La vida de la fotógrafa Kati Horna no fue nada de lo cotidiano que tanto le obsesionó como tema en su fotografía.
De hecho, se puede decir que la vida de esta gran mujer artista y migrante fue algo extraordinario, pues a pesar de documentar la violencia durante la Guerra Civil Española en los treintas y luego huir de la persecución por ser judía durante la II Guerra Mundial, Kati podía seguir creando arte lleno de una belleza surrealista que también fue ensayo para su forma de ver el mundo.
Una mujer con muchas vidas
Kati Horna vivió muchas vidas. Nació en Budapest en 1912 y a los 20 años decidió dedicarse a la fotografía con su maestro húngaro József Pecsi.
Desde muy joven, Kati se identificó con las causas socialistas y antifascistas, y en 1937 se fue a fotografiar la Guerra civil española junto a otros grandes fotógrafos como Robert Capa y Gerda Taro.
Refugio en México
En 1939, con el movimiento nazi creciente en Europa, Kati decidió buscar refugio en México, y fue en en ese país donde conoció al círculo intelectual y artístico en el cual se desenvolvería durante años.
La obra de Kati Horna está llena de las influencias y huellas de sus amigos en México, que fueron en muchos casos sus mismos colaboradores: la gran Leonora Carrington, el surrealista inglés Edward James, la pintora española Remedios Varo, y también su esposo, el español exiliado José Horna.
Las series que Kati hizo de retratos a artistas e intelectuales mexicanos –y los que se encontraban en exilio– evocan una sensación de orgullo por el talento que siempre ha residido en México.
Una mirada empática
Mujer única, dinámica, profunda y marcada por todas sus vivencias, a Kati Horna no le gustaban las etiquetas. Sus proyectos fotográficos siempre fueron muy variados, pero lo que podemos ver desde su mirada es su capacidad para la empatía.
En ningún lugar es más claro que en la serie que hizo durante los años 40 sobre los internados en el hospital psiquiátrico La Castañeda. Allí, Kati pudo capturar la esencia humana de un lugar cuyo propósito fue encerrar y esconder de la visibilidad de la sociedad a personas con trastornos mentales.
También trabajaba como fotógrafa para revistas y publicidad, y en proyectos personales de fotografía surrealista, y en todo hay la huella distinta de una fotógrafa con una mirada hacía el “insólito cotidiano” de la vida y la experiencia humana.
Un legado creativo
Después de vivir en tantos lugares y tantas vidas distintas, Kati decidió quedarse en México, donde vivió el resto de sus días en su casa en la colonia Roma, que finalmente se convirtió en un punto de encuentro para la creatividad mexicana.
Gran parte de la obra de Kati Horna proviene de su tiempo viviendo en México, su casa elegida con mucho cariño, pero esa misma obra se marca con la añoranza por todo lo que tuvo que dejar atrás en Europa.
Las fotografías de Kati nos brindan un poderoso mensaje que nos recuerda que ser migrante no es dejar todo atrás en tierras abandonadas. Nos enseñan que somos la suma de nuestras vivencias, que aunque adoptemos otra patria, llevamos dentro de nosotrxs nuestra esencia donde sea que nos encontremos.
Esta nota forma parte de nuestra serie “Mexicanas por convicción”, la cual explora la vida de célebres mujeres extranjeras nacionalizadas mexicanas. Si te gusto este texto, conoce también a Alma Reed, la eterna peregrina.