?


“¡O sea, no mames! Es de verdad un viacrucis, un calvario”, reclama.

Los varones cisgénero y personas con dificultades en la erección tampoco la pasan bien, pero existen muchas más respuestas a la mano. ¿Por qué entonces cuesta tanto dar con información idónea sobre las dificultades en la penetración vaginal?

Primero lo primero. Una camiseta que diga: la penetración vaginal no tiene por qué doler.

Porque en esa normalización del dolor aparece un obstáculo para buscar, si así se desea, cualquier tipo de orientación. Como “socialmente nos han dicho que la primera vez tiene que doler, que el sexo duele, creemos que no hay nada extraño”, afirma la médica colombiana Carolina González. “¡La sexualidad sigue siendo tabú!”, agrega.

La afirmación podría parecer atávica u obvia, según quien la mire. Pero no para las personas con vulva que, en silencio, intentan desenmarañar hasta dar con algo que les haga sentido. Por más que ahora la sexualidad se muestre hipervisible, se sigue visibilizando siempre lo mismo, afirma Meloni. Siguen los velos.

Hace poco Silvana probó buscar desde un dispositivo ajeno, uno que aún no tuviera el algoritmo entrenado: Vaginismo, googleó. “Quizás quisiste decir veganismo”, respondió el buscador.

Meloni le pone un marco a esa falta de acceso a la información: La erección aparece como potencia reproductiva y productiva dentro del mandato patriarcal. El pene tiene que pararse. Y como tiene que pararse, también tiene que ser recontra sabido que, si no se erecta, debe recibir un tratamiento. Porque en la erección está el poder. “En cambio, si a vos te duele, aguantáte”.

El placer, especialmente el de las personas que hemos sido socializadas como mujeres, es irrelevante para cumplir el mandato.

El siguiente escalón tiene que ver con el autoconocimiento del cuerpo y la concentración de su cuidado en espacios de poder, como la academia y el sistema médico. “Si vos lo podés gestionar sola no vas a ir al hospital, no vas a tomar medicación, ni te vas a pasar cremitas, ni vas a hacer 473 consultas de derivación. Lo vas a arreglar sola”, explica Meloni

Recién en 2016 Silvana y Mariángeles empezaron a encontrar en internet términos relacionados con lo que sentían. Pero nada mucho más allá del listado de distintas dificultades que pueden experimentar personas con vagina en sus encuentros sexuales. O sea, nada que les dijera qué hacer.

En ese momento, consultar con sus ginecólogos tampoco les dio mayor claridad. Al chequearla, a Silvana le dijeron que todo se veía bien, que no había ninguna anomalía física y que no pasaba nada. A Mariángeles el médico la mandó a ver películas y la remitió al psicólogo. Y a ambas les dijeron “es cuestión de que te relajes”. Porque obvio, tantos años preguntándose qué era lo que les pasaba era porque ellas no habían querido relajarse lo suficiente.

— ¿Tenés pareja?, pregunta la ginecóloga a Silvana ya vestida y sentada frente al escritorio.
— No.
— ¡Maravilloso!

Silvana entiende de dónde viene el entusiasmo de la médica. Recordó a su novio de adolescencia y en lo rápido que cambiaron la curiosidad y las torpezas por el afán de él y el vacío entre el pecho y la panza que ella sentía ante cada intento frustrado de la tan insistida penetración. “No es normal que tratemos y no te entre. ¿Ya fuiste al ginecólogo?”, se quejaba él mientras ella sentía culpa y, al mismo tiempo, rabia por sentirla.

*
No es normal,
porque si no había penetración la intimidad tampoco contaba.

No es normal,
porque sobre la sexualidad nos han enseñado que somos todes iguales. Que queremos, necesitamos, gozamos y disfrutamos de lo mismo, y no que todes somos distintes, dice Tati Español, autora de Todo sobre tu vulva.

No es normal,
porque el coito satura las series, las películas, la pornografía. Nos lleva a creer que sin penetración no hay sexo, nos falta algo, le debemos algo a alguien, agrega Español.
*

La sexualidad se empezó a volver un terreno en disputa. A la par de la frustración, Silvana empezó a sentir alivio. En el fondo, la pequeña revolución que empezaba a bullir en su interior no se sentía cómoda con la idea de lograr una penetración vaginal solo por salir del paso. Por complacer al noviecito.

¿Acaso no tenía también derecho ella a la búsqueda del placer?
La falta de creatividad de sus parejas la ofendía.
La demanda por el coito la deserotizaba.

***

Las dificultades en la penetración parecen vivirse a varios tiempos: por un lado, existen las demandas inmediatas de quienes quieren, pronto prontísimo, tener una respuesta y un abordaje frente a eso que les pasa y que sienten que está siendo un problema para su bienestar. Sea cual sea la motivación. Y por otro, colectivamente emerge la tarea de complejizar el por qué lo vemos como un problema. Empezar a aterrizar y abrirle espacio a la diversidad de prácticas, reacciones y maneras de sentir que existen en el ejercicio de nuestra sexualidad.

— Y está roto — dice la médica.
— ¿Qué?
— El himen. Puede que en uno de tus intentos hayas logrado parcialmente la penetración, o que se haya roto en cualquier otro momento.

¿Entonces el himen, aún roto, no desaparece? Un mito más de la desinformación sexual que hay que desmontar. Silvana suspira, tensa la mandíbula y frunce los labios mientras toma nota mental del dato que compartirá con sus amigas minutos después, justo cuando les cuente del tratamiento que va a iniciar:

Control 1
Medicamento cada veinticuatro horas durante tres meses.
Neuromodulador todos los días a partir del segundo mes.
Dilatadores todos los días por diez minutos. Mínimo una semana por tamaño, del más pequeño al más grande.

