El siglo pasado la humanidad decidió darse a si misma un lujo que hasta entonces sólo tenían los reyes y la nobleza: el tiempo libre. Se inventaron miles de máquinas que facilitaron el trabajo de la gente y que nos dieron tiempo para pensar, para necesitar Prozac o Valium y para ver cine, escuchar música y seguir de cerca la vida de las Kardashians. ¡Bendito tiempo libre!
Le llamaron a eso “la revolución industrial” y a esto que está pasando ahora “la revolución digital”. Una vez más, igual que el siglo pasado, estamos ante un cambio monstruoso para la humanidad: esta vez las máquinas además de trabajar por nosotros, pueden pensar por nosotros. Voy a dar un ejemplo de lo más banal: antes para tomar una foto debías ver al sujeto que estabas por fotografiar y pensar en la exposición, la apertura del diafragma e incluso el rollo que estaba en tu cámara. Ahora tu iPhone hace todo eso por ti dejándote únicamente lo más importante: decidir qué vas a fotografiar y cómo.
En una conferencia de TEDxColombus, Cindy Foley, una mujer que dedica su vida a desarrollar procesos para la educación artística, habla de cómo nos seguimos equivocando al pensar en creatividad: creemos que un niño que hace una reproducción perfecta de un animal o un paisaje es “creativo” mientras que el que lo hace totalmente distorsionado no lo es. Will Gompertz, editor de arte de la BBC y mi nuevo gurú, explica que la creatividad es simplemente la habilidad (humana) para concebir ideas complejas y realizarlas. No tiene nada que ver con la capacidad de tu hijo/sobrino para dibujar ponis.
Hoy por hoy, una computadora conectada a internet sabe más que cualquier egresado de cualquier carrera universitaria, por más prestigiosa (y costosa) que ésta sea. No soy muy devota ni de los libros ni de las películas futuristas (me dan un poco de angustia), pero me queda claro que apenas estamos al inicio de esta “revolución digital” y que el conocimiento de las máquinas no hará más que crecer. La gran diferencia entre humanos y computadoras es que nosotros tenemos la capacidad de generar ideas. De ahí que se esté volviendo vital la creatividad en cualquier ámbito de trabajo y más aún en aquellos que tradicionalmente no parecen involucrarla: un médico creativo puede salvar muchas más vidas y un abogado creativo tiene muchas más posibilidades de ganar un juicio.
Una vez que te has convencido de que la creatividad es el futuro, surge una pregunta: ¿cómo se desarrolla la creatividad? Lo mismo se está preguntando mucha gente alrededor del mundo y con un simple googlazo tenemos mil cursos de “creatividad” por unos cuantos miles de pesos (el precio seguirá subiendo porque el tema está en tendencia). Will Gompertz tiene su propio set de recomendaciones plasmadas inteligentemente en un libro que se llama Think Like an Artist y de las que hoy voy a elegir algunas y dejar aquí a modo de lista, porque al fin y al cabo esto es un medio digital y en “el internet” nos gustan las listas.
(Espero que el señor Gompertz me disculpe por elegir sólo algunas de sus ideas y replantearlas a mi antojo. En el original hay diez recomendaciones, pero yo hablo sólo de las tres que más me gustaron)
1.- Los artistas se toman su curiosidad muy en serio.
Voy a regresar a hablar de la conferencia de Cindy Foley porque ella lo cuenta muy bien. Ella está casada con el artista Sean Foley y lo ha visto ser artista mucho tiempo. Ella cuenta que hace unos años, siguiendo la idea de que la pintura ha muerto, él quiso hacer su propio “Frankenstein” de óleo. Para ello Mr. Foley primero leyó el original de Mary Shelley, después vio todas las películas que encontró del tema, luego se pasó a la biología, hizo estudios sobre la disección, compró animales disecados e incluso viajó a Inglaterra para conocer los primeros consultorios de cirujanos del mundo. Todo esto para crear una serie de pinturas que si bien recuerdan a monstruos no parecen ahondar mucho en biología.
2.- Los artistas roban ideas (y luego las rompen)
Albert Rothenberg es un psiquiatra al que le gusta estudiar a ganadores de premios Nobel para entender sus procesos creativos. Uno de ellos es el Janusian y consiste (a grandes rasgos) en tomar algo ya existente y “romperlo” o alterarlo desde lo más básico. Aquí podríamos hablar de Marcel Duchamp por ejemplo, que se preguntó qué pasaría si el “arte” en vez de ser una obra creada por un artista era simplemente un objeto producido en masa sin ninguna cualidad estética. El resultado: el urinal más famoso del mundo. Pero también podríamos hablar de los creadores de Airbnb o Uber, que están muy de moda y que acaban de romper tanto la idea del taxi como la del hotel, ¿o no?
3.- Los artistas se paran a pensar
Dice Will Gompertz que el truco de Duchamp “era dedicar más tiempo a pensar que a hacer”. Yo lo llamo el truco de la regadera: primero investigo, leo, veo y después me olvido de todo. Al día siguiente, cuando me meto a bañar, vuelvo al problema que quería resolver y trato de resolverlo así, sin una computadora ni un compañero que me distraiga. Pensar y sólo pensar, sin poder “hacer”, hace toda la diferencia entre un día de trabajo productivo y uno inútil. Al menos para mí.