No es qué comes, sino cómo te lo comes: te contamos qué es el mindful eating

Hay muchas cosas que podemos estar tratando de cuidar acerca de la alimentación: comer saludable, local, de temporada, más vegetales que carne o sin carne. Con todos los malabares que esto involucra, hay una cosa, pequeña pero importante, que solemos dejar de lado y eso es la atención plena a la relación personal que tenemos con la comida.

Es justo en este aspecto en el que se centra la práctica del mindful eating, también conocida como alimentación intuitiva. Las raíces del movimiento se encuentran en el Mindulness, una práctica de meditación introducida por Jon Kabat-Zinn a la medicina occidental.

Si la filosofía mindfulness implica “prestar atención de manera intencional al momento presente, sin juzgar”,  lo que el mindful eating propone es aplicar esta misma intención al momento de relacionarnos (seleccionar, cocinar, ingerir) con los alimentos. Es una práctica hasta cierto punto controversial, porque rompe con la manera en la que nos han dicho que se debe comer: guiados por factores externos, tablas de calorías y con miras a un determinado número en la báscula.

Una aclaración importantísima es que el objetivo de esta filosofía es promover la alimentación consciente como un fin en sí misma. No es un método para perder peso “Uy, ¿entonces así qué chiste?” Bueno, muchísimo chiste. Volver a disfrutar de lo placentera que puede ser una comida, poner atención a los olores y texturas y bajarle unas rayas a la culpa que lleva a la compulsión, parece bastante.

A continuación, encontrarás algunas ideas acerca de lo que puedes hacer para conectar de nuevo con la experiencia de la comida. No es una lista estricta de preceptos porque, de serlo, estaríamos cayendo de nueva cuenta en guiarnos por factores externos y ajenos al cuerpo.

mindful eating
Foto. Brooke Lark

La experiencia inicia antes de sentarse a la mesa

Se trata de elegir el lugar en donde vas a comprar tus alientos, asegurarte de tener lo que necesitarás para cocinar y dedicar tiempo a preparar lo que vas a comer. Esto es un privilegio y muchas veces no se puede hacer. Dependiendo de tu ritmo de vida puede que tengas tiempo o no para prepararte el almuerzo, pero igual es cuestión de aplicarlo a la mayor cantidad de comidas que se pueda. A lo mejor sólo puedes hacerlo con el desayuno o la cena y estará bien.

Aprovecha las ocasiones en las que sí puedas involucrarte en la preparación. La textura, los olores y los colores de los alimentos empiezan a concentrar tu atención en la experiencia de comer desde antes de la ingesta. Servirte un plato lindo y variado vale muchísimo la pena, aunque de por medio no haya invitados ni fotos de Instagram.

Pero siéntate a comer

En la medida de lo posible es importante evitar las comidas de trámite, esas que se hacen en el coche o mientras contestas los mensajes del whatsapp.

Lo que pasa con esto es que, por obvias razones, tu atención no está en tu alimento sino en otras cosas. Por lo mismo, no hay una consciencia puesta como para disfrutar plenamente la comida que ingieres. La invitación es a sentarse a comer y, sin distracciones, disfrutar de todo lo que esa comida tiene para brindarnos.

Foto. Toa Heftiba

Basta ya de juzgar moralmente a los alimentos

Dejémoslo claro de una vez, la pizza no es mala y la lechuga no es una santa. Cada alimento tiene algo para proporcionarle a tu cuerpo y la pregunta que hay que hacer es qué necesitas en ese momento, responder con toda honestidad y confiar en ti. Esto implica comer sin culpa.

¿Cómo sabes cuándo estás comiendo con culpa? Te escondes para comer, te deshaces de la evidencia, comes muy rápido.

Si has decidido que vas a comerte un brownie de Nutella prepara todo para que la experiencia sea disfrutable: sírvelo en un plato, prepárate un café y pon música que te resulte agradable. Haz lo que tengas que hacer para crearte un escenario de placer y no uno de culpa.

Algunas veces comemos solo para nutrirnos y otras veces lo hacemos guiados por el goce que determinados sabores le van a dar a nuestras papilas gustativas. Está bien, sólo es cuestión de observar con qué frecuencia se presenta cada motivo e investigar, en ti mismx, en tu cuerpo, si eso abona a tu bienestar.

Pregúntate cuánta hambre tienes

“Ay, pero si es obvio que tengo hambre, si no, no estaría comiendo” puedes decir. Bueno, no siempre. A veces también comemos porque estamos aburridxs o tristes.

Preguntarte cuánta hambre tienes te ayudará a saber qué porción servirte en cada momento y esto será bueno, sobre todo, si tienes arraigado el complejo de culpa de que hay que comer todo lo del plato porque (inserte aquí su chantaje irracional favorito).

Foto. Toa Heftiba

Conoce tu alimento

Una vez que lo tienes frente a ti, procura centrar tu atención en él fijándote en el olor, color, textura. Si te es posible, dedica tiempo suficiente para sentir el sabor, de tal manera que lo disfrutes por completo. Conforme vamos comiendo aumenta la saciedad y, por eso, no es lo mismo el primer bocado que el último.

Comer con atención en las sensaciones ayudará a que identifiques cómo va cambiando tu saciedad y, en la medida de lo posible, evitar esas veces en las que acabas con el estómago a reventar sin haberte dado cuenta.

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