Control 2
Medicamento día de por medio.
Neuromodulador todos los días.
Dilatadores todos los días, diez minutos. Intentar movimientos con el tamaño que sea más cómodo.

Control 3
Medicamento cada tres días.
Neuromodulador día de por medio.
Dilatadores…
..
.
.
Y además, vivir.

“¡Tengo una cruzada por la visibilización del vaginismo!”, declara Mariángeles del otro lado de la pantalla del celular mientras conversa con una ginecóloga en un en vivo de Instagram.

Buscar información sin éxito. Ir a terapia. Estrellarse con el desconocimiento del primer médico. Dar con una palabra que le sirvió de autodiagnóstico. Leer Living With Sex, Así superé mi vaginismo y Mi sexo sin dolor, los tres libros que encontró sobre el tema. Continuar yendo a terapia. Seguir buscando cómo abordarlo. Dar con un video en Instagram. Buscar especialistas de suelo pélvico cuando aún no estaba de moda. Encontrar una. Encontrarla y no poder pagarla. Sentir la pandemia como un respiro por no tener que conocer gente.

Decirle a la psicóloga que nadie se había muerto por falta de penetración, que decidía ser frígida. Reconsiderarlo. Dar con otra publicación en redes donde hablaban sobre dilatadores vaginales. Volver a buscar fisioterapeuta de suelo pélvico. Encontrarla. Encontrarla y, ahora sí, poder pagarla. Enterarse de que a México no envían los dilatadores. Pensar si aplicarse en la vagina el botox sugerido por un nuevo ginecólogo. Enterarse que la aplicación es semestral. Enterarse que cada una sale por $1,500 dólares. Hablarlo con su psicóloga y su fisioterapeuta. Decidir no hacerlo. Viajar a Estados Unidos a vacunarse contra el covid. Aprovechar el viaje para comprar los dilatadores.

“No sabes la cantidad de energía que me consumía”, reafirma Mariángeles.

A partir de sus vivencias, se propuso empezar a construir una comunidad de personas que atraviesan esta dificultad.

“Yo no quiero que sea más solitario de lo que ya es”, comparte refiriéndose a su proceso.

Y recuerda que la única persona a la que pudo preguntarle más cosas llegó (la encontró) hacia el final del recorrido que ya llevaba. También buscó la manera de poder llevar los dilatadores a México y venderlos a quienes decidan incluirlos en su proceso.

Primero abrió una cuenta de Instagram, pero era difícil que la siguieran o le dieran “me gusta” porque es un tema que se sigue viviendo con muchísima vergüenza. En febrero de 2023, creó en Facebook el grupo Superando el vaginismo, uno de los cuatro con información en español que existen en esa red social. En abril del mismo año, para alentar a la participación y tener una dinámica más cercana, creó Charlemos de vaginismo, un grupo de WhatsApp cuyas integrantes son, la mayoría, de México, aunque también las hay de otros países.

—¿Qué tan representadas se han sentido con los personajes que abordan el vaginismo en series como Sex Education o Unorthodox?

Siete mujeres responden a la encuesta enviada por Silvana al chat. Cinco marcan la opción “Bastante identificada”. Dos votan por “Hay similitudes, pero en general poco identificada”.

El consenso parece estar en que la manera en la que las series suelen “resolver” las dificultades en la penetración está más cerca de la fantasía que de la realidad:

— Lily lo logró después de lanzarse colina abajo en la bicicleta, después de que Otis le dice que todo está en su mente. ¡Lo que nos han dicho a muchas de nosotras!

— Sí. Y a Esty fue porque cambió de galán. ¡Haber sabido que la dificultad era por escasez de hombres guapos!

En el chat también aparece la angustia de algunas mujeres porque sus parejas se frustran, se cansan, se impacientan. Padecimiento, rehabilitación, culpa son palabras que se repiten y asientan la sensación de sentirse “fallidas”. ¿Qué onda con los vínculos? ¿Cuál es su rol en todo esto?

Viviana Tobi, psicoterapeuta corporal, sexóloga y autora del libro Vaginismo – Cómo superarlo, cuenta que los casos varían. A su consulta llegan personas sin pareja y sin interés inmediato en tenerla, con una pareja reciente con la que aún no han tocado el tema, con una pareja que les plantea iniciar algún tratamiento o acabar con la relación. También escucha a quienes están en una relación desde hace muchos años, que exploran otras posibilidades eróticas y sexuales más allá del coitocentrismo y, dice Tobi, pueden llegar a construir una sexualidad incluso mucho más frondosa que la de otras parejas.

Silvana mira su celular. En el grupo que tiene con sus amigues uno de ellos le lanza una pregunta:

— Silvi, me estoy hablando con alguien, algo casual. Si de pronto tiene vaginismo, ¿qué puedo hacer para que igual se sienta tranqui y logremos disfrutarnos?

La respuesta nos lleva a importancia de la comunicación en la que insiste Meloni:

Tenemos que hablar de gustos y deseos cuando vamos a coger, y tenemos que hablar mientras estamos cogiendo. Esto no implica resignar nuestro derecho a la intimidad.

No dar por hecho lo que “debería” pasar nos impulsa a comunicarnos, así como decimos, “che, ¿te gusta la penetración anal?”, también podríamos preguntar, “che, ¿te gusta la penetración vaginal?”.

El erotismo también reclama su lugar.

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