Cuando finalmente me decidí a pedir ayuda, ya me había convertido en parte de la estadística. Tenía una de las enfermedades más comunes en las personas entre 14 y 35 años, causa mundial de suicidio y la que para 2020 será la primera causa de discapacidad en México: depresión.
Un mal real
De los 11 a los 26 años me pareció normal tener cambios de humor, pues no eran extremos. Frecuentemente estaba enojada, triste o con una desazón terrible.
Los días eran una losa sobre mi espalda y muy pocas cosas o personas me resultaban estimulantes; todo me parecía ficticio, sin embargo, el dolor, la apatía y el abatimiento eran muy reales.
Pasé por varias fases antes de conocer y aceptar mi tendencia a la depresión y su componente genético. Luego comencé a romantizarla.
Creía que yo era la única que veía las cosas como realmente eran, que mi padecimiento era un rasgo de mi personalidad que me distinguía de los demás. Una cualidad, la única, que me hacía crear y que no podía cambiar.
Viviendo con depresión
La depresión ensombreció y salpicó todos los aspectos de mi vida: acepté toda clase de maltratos laborales y emocionales, tomaba las migajas de atención y afecto que amistades y parejas me daban. La ansiedad me paralizaba, por lo que dejé pasar todo tipo de oportunidades, me saboteaba todo el tiempo.
Yo pensaba que el mundo y la vida me odiaban, pero yo era la única que lo hacía… y era muy buena en ello. Perdí la cuenta de las veces que me fui a dormir deseando no despertar.
Finalmente, la ruptura de una pésima relación me llevó directo al diván.
Ir a terapia me hizo darme cuenta de que estaba sepultada en mis padecimientos. Todos esos años en depresión me hicieron olvidar que yo era de otra manera: alegre, vital.
No hay que romantizar la depresión
Cualquiera que tenga un trastorno mental sabe que, si de algo carece la experiencia es de glamour, diversión o encanto.
La depresión no te hace lucir como Lana del Rey ni te convierte en un ser frágil y etéreo con un halo lleno de misterio y seducción, al estilo de las hermanas Lisbon en Vírgenes Suicidas.
No hay belleza en las enfermedades mentales, son padecimientos y como tales deben atenderse. Romantizar no es quitar el estigma que impide, en muchos casos, tomar un tratamiento.
Recuperación
Hay múltiples maneras de confrontar la enfermedad mental. Lo más importante es pedir ayuda, desafortunadamente, es frecuente no hacerlo hasta tocar fondo o cuando estamos sobrepasadas por el malestar.
Tiene que haber un deseo sincero de recuperación, para ello no es necesario quedar hecha añicos, ni arruinar cada aspecto de tu vida.
Aceptar y conocer tu padecimiento parece sencillo, pero no lo es y el famoso “échale ganas” no es suficiente, es un proceso que cada quien experimenta de manera distinta.
No te avergüences, no te escondas
Así como las enfermedades mentales no son como en las series, su tratamiento tampoco. En mi caso fue una combinación de terapia, yoga, cambios en mi vida, dejar de frecuentar ciertas personas, cambiar de esquema laboral, etc.
Además de aceptar que no todo está resuelto, es un trabajo de por vida y no hay por qué avergonzarse de ello. Al contrario, hablar de ello y visibilizarlo puede servir para quitar el estigma y la vergüenza que conllevan estos trastornos.
Procura el autocuidado, revisa qué opciones y tratamientos están a tu alcance; verás que tu proceso puede ayudarte a ser más fuerte.
Sanar es posible, otra vida también lo es.
Si te sentiste identificada o conoces a alguien que necesita atención psicológica, pide ayuda:
Atención Psicológica a Distancia UNAM
Hospital de las Emociones CDMX
Instituto Hispanoamericano de Suicidología Dr. Alejandro Águila y Asociados, A.C.