Entender tiene que ver más con un trayecto que con una revelación. El entendimiento y la conciencia de un determinado escenario nos van llegando paulatinamente, por entregas, a ritmos diferentes, según las experiencias vividas y el panorama que tengamos en frente. Pienso en ello a partir del #MeTooMx, que se convirtió en la preocupación principal de estos días para muchas de nosotras.
A partir del caso de Herson Barona, acusado de violencia por diferentes mujeres, se desató una lluvia de publicaciones en Twitter sobre conductas misóginas por parte de escritores, académicos, cineastas, teatreros, artistas, funcionarios, periodistas, músicos… La lista sigue creciendo.
Matizar para entender
En este proceso tortuoso, revelador y desgastante, nos hemos encontrado reflejadas en las voces de otras mujeres. Hemos temido y llorado por nuestras amigas, nos hemos detenido a pensar en las violencias que hemos vivido y pasado por alto. Hemos tejido redes invaluables con las demás. Y a veces también nos hemos confundido.
La complejidad de este movimiento exige que aprendamos a interpretar en escala de grises, que nos preguntemos cómo leemos y qué hacemos con nuestra lectura, que diferenciemos entre el que agrede de manera resuelta y el que se acerca torpemente a las mujeres cuando cree que está ligando.
¿Cuándo hay una intención explícita y cuándo estupidez o simple grosería? ¿Cómo reaccionamos ante la lectura de una violación o un abuso, y cómo ante la de una infidelidad que quizás amerita un hasta nunca, más que una acusación de violencia? ¿Qué tan insuficiente nos resulta el lenguaje cuando intentamos matizar?
¿Debemos leer los comentarios machistas o la condescendencia de la misma forma que leemos el hostigamiento? Y, si lo hacemos, ¿cómo repercute esa lectura en el sistema que da pie a la desigualdad, en la experiencia de las mujeres violentadas? Porque esta discusión se trata principalmente de ellas y, si no distinguimos, corremos el riesgo de trivializar.
Procuro entender cuál es la lectura correcta, o al menos la que sea capaz de trascender la conversación, la que nos ayude a aprovechar esta oportunidad de aprendizaje, esta voz colectiva, este rumor que parece estruendo, pero que resuena un poco menos cuando recordamos que hay vida y silencio más allá de Twitter, donde imperan otros panoramas.
Hombres a terapia
Como parte de esa lectura, me enfrento con las disculpas de acusados, de instituciones, de empresas. En todas ellas se cuela un discurso aprendido del feminismo que se reproduce mecánicamente y se queda en la superficie. “Queremos manifestar que estamos en contra de todo tipo de abuso”, se enuncia en sospechosa discordancia con la realidad.
Muchos pronunciamientos, casi todos, suenan más a una búsqueda de escapatoria que a una intención de entender. Pero, como el entendimiento sucede paso a paso, quien se disculpa haría bien en dar el primero: reconocer y detener de inmediato la violencia, concreta o simbólica, ejercida a diario, en lo individual y en lo colectivo. Parar. Parar de tajo. Parar para entender y no pronunciarse sin antes haber parado.
“Ve a terapia”, leo en las respuestas a las peticiones de disculpas por parte de los agresores. Los mandamos a terapia como quien reconoce una causa perdida. Me pregunto si con terapia será posible erradicar la costumbre de no responsabilizarse por los propios actos, una costumbre común entre los hombres, culturalmente arraigada, extendida, invisible de tan cotidiana. ¿Se soluciona el machismo con terapia?
¿Es que los hombres abusan de las mujeres porque necesitan equilibrio emocional? ¿No lo necesitamos todas las personas? ¿No será más bien que los hombres abusan porque pueden, porque han aprendido a hacerlo, sin reparar siquiera en ello?
¿Cuántos terapeutas estudian feminismo? Porque sé de algunos, pero ¿cuántos son?, ¿qué tan extendida está la terapia con perspectiva de género? ¿Qué hacemos ante lo costosa e inaccesible que resulta la terapia para el mexicano promedio? Me hago muchas más preguntas.
Liberar la conversación
Ayer, con el primer manifiesto #MujeresJuntasMarabunta, las feministas de la Ciudad de México expresaron su disposición a organizarse para cambiar el rumbo de los acontecimientos. De estos, de los venideros.
#MeTooMx ha desencadenado la formación de vínculos, conversaciones, puntos de partida. Y ha puesto a temblar a unos cuantos.
Pensemos ahora en qué hacer con este movimiento que comienza en las pantallas. ¿Cómo liberar la conversación y hacer que salga a las calles, a otros ámbitos y otras conciencias? ¿Será posible?
Mientras tanto, reconozcamos lo invaluable de haber roto el silencio, de haber manifestado, de haber encontrado en otras mujeres nuestra misma historia, a menudo injusta y dolorosa. Toca construir entendimiento entre nosotras, con paciencia y asomándonos a otros panoramas, sin dejar de ver los matices. Nos lo merecemos.