El 14 de junio pasado, a las feministas latinoamericanas nos amaneció con la noticia de que la iniciativa de ley que pide aborto libre, gratuito y seguro fue aprobada en la cámara de Diputados de Argentina.
Adicionalmente, el 10 de julio iniciaron las reuniones conjuntas en la cámara de Senadores para poner sobre la mesa el proyecto de ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo, el cual será debatido y votado el miércoles 8 de agosto.
¿Hay razones para celebrar?
Sí, muchísimas, porque la iniciativa nunca había llegado tan lejos.
¿Podemos considerarlo como una batalla ganada para las mujeres de Argentina? No, o al menos no tan rápido. Para empezar porque en la Cámara de Diputados la votación quedó 129 a favor, 125 en contra, es decir, cerradísima. Además, hay que tener en cuenta que la Cámara de Senadores es conocida por sostener posturas más conservadoras.
Para hablar de este tema es necesario, de entrada, tener en cuenta que la pregunta no es si el aborto debe o no de existir porque de hecho ha existido durante muchísimos años.
El debate es, ¿cómo le hacemos para que las mujeres que decidan abortar no sean criminalizadas?, ¿para que todas tengan información?, ¿para que puedan elegir con libertad?
¿Por qué aborto libre, gratuito y seguro?
Libre, porque hasta ahora sólo es posible acceder a él bajo alguna de las causales aprobadas, violación o peligro de salud de la madre. Aunque eso de acceder a él estaría entre comillas, porque muchos de los profesionales de la salud de las instituciones públicas anteponen su postura personal y así evitan realizar el procedimiento, incluso en las causales aprobadas.
Gratuito, como una forma se cerciorarse de que todas las mujeres, independientemente de su ingreso económico, puedan recurrir al procedimiento en caso de necesitarlo.
Seguro, porque un aborto no tiene por qué poner en peligro la vida de la mujer que se lo practica, sobre todo si de por medio hay información y si la mujer que accede a él puede hacerlo con la tranquilidad de que no será criminalizada.
La lucha argentina
Ahora bien, hay muchos puntos a observar en este fenómeno. Para empezar, la organización. Las mujeres hicieron un frente común para defender una causa en la que creen. Porque sí, también entre feministas hay desacuerdos y puntos de discordia. No obstante, para que este paso legal fuera posible en Argentina fue necesario dejar aquello de lado por un momento, priorizar la lucha colectiva [tomemos nota].
Otro aspecto notable fue la estrategia de llevar el debate a todos lados. Porque sí, es bello y enriquecedor hablar de feminismo (o feminismos, según algunas teóricas) con otras personas que ya están familiarizadas y en la misma sintonía, pero el gesto político de las argentinas implicó que llevaran su pañuelo verde, símbolo de su postura ante la iniciativa, a lugares en los que en otra circunstancia uno no se pronunciaría de forma tan contundente: el trabajo, el metro, el programa de televisión, la casa de la abuela.
El pañuelo verde
El pañuelo verde, estoy segura, ha llegado mucho más allá de las fronteras de Argentina. Independientemente de si la ley logra pasar la votación del Senado, esta discusión ya se coló en los muros y mesas de muchos lugares de Latinoamérica y del mundo.
Parece que el tema ha venido a instalarse, ya sea como rabia porque a estas alturas, en pleno 2018, todavía hay que pedirle permiso al Estado para decidir sobre nuestros cuerpos; o bien, como celebración por la unión de las mujeres, por su no rendirse en esta incesante lucha en la que todavía nos falta tanto y tantísimo.