Fotografías. Tamara Uribe para Malvestida
Siempre me han gustado las casas de los artistas. La mayoría de las que he tenido oportunidad de conocer, se rigen por un caos ordenado (mitad galería/mitad hogar) que me resulta fascinante, y la de la artista Elena Martínez Bolio no es la excepción.
Recién cruzo la puerta de entrada y Elena, que batalla para controlar a sus tres perros, me recibe con una sonrisa. Abro bien los ojos, miro a mi alrededor y de inmediato me encuentro con hilos, telas, bordados en proceso, lienzos y pinturas. Más allá, en un cristal junto a una puerta, “un autorretrato que retoco y cambio cada que me da la gana”, comenta Elena.
Tras pasar por el comedor y la cocina nos dirigimos a una pequeña sala, en donde un letrero con la leyenda “Prohibido decir te amo y no demostrarlo” enmarca el sofá color café sobre el que la artista bordadora originaria de Mérida, Yucatán, se deja caer para nuestra entrevista. “Esas manos las dibujé cuando se cumplió el décimo aniversario del fallecimiento de mi padre”, me cuenta Elena cuando ve que poso la mirada sobre un par de manos pintadas sobre la pared de la sala.
El arte como reflejo
Esas cuatro paredes, al igual que la mayoría del trabajo de Elena, encierran su historia personal, su relación con el mundo y la manera en la que ella lo interpreta.
“La aguja es un anzuelo para emociones”, me dice sobre su técnica artística de preferencia: el bordado, el cual ha plasmado en sábanas, pañuelos y lienzos, pero también en prendas tradicionales yucatecas como el huipil y las hamacas.
“Mi proceso está íntimamente vinculado a las emociones. Para mí son mi materia prima, como lo es la fibra, el hilo y aguja. Me puede inspirar casi todo si colisiona con alguna emoción, la despierta o la saca de su reposo”, relata Elena, quien se confiesa una hogareña extrema, capaz de permanecer días enteros sin salir de su casa a fin de tener ese tiempo y soledad que considera fundamentales para su proceso creativo.
Una infancia entre textiles
La relación de Elena con los textiles comenzó desde que era una niña, primero como un juego .“Mi mamá compraba y vendía verdaderos hallazgos de muebles antiguos y yo me fijaba en los bordados de su tapicería. Unos los salvaba, otros los copiaba, pero a todos los admiraba muchísimo”, relata. «También tenía una tía con una tienda de ropa infantil y me encantaba ir ahí y tomar los desperdicios de tela para hacerle ropa a mis muñecas».
Fue hasta muchos años después cuando Elena Martínez, proclamada una admiradora del surrealismo y del trabajo de mujeres como Louise Bourgeois y Leonora Carrington, se reencontró con la técnica del bordado y la descubrió como un proceso de catarsis personal.
«El primer dibujo que hice en bordado fue en un momento en el que estaba tremendamente cargada de miedo y de susto ante una realidad difícil. Me encontraba en una ciudad, en un hospital –por una situación compleja– y no se me ocurrió llevar lápices ni nada, pero por alguna razón tenía el blister con aguja e hilo que te dan en el hotel. Así que enhilé mi aguja y comencé a bordar sobre mi falda a ese ser que yo amaba profundamente, y lo que sentí en ese momento fue que quedé en paz, liberada y que pude soltar angustias. Empecé a confiar en que todo iba a estar bien».
El arte como activismo
Para Elena, el bordado es una técnica que le ha permitido acercarse y trabajar con grupos vulnerables, desde comunidades indígenas, en donde imparte talleres y aborda el punto de cruz como proceso meditativo, hasta prostitutas y ancianos con Alzheimer, a quienes retrató en las exposiciones “Las Mujeres decentes de la 58” (en colaboración con el antropólogo Christian H, Rasmussen y el artista plástico Gabriel Ramírez) y “Se me olvidó que te olvidé”.
«Las emociones que me gusta recrear son sobre los sueños, sobre la intimidad y privacidad, dos temas por demás interesantes, aunque hablo de temas incómodos como son la prostitución, la vejez, el abandono, el VIH, la enfermedad, la mirada y soledad, porque el arte es eso… El papel de nosotros los artistas es interpretar las crisis, establecer aproximaciones a otras realidades, escuchar a las comunidades marginadas y mostrar sus necesidades más urgentes ante su retraimiento e inaccesibilidad social», menciona Elena Martínez Bolio, quien disfruta bordar retratos de la vida cotidiana, los cuales realiza directamente sobre la tela, sin necesidad de realizar ningún tipo de trazo previo.
«Uno de los aspectos más fascinantes de los retratos es precisamente el que podamos contemplar a los personajes y mirarles largamente a los ojos, sin el sobresalto de vernos recíprocamente mirados. Es el privilegio del arte. Y sí, es difícil encontrar fuera de las obras de arte esa tenue reciprocidad de esos encuentros tan vivos».
«El arte puede hacernos empáticos y más humanos»
Antes de despedirme de Elena y de lo que ha sido una mañana de anécdotas y puntadas, la artista me invita a pasar a su galería, un espacio mágico situado en un anexo de su casa en el que conviven sus creaciones, tanto textiles como plásticas y pictóricas.
«Esos son los makeches feministas», me dice sobre un huipil repleto de escarabajos color rosa bordados en chaquira. «Esta tela la traje de Italia», me va contando sobre las piezas mientras recorremos su pequeña sala de exhibición y me platica de la importancia del arte en su vida. «El arte es reflexión, unión, salud. El arte evidencia mundos paralelos y desnuda mundos internos. Creo que es el arte el que puede hacernos empáticos y más humanos».
Por último, le pregunto si ha notado el creciente interés por el bordado entre las nuevas generaciones, a lo que me contesta emocionada «¡Sí! Me gusta ver a estas generaciones intentando bordar y vinculando este quehacer a expresiones artísticas. Ojalá y esto continúe, porque el desacelere de nuestra vida se atenúa con el simple proceso de enhebrar una aguja».