En esta reflexión sumamente personal, Valeria Angola analiza el origen de la incomodidad sobre su vulva negra y las herramientas que le han ayudado a reconciliarse con ella.
Si le escribiera una carta a mi vulva negra comenzaría por decirle que quiero reconciliarme con ella. Perdonarme por odiarla, por lastimarla de tantas formas durante tanto tiempo. Para así escribir una nueva historia.
He tenido miedo de mi vulva negra. Me cuesta verla, olerla, sentirla, disfrutarla. De hecho, me duele.
La sensación que relaciono de inmediato con esa zona de mi cuerpo es el dolor. Es agudo, como agujas, intenso, como un desgarre. En ocasiones, no soporto el tacto, las revisiones ginecológicas no las aguanto y las relaciones sexuales suelen ser dolorosas. A veces prefiero que no entre nada.
No sé de dónde viene el dolor, ni los médicos saben. Me dicen que no tengo nada. Físicamente no hay nada, es mi mente, mi cabeza, mi trauma… el dolor emocional, el racismo que interioricé y que me hizo despreciar a mi querida vulva negra.
No puedo recordar cómo comenzó todo exactamente. Sé que en la adolescencia, cuando los chicos de forma sexual se acercaban a mí, me invadía una vergüenza inmensa. Siempre tuve miedo de que me rechazaran, ya fuera por la forma o la tonalidad de mi vulva.
Mi vulva no es como las otras. Es especial porque es mía. Es negra, oscura, alargada.
La importancia de conocer la historia
Hace años, cuando conocí la historia de Saartjie Baartman, la Venus Negra, una mujer khoikhoi despojada por completo de su humanidad por el racismo del siglo XIX, supe que muchas mujeres africanas de diferentes países y culturas también poseían los labios menores de su vulva alargados, como los míos.
Me di cuenta que las características de mis genitales que, hasta ese momento creía monstruosas, hacían parte de una historia que ni yo misma conocía. Dejé de sentirme sola.
Entendí que el disgusto por mi vulva tiene mucho que ver con el racismo. El deseo de que fuera diferente, quizás más pequeña, menos voluptuosa, menos oscura, fue racismo. Deseaba otro color y otra forma, una vulva blanca que se asemejara a las diminutas vulvas de las estrellas porno, sin vello, sin pliegues, rosita.
En este mundo racista, la industria de la blanquitud corporal busca que mujeres y personas con vulvas no hegemónicas, con tal de sentirse deseadas sexualmente, se sometan a procedimientos quirúrgicos estéticos para acortar la longitud de los labios menores, rejuvenecer y aclarar sus vulvas.
El dolor de negarse el placer
He lastimado a mi vulva. La rechacé durante años por no parecerse a las vulvas de la hegemonía racial. No le permití el placer, me lo prohibí.
Si he sentido placer de inmediato me he castigado para que la sensación que reine sea el dolor. La culpa judeocristiana vive en nosotras más allá de la religión que creamos o practiquemos. El placer de la carne es pecado y cada vez que me permito experimentar una sensación distinta en mi vulva negra, la flagelo, la castigo con enfermedades extrañas y dolores imaginarios.
Mi vulva negra es bendita. El placer que yace en ella es ancestral, divino, espiritual.
Me niego a cambiarla, hoy quiero disfrutarla, aceptarla, sentirla, gozarla. Sin dolores, sin culpa ni vergüenza.
¿Cómo sanar la relación con mi vulva negra?
Con la ayuda de profesionales, fisio-sexólogas, ginecólogas y otros expertos he podido descubrir algunas técnicas que me ayudan a aminorar el dolor:
Hablar
Platicar de esta experiencia con otras amigas afrodescendientes ha sido parte de la construcción de un proceso de sanación individual y colectiva. El dolor merma en la medida que reconocemos que algunas de nosotras hemos sentido aversión, traducida en dolor, por nuestros genitales oscuros.
Así mismo, tener referencias visuales de otras vulvas ha sido vital para aceptar y reconocer mi vulva tal cual es. Ginodiversity es un proyecto artístico que documenta de forma no erótica la diversidad de vulvas, y que alienta a mujeres de todo el mundo a enviar anónimamente fotografías de su vulva.
Mirar
Me he atrevido a mirar hacia adentro con la ayuda de un espejo. Es algo que no había hecho nunca. Me adentré en las profundidades de mi vulva para verla, detallar sus colores y texturas, longitudes, etcétera. De aquellas observaciones, hice algunos dibujos y poemas.
Movimiento
Aprendí a hacer movimientos internos para identificar en qué momentos suelo contraer los músculos de manera involuntaria. Cuando voy al baño, trato de retener la orina y luego relajar para que fluya el líquido. De esa manera, ejercito los músculos del suelo pélvico: relajar y contraer.
Masajes
Realizo masajes de forma periódica en la zona de mi pelvis, no sólo en la parte genital, sino también en la parte interna de las piernas y en la zona baja del abdomen. Para masajear los labios y el clítoris uso un poco de lubricante y, a veces, un vibrador. Estos aparatitos son maravillosos porque activan la circulación.
Un análisis desde el feminismo antirracista
En definitiva, desde el feminismo antirracista deben generarse análisis sobre cómo los ideales blanqueados de belleza afectan la vida sexual de las jóvenes racializadas. De la misma forma, se necesita denunciar cómo las industrias a partir de los cánones racistas lucran con el deseo de las mujeres prietas de ser blancas.
También tenemos que tener conversaciones incómodas con las niñas y las jóvenes sobre la diversidad de la anatomía genital. Tenemos que decirles que la forma y color de sus vulvas es completamente normal. Es necesario que les educadores sexuales integren una perspectiva antirracista para que las jóvenes y niñas aprecien sus cuerpos prietos y tengan vidas sexuales plenas.