Las estudiantes feministas tienen mucho para enseñarle a activistas más establecidas. Con su organización, han demostrado que no hay razones para subestimarlas.
Me llena de mucha fuerza saber que niñas y mujeres jóvenes se organizan cada vez más para visibilizar y hacer frente a los espacios machistas y patriarcales que las rodean.
Desde hace meses, las compañeras de la UNAM, tanto de preparatorias como universitarias, han llevado a cabo una lucha casi solitaria, en la que las críticas que las señalan como vandálicas no han sido pocas.
Y estos cuestionamientos no solo vienen desde los machos preocupados por la pared o del presidente que pide que no le rayen su puerta. También viene de feministas que tuitean que hay que cuidar la Máxima Casa de Estudios y nos advierten que estas no son las formas.
No es algo nuevo: también hay feministas que argumentan que el #MeToo es puritanismo sexual o que los piropos son inofensivos.
El diálogo pendiente del adulcentrismo en el feminismo
La realidad es que, frente a los distintos contextos que rodean a cada grupo de mujeres, es imposible pensar en que la lucha feminista deba ser homogénea.
Yo personalmente he vivido la organización de las estudiantes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Querétaro.
Nosotras buscamos que los espacios universitarios sean seguros para nosotras, libre de violencias machistas. Queremos un protocolo que en verdad sea funcional para denunciar a profesores y compañeros acosadores.
Desde 2018, hemos aprendido a prueba y error cómo y qué hacer para que una institución que históricamente nos ha violentado nos escuche.
Y en este camino nos hemos topado también con desmotivaciones o regaños de las feministas que admiramos, de lxs académicos que nos dicen con condescendencia que las formas con las que llevamos nuestra lucha no son las correctas.
En esta lógica me he puesto a pensar sobre aquel diálogo que hace falta entre nuestras compañeras feministas y activistas que llevan años en la lucha.
Son mayores que nosotras y se enuncian desde aquel adultocentrismo que rodea nuestros procesos colectivos y prácticas individuales.
Reconocemos las luchas de las mujeres que nos antecedieron, los logros y los diálogos que evocaron para que juntas hoy pudiéramos cuestionarnos otras cosas. Pero sí es necesario poner en la conversación los diálogos generacionales para que nos ayuden a comprendernos entre todas.
Las jóvenes, adolescentes y niñas sí nos podemos organizar
La periodista Lydiette Carrión documenta la infantilización de las estudiantes y remarca algo que a veces se les olvida a la sociedad: “Las estudiantes jóvenes, ellas solas, sí tienen capacidad de organización.”
Estos son algunos ejemplos de lo que está pasando en México:
Las Alumnas del Colegio de Bachilleres de la UAQ en San Juan del Río pegan capturas de pantallas de sus maestros que las acosan; niñas de secundaria en el Estado de México,que se manifiestan y logran la destitución de su director.
Estudiantes del Colegio de Bachilleres en Veracruz que escriben posicionamientos que denuncian el sexismo y acoso en su escuela.
Compañeras de la escuela primaria Enrique C. Rébsamen, y del colectivo feminista “Violeta” que se organizan para abrazar a la mamá de Fátima en su funeral.
Desde mi posición como estudiante, me es imposible no pensar en todas las protestas de las niñas y adolescentes que nos inspiran muchísimo y van dejando precedente en la historia de las mujeres que luchan.
Creo que es valioso e importante enunciar sus luchas, verlas como pares y no desde esa posición que infantiliza.
Comprender las otras formas de protestas
Ante las demandas de las más jóvenes y la visibilización de las problemáticas de violencia que atraviesan a cada, es urgente la comprensión de todas las que nos enunciamos feministas.
La feminista Jessica Techalotzi nos explica que eliminar este adultocentrismo dentro del movimiento feminista es esencial para romper con “la lógica patriarcal, jerárquica del hombre adulto, heterosexual, blanco y burgués como centro de un todo”.
Y reconocernos como sujetas políticas, para construirnos colectivamente y llenarnos de sororidad frente a nuevos liderazgos y las otras formas de protestas.
Sí, podemos ser las incendiarias, las encapuchadas, las que organizan tendederos y escraches, las que toman facultades y señalan a sus agresores públicamente. Así es nuestra reacción ante este tiempo de la historia.
Pero no solo somos hemos eso, en realidad somos muchas otras cosas, esto solo es la parte visible de nuestra organización.
Daniela Cerva, sociológa feminista, lo explica de mejor manera y nos recuerda que este activismo estudiantil lleva inscrito un ejercicio político colectivo. Es decir, en este camino de organización y reconstrucción de identitaria, planteamos como prioridad el tema del cuidado, acompañamiento y contención entre pares.
Daniela nos remarca que las colectivas no estamos constituidas únicamente por personas que han sufrido directamente los agravios relacionados con la violencia de género en la universidad:
«Y eso es importante, porque destaca la solidaridad de grupo y la conformación de una identidad feminista que cuestiona las relaciones de poder a nivel estructural.»
Si queremos que algo cambie, tenemos que escucharnos entre todas.